No hablarse: el látigo de la indiferencia


              Hay relaciones que nacen y mueren como si nada. Y otras que por alguna razón fueron tan fuertes que no pueden cortarse sino de forma abrupta. Y qué más abrupto que dejarse de hablar entre quienes un día fueron íntimos. Esto ha ocurrido en el mundo del cine entre famosos hermanos como Warren Beatty y Shirley Mc Lane u Olivia de Havilland y Joan Fontaine. Así, ni siquiera los intérpretes de películas tan inolvidables como Esplendor en la hierba, Irma la dulce, Lo que el viento se llevó o Rebecca se libran de esta maldición. Y es que siempre hay quienes se llevan Como perros y gatos

              En nuestro teatro podemos decir que, como en todas partes, cuecen habas- Y, aunque en las relaciones interpersonales hay de todo, más de una vez se enquistan las cosas y acaban con un muro de silencio de por medio. Porque, como dice el refranero, no hay mejor desprecio que no hacer aprecio.

              Una de las enemistades más clásicas que hay en Justicia es la que supuestamente existe entre jueces y fiscales. Aunque sería mejor decir que ente algunos jueces y algunos fiscales, porque por fortuna, y pese a la leyenda urbana que existe, no es la regla general. Somos carreras hermanas y, como en todas las relaciones entre hermanos, hay muchas discusiones, pero también mucho cariño. ¿Cómo no va a haberlo si en algunos casos, como el mío, jueza y fiscal compartimos juzgado más de veinte años?

              No obstante, las rencillas existen. De hecho, existen tanto que en mi primer destino me dijeron nada más llegar que “a los jueces, ni agua”. Lo cual suponía para mí un problema gordo, porque mi entonces novio -hoy marido- pertenecía y pertenece a la carrera hermana. Eso sí, puedo decir que al final no llegó la sangre al rio.

              Pero hay relaciones toguitaconadas que son francamente tormentosas. Recuerdo un juzgado donde estuve adscrita en que el juez y el secretario -entonces se llamaba así, aunque hoy se llame LAJ- no se dirigían la palabra. La situación era tan tensa que llegaron al punto de colocar sus mesas para la celebración de juicios de modo que se sentaba uno de espalas a otro, con la consiguiente estupefacción -por no decir hilaridad- de quienes acudían a su sala de vistas.

              También he conocido algún que otro caso en que, según Radio Patio, LAJ y Su Señoría llegaron a las manos, pero como quiera que no hubo condena, respetaré la presunción de inocencia y me limitaré a cantar con la gran Raffaella Carrá lo de “Rumore, rumore”.

              En cuanto a las relaciones entre jueces o juezas y fiscales, y aun cuando la regla general es que son buenas o cuanto menos cordiales, también he visto situaciones peores que La guerra de los Rose. Incluso hay quienes se odian o se adoran según temporadas, sin que una sepa muy bien a qué atenerse en cada caso. Lo mejor, como diría una buena amiga, hacerse gótica de agua.

              Aunque a veces las peores refriegas son las que se dan ente astillas de la misma madera o, lo que es lo mismo, entre colegas de la misma carrera. En ocasiones, influyen las aspiraciones de unos u otros a acceder a determinados cargos. Intrigas palaciegas de las que nuestro teatro no se libra. Otras, alguna rencilla por un asunto profesional en el que chocaron sus criterios. Y otras, sencillamente, la falta de química. Porque las togas y las puñetas no necesariamente unen.

              Y mutatis mutandis, como decimos en forma de latinajo, otro tanto cabe decir e mi propia carrera, e imagino que de cualquier otra.

              En mi experiencia personal, puedo decir que hay personas que lo ponen francamente difícil. Porque hasta a mí misma, que me cuesta más callar que cualquier otra cosa, no me ha quedado otra que azotar con el látigo de mi indiferencia a algún compañero o compañera. No daré datos ni nombres porque no hace ninguna falta. Y por la intimidad, y la protección de datos y demás, qué caramba.

              Y aquí acaba el estreno de hoy, después del que espero que todo el mundo me siga dirigiendo la palabra. Aunque no olvido el aplauso, dedicado a quienes son capaces de superar sus rencillas y conseguir fundir el hielo. Que es difícil pero no imposible

Lo analógico: ¿Qué pasaría si…?


              El cine, y el arte en general, es un ejercicio de imaginación. Y, la verdad, es que las ya no tan nuevas tecnologías cada vez nos dejan menos lugar a la imaginación, aunque nos aporten cosas muy positivas. Ahora causa hasta un poco de hilaridad pensar en lo modernas que parecían películas como Tienes un email o La red, y es que en pocos años hemos avanzado más de lo que hubiéramos imaginado. Pero ¿qué pasaría si alguien despertara y se encontrara, como si de Regreso al futuro se tratara, esta época, directamente venido de los años 70, sin ordenadores personales, ni Internet, ni nada de nada?

              En nuestro teatro, y por más que nos quejemos -con razón- de la falta de medios, lo bien cierto es que es difícil imaginar el día a día sin ordenadores ni programas informáticos. De hecho, si algún día se cuelgan en la guardia es el acabose y, aunque podamos hacer las cosas a mano, el retraso, al no tener modelos, sería considerable, y el registro y la consulta de antecedentes, imposible. Por no hablar de las diligencias que se hacen por medios telemáticos, que sería impracticable. Un desastre en toda regla, vamos.

              Pues bien, veamos que le pasaría a una fiscalita imaginaria que, por capricho de alguna máquina del tiempo, se viera trasladada de los años 70 a la actualidad.

              Nuestra fiscalita llegaría al juzgado y podría encontrarse necesitada, por ejemplo, de un modelo de informe del tipo que sea. Por supuesto, lo pediría a una compañera, que le diría que claro, que lo tenía colgado en el sistema. Y la pobre fiscalita, por más que mirara puertas y ventanas en busca de una cuerda imaginaria, no encontraba nada colgado. Ni siquiera clavado con chinchetas en un corcho, que era lo que creía que era “el sistema”, porque no había corcho por ningún sitio. Si no encontró ni el tablón de edictos que se suponía que debía haber a la puerta de todos los juzgados.

              Cuando nuestra fiscalita, tímidamente, le dice a su compañera que no lo encuentra, esta solícita, le dice que enseguida lo sube, y ella se queda tranquila. Aunque de pronto, empieza a dudar, porque están en el mismo piso, pero tal vez su compañera se equivocó. Pero, después de mucho rato, nadie subía, así que se decidió a preguntar a otro compañero.

              Le costó un rato encontrar a alguien, porque la mayoría de sus compañeros hacían cosas muy raras, y parecía que, en vez de trabajar, estaban viendo la tele en unas pantallas bastante pequeñas, como la que tenía su madre en la cocina para ver La casa de la pradera mientras su padre veía los partidos de fútbol. Pero al final encontró a uno que, muy solícito, la atendió. Le dijo que buscara en la red, que allí lo encontraría todo, así que ella se puso manos a la obra a buscar alguna red por allí. Le extrañó, pero igual la usaban para guardar expedientes o modelos. Pero, tras mucho buscar, no encontró ni sombre de red alguna, y se quedó como estaba. Sin poder hacer nada.

               Entonces llegó lo peor, si cabe. Pensó que, ya que no entendía a sus compañeros, habría algún funcionario que le solucionara la papeleta. Se fue hasta una chica joven, con pinta de espabilada, y le dijo que sacara la máquina de escribir que le iba a dictar. La cara de aquella muchacha era para haberla visto. Y la de nuestra fiscalita, para qué contar.

              Al final, un señor mayor se apiadó de ella y le explicó que había unos aparatos que hacían lo mismo que las máquinas de escribir. Se llamaban ordenadores, aunque a ella no le parecía que ordenaran nada. Dónde estuvieran los archivadores de toda la vida, que se quitaran aquellos cachivaches.

              Pero se calló y siguió adelante. Como lo que le habían dicho que hiciera era un informe para no ponerse a la expulsión -que manera más fina de llamar al destierro de toda la vida-, se puso a dictarle a aquel funcionario mayor tan dispuesto. Tras dictarle un informe sencillo, le dijo que le dejara espacio para la firma. Cuál no sería su sorpresa al escuchar que la firma tenía que electrónica. A ver dónde encontraba ella ahora un boli enchufado a la corriente para firmar.

              Mientras lo buscaba, cayó en un detalle. ¿Cómo era posible que hubiera tantas mujeres fiscales, si solo eran veinte en la carrera? Eso era raro, rarísimo. ¡Si tenían hasta cuarto de baño propio!

              Con tantos problemas, decidió irse a casa. Mañana sería otro día, pero aun le quedaba una sorpresa. Al salir, otro compañero le señalaba a una jueza bastante joven, y le dijo muy serio que era muy buena en redes y tenía muchos seguidores. Pero la verdad es que por más que miró, ni vio la dichosa red, ni vio que ninguna persona le siguiera, así que volvió a preguntar. El fiscal, un tanto atónito, le explicó que tenía muchos “likes” y ella se quedó de pasta de boniato. Qué presuntuoso, decir las cosas en inglés. Y solo para explicar que sus sentencias debían ser muy buenas y gustaban mucho. Con lo fácil que era explicarlo.

              La fiscalita desapareció y nadie supo más de ella. Estoy segura de que la máquina del tiempo la recogería de nuevo, y ahora estará escribiendo a mano, dictando y archivando en carpetas de cartón. Y reclamando un cuarto de baño para mujeres, claro. Sin saber que, en unas cuantas décadas, las cosas serían totalmente diferentes,

              Y hasta aquí, este pequeño ejercicio de imaginación. Espero que haya servido para ser conscientes de lo que hemos cambiado. Y sin dejarme, como no, el aplauso para esas pioneras que nos abrieron camino no hace tantos años.

Comodines: estoy reunida


                Hay cartas en la baraja que sirven para sustituir a cualquier otra. Por extensión, pasa lo mismo en otros juegos, y al final en cualquier circunstancia de la vida. El comodín, o el Jocker, título de una afamada película, no solo es una especie de payaso, sino un salvoconducto para salir airosa de situaciones comprometidas. Sean las que sean.

                En nuestro teatro también tenemos nuestros propios comodines. Tanto para situaciones relacionadas con el trabajo, como para otras. Podríamos decir ue son excusas, a las que ya dedicamos un estreno , pero son mucho más que eso. Y, a veces, absolutamente imprescindibles.

                ¿Quién no ha dicho alguna vez que si pregunta determinada persona no está, o está reunida, o en cualquier otro sitio porque no quiere atender a determinadas personas? Que levante la mano. Como esa situación por la que todo el mundo ha pasado alguna vez en la que, tras decir a su hija que si llama alguien diga que no está, se encuentra con que la niña mete la pata diciendo, con toda su inocencia “mi mamá me ha dicho que le diga que no está”. Seguro que nos suena.

                Cuando de trabajo se trata, hay una de esas frases comodín tan usada, que a veces resulta difícil de creer, aunque sea verdad. Se trata de decir eso de “está reunida”. Incluso hay quien la tiene puesta en su perfil de whatsapp, por si alguna llamada inoportuna. Y sí, en muchas ocasiones estamos reunidas, pero al final, de tanto usarla, resulta poco creíble, Como el famoso cuento del lobo.

                No obstante, hay variantes. La reina de las variantes toguitaconadas es la de “esta en juicio” o, todavía mejor “está en sala”. Y conste que, en el caso de los ficales, es verdad la mayoría de veces, que nuestras togas viajan más que el baúl de la Piquer. Pero también me consta que mucha gente no lo cree. Y es que alguna vez confieso que no es verdad. Pero guardadme el secreto.

                Otra variante consiste en decir que tenemos algún servicio, aunque no siempre se entiende bien. Recuerdo que en una ocasión una funcionaria dijo que yo no estaba en el despacho porque estaba en un servicio. Cuando llegué del servicio en cuestión, me encontré a la persona que quería hablar conmigo esperando más de una hora, según me dijeron. Cuál no seria mi sorpresa cuando me explicó que me había esperado porque le dijeron “que estaba en el servicio”. No quiero ni pensar lo que pasaría por la mente de que la persona, si creyó que pase más de una hora en el baño. Cosas que pasan.

                Otra confusión que ocurre muchas veces es la que tenía lugar cuando era opositora. Mi madre, bien para que no me molestaran mientras estudiaba, bien porque era verdad, decía muchas veces que estaba cantando, o que no podía ponerme porque ese día tenía que cantar. Y claro, la gente que no conoce este mundo estaba convencida de que me había apuntado a un coro o me dedicaba a la ópera. Incluso hubo quine dijo por lo bajini que era una pena que me hubiera dejado la oposición por algo tan inseguro como la música. Mas cosas que pasan.

                También hay un comodín del que echamos mano más de una vez. Se trata de que, ante una visita o una conversación que suponemos pesada o más larga de lo que quisiéramos. Inventemos un código para que alguien nos saque de ese trance. En mi caso, le hago un gesto a una funcionaria que conoce el paño, y sabe que, pasado determinado lapso de tiempo, debe entrar en mi despacho y decirme que me llaman de la sala, o de la guardia, para que la visita se dé por aludida y se marche. Aunque también esto tiene sus riesgos. Una vez la funcionaria me dijo que me llamaban de la guardia y, como veía que no le hacía caso me lo repitió hasta cuatro veces. Yo no le hacía caso, pensando que era la señal acordada, y que, como la conversación me interesaba, no hacía falta concluirla. Al final, me tuvo que decir que me llamaban de la guardia “pero de verdad”. Y así era. Y es que fui yo quien caí en mi propia trampa, y pensé que era una excusa y no una realidad. Y, claro, se destapó el pastel

                Y hasta aquí, estas pequeñas reflexiones sobre la manera de esquivar una conversación incómoda. El aplauso es hoy para todas esas personas que nos sirven de cómplices para conseguirlo. Mil gracias

Teatro: que comience el espectáculo


Hoy, en lugar de un post, y como homenaje al teatro, os hago llegar el poema con el que gané el premio al mejor poema inédito de Junta Central Fallera. Incluyo la versión original en valenciano, y su traducción al castellano.

Y quiero agradecer a quine lo declamó, Celia Sanchis Salcedo, por transmitir mis palabras de una forma tan hermosa, y a mi falla Cádiz Denia por confiar en mí

(Poema original SUSANA GISBERT GRIFO Falla Cadis-Denia-Germanies-Sueca)

Guanyador del premi de Junta Central Fallera al millor poema inèdit categoría senior

TÍTOL: Que comence l’espectacle

AUTORA: Susana Gisbert i Grifo

Que comence l’espectacle!

Que isquen els actors a escena!

Perquè passe el que passe

l’art sempre paga la pena

Soc una amant del teatre.

eixa és la meua passió

poder transmetre a la gent

tota la meua emoció.

Igual té que tinga música,

o que siga una tragèdia,

que conte una fita histórica,

o romàntica comèdia.

Cante, balle, cride, plore,

fent de vella o de xiqueta,

si el paper m’agrade molt

o si sols una miqueta.

Jo estaré per al que calga,

siga d’actriu de suport,

siga d’actriu principal

i fins d’acomodador

El que importa és que el teatre

per cap cosa ha de parar.

Ni la crisi, ni pandèmies

ho han pogut ofegar.

Mira que va ser difícil

sobreviure als entrebancs!

Però quan hi ha vocació

res pot fer malbé els plans

d’eixir cada dia a escena,

de tindre en el enteulat

el lloc on poder gaudir

fugint de la realitat.

Ja ho va dir Rodolf Sirera

Que quan et pica el verí

del teatre, no hi ha manera

d’escapolir-se d’ací.

Un dia seré sirena,

un altre seré criada,

l’altre seré la comtessa

o una dona enamorada

Balls, cançó, monòlegs, diàlegs.

Tot això he d’interpretar

I per descomptat no oblide

que hui he de declamar.

A Hollywood o a la falla,

davant de públic nombrós

o de unes poques persones.

Igual té, és meravellós.

Vos el recomane a tots

encara que té un perill:

Quan t’enganxes, cada dia,

quan et mires a l’espill

penses, qui seré hui?

A qui hauré d’interpretar?

Te’n adones que no saps

 ni qui eres de veritat

Però això no importa, és clar,

perquè no hi ha res millor

que gaudir de l’espectacle

quan està fet amb amor

I l’amor no em faltarà

en cada interpretació

i també, per descomptat,

en esta declamació

Si damunt, jo guany un premi

és la guinda del pastís.

Siga Goya, saragüell

o una copeta d’anís.

Que no hi ha premi millor,

vos el dic de veritat

que l’aplaudiment del públic

que sempre esperem guanyar.

Perquè agradar al públic

que és agraït i estimat

és el millor del millor.

I es complirà el que he somniat

tantes vegades al llit

pensant en l’escenari

en què hui estic declamant

D’allò més extraordinari!

Per això, repetiré:

Que comence l’espectacle!

Que isquen els actors a escena!

Perquè passe el que passe

L’art sempre paga la pena

TÍTULO: Que empiece el espectáculo

(traducción al castellano)

¡Que empiece el espectáculo!

¡Que salgan los actores a escena!

Porque pase lo que pase

el arte siempre vale la pena

Soy una amante del teatro.

esa es mi pasión

poder transmitir a la gente

toda mi emoción.

Igual da que tenga música,

o que sea una tragedia,

que cuente un hito histórico,

o romántica comedia.

Canto, bailo, grito, lloro,

haciendo de vieja o de niña,

si el papel me gusta mucho

o si solo un poquito.

Estaré para lo que haga falta,

sea de actriz de reparto,

sea de actriz principal

y hasta de acomodador

Lo que importa es que el teatro

por nada ha de que parar.

Ni la crisis, ni pandemias

lo han podido ahogar.

¡Y mira que fue difícil

sobrevivir a las trabas!

Pero cuando hay vocación

nada puede echar a perder los planes

de salir cada día a escena,

de tener en el escenario

el lugar donde poder disfrutar

huyendo de la realidad.

Ya lo dijo Rodolf Sirera

Que cuando te pica el veneno

del teatro, no hay manera

de escabullirse de aquí.

Un día seré sirena,

otro seré una criada,

el otro seré condesa

o mujer enamorada

Bailes, canción, monólogos, diálogos.

Todo esto he que interpretar

Y por supuesto no olvido

que hoy tengo que declamar.

En Hollywood o en la falla,

ante público numeroso

o ante unas pocas personas.

Igual da, es maravilloso.

Os lo recomiendo a todos

aunque tiene un peligro:

Si te enganchas, cada día,

cuando te miras al espejo

piensas, ¿quién seré hoy?

¿A quien tendré que interpretar?

Te percatas de que no sabes

ni quién eres de verdad

Pero esto no importa, está claro,

porque no hay nada mejor

que disfrutar del espectáculo

cuando está hecho con amor

Y el amor no me faltará

en cada interpretación

y también, por supuesto,

en esta declamación

Si encima, yo gano un premio

es la guinda del pastel.

Sea Goya, saragüell

o una copita de anís.

Que no hay premio mejor,

os lo digo de verdad

que el aplauso del público

que siempre esperamos ganar.

Porque gustar al público

que es agradecido y estimado

es lo mejor de lo mejor.

Y se cumplirá el que he soñado

tantas veces en la cama

pensando en el escenario

en que hoy estoy declamando

¿De lo más extraordinario!

Por eso, repetiré:

¡Que empiece el espectáculo!

¡Que salgan los actores a escena!

Porque pase lo que pase

El arte siempre vale la pena

Eventos: bodas, bautizos, comuniones


              Nada como un buen evento para disfrutar y afianzar vínculos, que nunca se sabe. Ben lo vemos en el cine, en películas como La boda de Muriel, Mi gran boda griega, La boda de mi mejor amigo o Cuatro bodas y un funeral. O en Las bodas de Luis Alonso, si tiramos de tradición.

              En nuestro teatro no es que abunden los eventos, pero haberlos, haylos. Y más de lo que pensamos. Que no se diga.

              En primer lugar, hemos de referirnos al papel de los Juzgados en determinados eventos de la vida. Así, mientras no se cambie definitivamente la regulación del Registro Civil y deje de llevarse por Juzgados de Primera Instancia -recordemos que no es función jurisdiccional sino asignada a jueces y magistrados como podría asignarse a otro órgano-, en Toguilandia se celebran bodas y, aunque no se celebran -poco hay que celebrar- sí se tiene una labor fundamental en los entierros, la de inscribir el fallecimiento.

              Sin embargo, aunque la labor de celebrar bodas no sea estrictamente jurisdiccional, sí que lo es, en cambio, la de hacer lo contrario, esto es dejarlas sin efecto o, dicho de otro modo, descelebrarlas. Los divorcios y similares -regulación de los efectos de la ruptura en parejas de hecho- son competencia de los juzgados de primera instancia, bien en su modalidad compartía con ot5ras materias o bien en su modalidad de juzgados exclusivos, que existe en algunas grandes ciudades y aun no tiene carta de naturaleza como juzgados propios. De la materia que tratan, el Derecho de familia, ya hablamos en otro estreno.

              De hecho, hay algunos divorcios que se convierten en el acontecimiento del juzgado de que se trate. Recuerdo con especial cariño la que se liaba en mi primer destino cada vez que acudían con alguna cuita de su divorcio una otrora famosa cantante y su esposo , peluquero y aspirante a famoso. No hace falta que diga mucho más.

              Por otro lado, hay que afirmar tajantemente que no existe el bautizo civil, aunque haya quienes se hayan empeñado en instituirlo. El Bautizo es una celebración religiosa y, aunque pueden coincidir en el tiempo con la inscripción en el Registro Civil, no siempre es así. Cada día son más frecuentes los bautizos donde los niños van por su propio pie, a diferencia de la inscripción en el Registro Civil que, si se hace como se debe, ha de ser recién nacida la criatura. Ahora bien, si de lo que se trata es de celebrar el nacimiento, pues ahí estamos. Valdría la inscripción en el Registro como excusa para la fiesta.

              Lo que no puede admitirse de ninguna manera, es la Comunión civil. Ahí si que n o hay paralelismo con ninguna ceremonia civil ni con ninguna inscripción. Así que si se quiere fiesta, y regalos y un traje bonito sin pasar por la sacristía, se monta y ya está. Pero sin buscar cómplices en nuestro teatro, que bastante tenemos con lo que tenemos.

              Pero, además de estos eventos en los que intervenimos por razón de nuestro oficio, hay otros de ora índole en que somos invitados e incluso protagonistas. Los más comunes son las jubilaciones, celebradas con ágape y regalo, como Dios manda, o en petit comité, para quienes prefieren la discreción. Juntas, o por separado, hay un tipo de celebraciones especialmente gozosas, la concesión de medallas, aunque más de una vez se trate de un evento agridulce, cuando se conceden a título póstumo.

              También son relativamente frecuentes y generalmente gozosas las despedidas por cambio de destino, porque normalmente se hace para mejorar, bien por razones personales, bien por razones profesionales, o bien por ambas a un tiempo.

              Y, por último, tenemos esos eventos tan personales como bodas, bautizos o comuniones, cuando nos une a quienes los protagonizan, además de la condición de colegas, la amistad. Aunque en esos casos siempre hay que recomendar guardar la compostura, que alguna copa de más y algún bailoteo pueden hacernos arrepentirnos a día siguiente. Que no se diga que las togas nos confunden

              Y con esto, acaba el evento de hoy. Aunque, para acabarlo del todo, falta el aplauso. Y lo dedico esta vez a quienes los protagonizan. Porque siempre viene bien para salir de la rutina.

Ruedas de reconocimiento: pillados


              Se puede conocer y reconocer a alguien. Y se puede reconocer a alguien que ya se conocía o a alguien a quine se vio por primera ver. En eso consiste la Identificación, como la película del mismo título, u otras como Identidad o No identificado. Y, por supuesto, Reconocimiento. Porque no siempre se puede permanecer en el anonimato.

              En nuestro teatro hay varias formas de reconocer al presunto autor de unos hechos delictivos. En ello consiste una de las pruebas fundamentales en nuestro Derecho. Y de ello va a tratar el estreno de hoy.

              Como decía, es importante identificar a las personas. Por eso, cuando empieza un juicio o una declaración se le hacen una serie de preguntas, las generales de la ley, a las que ya dedicamos una función.

              Sin embargo, esa batería de preguntas se les hacen a los testigos. Cuando de un investigado, sospechoso, acusado o procesado se trata, dado que puede acogerse a su derecho a no declarar, puede no contestar nada. Podría, incluso, decirnos una sarta de mentiras porque en nuestro Derecho los investigados no prestan juramento y, obviamente, no pueden cometer delito de perjurio. Ya lo he dicho muchas veces, las películas americanas son una cosa y la realidad del Derecho español, otra. Podría decir que por suerte o por desgracia, pero me inclino por la suerte, porque es preferible el garantismo patrio, por aburrido que resulte, que la espectacularidad americana.

              Pero de lo que hoy se trata es de hablar de las pruebas encaminadas a identificar al presunto autor. Entre ellas, la rueda de reconocimiento es la prueba reina, aunque no es la única. Algo que no siempre se entiende.

              Me explico. Si alguien pone una denuncia porque le ha atracado, y hay un sospechoso -o varios- de la comisión de los hechos, se practica una prueba llamada rueda de reconocimiento, consistente en que, previa colocación en las circunstancias adecuadas y respetando sus derechos y la intimidad de la víctima, esta reconoce -o no- al autor de los hechos. Normalmente, se le pregunta además si lo hace con toda seguridad y se practica una segunda rueda cambiando de posición a quienes la integran.

              Respecto de los integrantes de las ruedas, además del sospechoso, han de ser forzosamente personas que tengan unas características físicas similares, Es decir, que si el sospechoso es de baja estatura, no pueden ponerse en la rueda personas con talla de jugador de la NBA, y si es calvo, sería improcedente colocar a melenudos recalcitrantes -salvo que llevara peluca, claro-. Parece una perogrullada, pero así es.

              El reconocimiento en rueda suele ser algo así como la prueba del 9 de la multiplicación,  es decir, poco menos que irrefutable. Pero hay veces en que no es necesaria. Imaginemos que la víctima ya identifica al autor, bien por su nombre o bien por la relación que le une a él. Es lo que ocurre en los casos de Violencia de género, y también en la violencia doméstica. Si la víctima dice que quine le pegó fue su marido o su padre, para nada serviría una rueda de reconocimiento. Blanco y en botella ¿no?

              Pues bien, retomando los dos ejemplos anteriores, en el del atraco, nadie duda de que existe suficiente prueba, porque hay una declaración de la víctima y un reconocimiento en rueda y, en cambio, en el caso de la violencia de género, hay gente empeñada en repetir eso de que no hay prueba, por mas que exista el testimonio de la víctima igualmente y no se haya practicado rueda de reconocimiento por ser innecesaria.

              La práctica de esta prueba ha dado lugar a numerosas anécdotas, algunas de ellas muy jugosas. Una de ellas la contaba en el post dedicado a los ascensores, el caso de una victima que reconocía a su agresor no tanto por serlo sino por haber compartido ascensor minutos antes.

              En cuanto sus integrantes, a veces cuesta encontrar personas con similitud física, sobre todo si el sospechoso tiene un aspecto que se salga de lo común. Había un funcionario al que siempre se recurría a esos menesteres. Hasta que un día fue reconocido y, aunque luego resultó ser un error, se llevó tal susto que no volvió a ofrecerse.

              Por lo que afecta a la manera de practicarse, nunca me olvidaré de lo que hacían en un juzgado de mi primer destino. Como no tenían instalación apropiada, improvisaban un medio, el de utilizar un cartón con un agujero para mirar, y colocar a los integrantes de la rueda al otro lado del cristal de una puerta. Ingenio contra carencia de medios. Lo malo es que la solución improvisada fue bastante duradera en el tiempo.

              Y como olvidar un caso que me contaron en la escuela Judicial, que aun no sé si es leyenda urbana o responde a la verdad. Se trataba de un reconocimiento de penes, porque el presunto culpable tenía, al parecer, un tatuaje en salva sea la parte que la víctima reconoció, además, sin dudas.

              Lo que es incierto es algo que a veces empelamos como broma, y que puede que alguien haya creído. Se trata de decir que todos los integrantes de la rueda iban a cabeza descubierta y el autor con casco, “para que resulte inconfundible”. Es ovio que es un chascarrillo, pero lo cuento por si algún incauto lo creyó y se corre la voz, que nunca se sabe.

              Y con esto, bajo el telón por hoy. El aplauso lo dedico, sin necesidad de rueda alguna, a todos aquellos que reconozco como lectores y lectoras. Gracias por estar ahí

Ascensores: cuidado, cuidado


              Existe la creencia generalizada de que en los ascensores solo se habla del tiempo. Y el tiempo es, desde luego, un tema recurrente, pero no el único. Y pueden ocurrir muchas cosas dentro del mínimo espacio que ocupa un ascensor. Incluso había un grupo musical que en llamaba Un pingüino en mi ascensor y, en cuanto a películas, es algo tan recurrente que he encontrado, sin necesidad de mucho buscar, hasta tres que tienen por título, precisamente, El ascensor, aunque hay otros menos explícitos, como Un ático sin ascensor o Ascensor hacia el cadalso. Aunque, si de ascensores y películas se trata, ¿quién no recuerda la inquietante escena de El resplandor con aquellas gemelas ensangrentadas que nos invitaban a jugar con ellas?. Yo aun tengo pesadillas en que aparecen.

              En nuestro teatro, los ascensores tienen tanta influencia como en cualquier otro ámbito de la vida, aunque no nos demos cuenta. Puede una quedarse encerrada y necesitar un rescate, como el que conté en un estreno en su día y puede que, incluso, motive que se llegue tarde a un señalamiento con las consecuencias que eso tiene.

              Cuando el edificio judicial tiene muchos pisos, o los ascensores no van todo lo bien que debieran o ambas cosas a un tiempo, puede llegar a impedir que lleguemos a tiempo. Recuerdo cuando, en mis primeros tiempos de Fiscal en valencia, estábamos en un edificio de tropemil plantas y de cierta vetustez, las colas para coger uno de ellos -el que iba- superaban con mucho a las que hoy puede tener un concierto de Shakira o la firma de ejemplares de la última influencer de moda. Verdad verdadera.

              Y eso por no hablar de con quién puedes coincidir en el viaje ascendente o descendente. Ahora mismo me viene a l cabeza e caso de una víctima de robo con violencia que tuvo la desgracia de coincidir en el ascensor con el presunto autor, al que iba a tener que reconocer en rueda al cabo de un rato, aunque en ese momento ambos lo ignoraban. Lo que sucedió a continuación no tiene desperdicio. La chica en cuestión, preguntada si conocía a alguno de los integrantes de la rueda como el autor del delito, dijo, muy convencida, que desde luego. Cuando le preguntaron si estaba totalmente segura, dijo que cómo no iba estarlo, que era quien iba en el ascensor con ella. Cosas de Toguilandia.

              En otros casos, las coincidencias son especialmente violentas, y me he encontrado con divorcios que iban a ser de mutuo acuerdo que dejan de serlo porque ambos cónyuges han coincidido en el ascensor y han tenido su más y sus menos. Especialmente, si uno de ellos va acompañado de su nueva pareja que, la verdad, no sé qué falta hacía.

              Como decía antes, el tiempo atmosférico es un tema recurrente, pero no es el único, sobre todo si se va acompañado de alguien a quien se conoce a la hora de subir o bajar. En una ocasión, subía a mi juzgado a hacer los juicios de ese día y también entraron en el ascensor un par de chicos jóvenes que hablaban entre ello como si yo no estuviera allí. En su animada conversación hubo una frase que me hizo contener la risa. “A ver la cabrona de la fiscal lo que va  a decir hoy, que me ha dicho mi abogada que es una amargada de narices”. Ni que decir tiene que me bajé un piso antes de lo que pretendía en un principio y subí por las escaleras el piso restante. Así pude incrementar el efecto sorpresa que aquel chico, acusado en uno de mis juicios, y su amigo, iban a tener. Porque la cara que pusieron al verme entrar con la toga puesta fue de premio. Y la de la abogada, después de la escuchita de su cliente, todavía más. Si la tierra no se abrió a sus pies no fue porque no rezaran para ello.

              En otros casos, me he llegado a enterar del resultado de algún juicio en el ascensor, cuando abogado y cliente comentaban sobre la sentencia absolutoria o condenatoria o, caso de conocerme, me lo decían directamente. He de aclarar en este punto que, por un misterio propio de Cuarto Milenio, los y las fiscales somos los últimos en enterarnos de estas cosas. Lo juraría hasta con la Biblia delante si hiciera falta, como en las películas americanas.

              Aunque he de reconocer que lo momentos ascensoriles más incómodos ocurren cuando una, en el receso de un juicio con jurado, se encuentra con alguno de los que componen el tribunal. Esos minutos en que ambos miramos al infinito duran una eternidad. Y, además, en mi fuero interno no hago más que rogar porque no me pregunten nada. Por si las nulidades.

              Y con esto, se cierra el telón por hoy. El aplauso se lo daré a todas las víctimas propiciatorias de esos momentos incómodos y a quienes hacen lo posible por evitarlos. Que a veces, cuesta mucho.

Diminutivos: algo pequeñito


              Hay un dicho popular según el cual los buenos perfumes se guardan en envases pequeños. A lo que siempre hay alguien que responde que el veneno también. Pero, sea como sea, las miniaturas siempre han tenido su sitio en el cine y el resto de artes. Todavía recuerdo la serie de televisión titulada Los diminutos, la serie y la película dedicada a Los Pitufos u otros títulos como El caso de la mujer asesinadita. Sin olvidar, claro está a nuestro representante de hace unos años en Eurovisión que hace unos años lo fue con el tema “Algo Pequeñito”. Y es que, en ocasiones, menos es más.

              En nuestro teatro también hay espacio para las cosas pequeñas. Algunas, porque lo son por naturaleza. Otras, porque no conseguimos que sean mayores, como ocurre con nuestros medios personales y materiales, que ya quisiéramos que fueran muchos y muy grandes. Pero nos tenemos que conformar con nuestros despachitos, con lo que contenga. Y gracias

              En cuanto a esas cosas de las que hablamos directamente en diminutivo, encontramos algunas como las “vistillas”, nombre genérico que se da a aquellas diligencias que se celebran e vista pública pero no son juicios o vistas estrictamente, como las comparecencias de prisión o de medidas cautelares.

              Otro de los diminutivos que yo, al menos, uso mucho, es el de “levitos” para referirme a los delitos leves. Lo cierto es que es un término que adopté desde que dediqué un estreno a la despedida de sus antecesores, los juicios de faltas y dar la bienvenida a los nuevos juicios. Había también quien proponía llamarlos delititos, y, aunque ha prosperado menos, me parece un nombre precioso.

              También usamos con cierta frecuencia, al menos en el ámbito de fiscalía, el término “informito”, también referido a aquello que sin ser un informe exactamente, hemo de hacer para dar cuenta de algo o explicar alguna cosa. Sobre todo, si es otro compañero o compañera quien va a acudir a la vista de que se trate.

              Otra de esas cosas de las que en Fiscalía -creo que también en otros ámbitos- se habla en términos diminutivos son dos de nuestras pesadillas: los estadillos y las planillas. Por los primeros se nos obliga a hacer la estadística mensual, a pesar de que se supone que está todo registrado, las segundas reproducen el reparto de trabajo, que más de un disgusto no ha dado.

Eso sí, no nos liemos, que hay cosas que parecen diminutivos y no lo son. Las puntillas de nuestras puñetas no son, desde luego, el diminutivo de puntas. Solo faltaba

              Por otra parte, también hay algunos conceptos jurídicos que, aunque no se usan en diminutivo, si que suponen una reducción, como el caso de las eximentes incompletas o semieximentes, o la “media pena” o prórroga de la prisión preventiva hasta la mitad de la pena impuesta en la sentencia que aun no es firme

              No obstante, los diminutivos que más me gustan son aquellos con los que se pretende que algo que cuesta mucho o tiene mucha importancia no sea para tanto. Como hacía una tía mía, cuya dieta para adelgazar consistía en referirse a los alientos en diminutivo, tuvieran el tamaño que tuvieran. Así que se comía “una puntita” de pan, “un platito” de pasta o “un trocito” de chocolate. Y, claro está, adelgazar no adelgazaba, pero tampoco perdía el buen humor. Vaya lo uno por lo otro.

              Pues bien, a esta especie responden cosas como “es un escritito de nada”, “tienes un recursito para contestar” o mi preferida, “esto te cuesta un momentito”

              Porque el momentito es una nueva unidad de tiempo que mucha gente no conoce y que tiene unas características especiales. El momentito puede durar 5 minutos, o 5 horas, según los casos. Cuando alguien te pregunta si tienes un momentito para una consulta, suele ser un período de tiempo largo. Cuando, sin embargo, te dicen que eso lo solucionas en un momentito, suele llevar consigo una< exigencia de que el tiempo sea lo más reducido posible. El momentito es elástico y subjetivo, y depende de quien lo da y quien lo pide, Pero siempre suele salir alguien perjudicado. Así que cuidado.

              Y hasta aquí, el post de hoy. Esta fiscalita pide el aplauso, grande o pequeñito, para quienes en el día a día me dan estas ideas. Sin sus aportaciones, no habría estrenos en nuestro teatro.

Olvidar: entre el derecho y la memoria


              Los recuerdos forman parte de la vida y conforman nuestra memoria. Y su contrario, el olvido también. El género de los diarios o memorias es muy utilizado, tanto en el cine como en la literatura, algo así como e autorretrato en la pintura. Son muchos los títulos que recurren a ello: Memorias e una Geisha, Diario de Noa, entre otro muchos y, por supuesto, el Diario de Ana Frank.

              En nuestro teatro tanto la memoria como el olvido tienen su traducción jurídica. Además de los olvidos en los que, personalmente, incurrimos sus intérpretes, algunos motivos de hilaridad y otros exactamente de lo contrario, y a los que ya dedicamos un estreno en su día. Un estreno que hacía referencia, además, a un recuerdo de la infancia de toda una generación, el del niño que olvidaba los Donuts al ir al colegio y luego la cartera al grito de “Anda, la cartera”.

En Derecho, la memoria tiene su vertiente jurídica en la regulación de la Memoria democrática, lo que en su día se llamó Memoria histórica y que pretende, precisamente, que no caigan en el olvido las historias de aquellas personas que fueron tratadas injustamente, que fueron victimas de un régimen injusto cuyas consecuencias sufrieron ellas y sus familias. Son historias como las que contaba en el cuento dedicado a El enterrador, basado en un hecho real, o en Salvar al soldado Peris, pura ficción que podría haber sido realidad, o incluso en la reciente Un okupa en el panteón, que mezcla una y otra época en un intento de jugara a la memoria desde la desmemoria.

La Memoria democrática ha sido objeto de reciente regulación por la ley de 2022 en la que, entre otras cosas, se crea la Fiscalía de Derechos Humanos y Memoria democrática. Aunque se ha criticado el hecho de que la mayor parte de delitos que se pudieran conocer están prescritos y, además, no cuentan con un autor vivo contra e que dirigir la persecución penal, la cosa va más allá de eso. Se trata del derecho a preservar la dignidad e las victimas y sus sucesores, a través del reconocimiento de esa condición de víctimas. No basta con pasar página, por cuanto que eso puede suponer cerrar heridas en falso. Ya reza un dicho que “Aquellos que no pueden recordar su pasado están condenados a repetirlo”, frase tan conocida como desconocido su autor, George Santayana, filósofo madrileño profesor en Harvard. En una terrible y triste paradoja del destino esta frase estaba escrita en la entrada el bloque número 4 del campo de exterminio de Auschwitz. Precisamente, un lugar de infausto recuerdo dedicado ahora a la memoria de sus víctimas.

En esta misma línea, no está de más recordar otra frase memorable, atribuida en este caso a Cicerón, según la cual “Si ignoras lo que ocurrió antes de que tu nacieras, siempre serás un niño”. Una cita que convendría tener presente de vez en cuando, sobre todo para evitar ese riesgo de infantilización de sociedades donde lo tenemos casi todo hecho.

Aunque tal vez los peores olvidos, no estrictamente jurídicos, pero sí con considerables efectos en las vidas toguitaconadas, son los lapsus que sufrimos en exámenes. El fantasma del “quedarse en blanco” es la peor pesadilla de un opositor. Aunque quedarse en blanco a la hora de hacer un informe en sala le anda a la zaga. El famoso efecto “trágame tierra” sin que la tierra nos haga caso jamás. Al menos, que yo sepa.

Al otro lado del espejo, tenemos el derecho al olvido. Se trata de un derecho de nuevo cuño, nacido, sobre todo, al amparo de la eclosión de Internet y consiste en la pretensión de que determinados datos que se publicaron en un pasado desaparezcan de los buscadores, de modo que ya no se asocien a la persona que pretende ejercitarlo. Puede tratarse de fotografías de esas que se cuelgan en redes y que luego causan vergüenza propia y ajena con solo mirarlas o cosas más serias.

Ya desde hace tiempo, se ha llamado a la reflexión a esos padres que publican todo lo que afecta a sus hijos que, cuando crecen, se abochornan de verse de esa guisa. Y es que a veces se hacen fotografías que no hay por donde cogerlas. Juro que más de una vez celebro que en mi infancia no existiera Internet, porque no quiero llegara a imaginarme lo que saldría por allí. Alguna ventaja tendrían que tener las canas.

Pero, como decía, hay casos más serios, y no siempre se resuelve a favor de este derecho sino de todo lo contrario. En estos días hemos sabido de dos casos de este tipo. Por un lado, el de una de las personas que participó en el proceso que condenó a muerte a Miguel Hernández, a cuyos descendientes se les niega la pretensión por entender que prima el interés público sobre ese derecho al olvido.

El otro caso es el de una persona que fue condenado en su día por un homicidio y que, una vez cumplida la condena, pretende la desaparición de toda referencia a su persona en relación con el delito cometido y la condena. Tampoco en este caso le dan la razón los tribunales, por cuanto que entienden que prevalece la libertad de expresión e información sobre el derecho al olvido.

Y con esto, me despido por hoy. Pero no me olvido del aplauso, que va esta vez dedicado a quienes saben conservar la memoria de aquello que merece ser recordado. Y viceversa, que no es poca cosa.

Especial fallas: ¿De verdad quieres ser fallera?


Esta vez nuestro escenario se viste de poesía, peinetas y música, para traer algo especia por estas fiestas falleras: la poesía con la que una fallera de mi falla ganó el premio de declamación de Junta Central Fallera. Una poesía que hice con todo el cariño para ella, para dar un toque divertido a la fiesta y que hoy comparto en su versión original, en valenciano, y traducida al castellano (seguid leyendo, que al final está)

Y de nuevo, gracias a @madebycarol por prestarme su ilustración

Lo del aplauso, ya luego, si os apetece…

DE DEBÒ VOLS SER FALLERA?

Em van dir l’altre dia

Si volia ser fallera,

I vaig contestar: escolta’m

Fins de decidir-me, espera!

Digues què és el que he de fer

i a què estaré obligada

perquè abans de respondre

he d’estar assabentada.

Dona, tu no t’amoïnes

Que això és meravellós.

Pregunta’m i ja voràs

Com t’ho demanarà el cos.

Bé. Què passa amb els vestits?

I com he de pentinar-me?

Mira que soc delicada

i el cap no vull calfar-me

Res, dona, quatre drapets

I uns monyos ben arreglats

Que de segur que t’afanyes

I en no res els tens aviats!

A vore, explica’m allò

dels monyos i els quatre draps

que crec que estàs amagant-me

que això és més complicat.

No sigues exagerada,

Sols has de buscar teixit,

Manteletes, les sabates,

les peinetes i poc a poc, va eixint.

Sols això? I qui fa la confecció?

També, has de trobar modista,

perruquera i maquillatge.

Però com ets apanyada,

de seguida tens el tratge.

De seguida, dius? No creus

que m’estàs prenent el pèl

per tal que jo m’apunte,

com si això fora tot mel?

Perquè jo veig les falleres

que ploren. És l’emoció?

O tenen dolor de peus

I cansament a muntó?

Vinga dona, això no és res.

Bambolles i feridetes

I una miqueta de son

que enviem a fer punyetes.

Ferides, son i què més?

No sembla molt atractiu,

si li sumem els diners

que es d’allò més decisiu.

I encara resta saber

d’altres obligacions

que no ha de ser tot lluir,

Conta’m que pare atenció.

Doncs, has d’anar a les juntes

generals o directives,

que no et pots escaquejar

tot i que sigues qui sigues.

A més a més, ve el millor

Què no n’hi ha ja prou, Marieta?

D’això res xiqueta, també hi han activitats

Per a animar la falleta:

Teatre, campionats,

els balls i l’exaltació,

sense oblidar-se, és clar,

de fer la declamació.

No sé que passa, se n’ha anat

sense cap explicació.

Amb tot el que li he contat,

de segur serà emoció.

Tot i que fa ja vint díes

No ha tornat

a veure’m ni parlar-me.

No ho entenc! S’haurà posat

a preparar-se les coses

per a apuntar-se a fallera?

Potser, però sospite

que de ninguna manera

Que ha fugit -m’ha dit sa mare-

que de mi no vol saber.

Menuda desagraïda!

No sé què voldria fer.

No hi ha res més divertit

per a tot el veÏnat

que ser faller d’una falla.

I t’ho dic de veritat

Que estem bojos? Ja ho sabem.

Que debades  treballant? Cal arrimar l’ala.

Però cada any les falles esperem

amb el cor encés en flama!

DE VERDAD QUIERES SER FALLERA?


Me dijeron el otro día
Si quería ser fallera,
Y contesté: escúchame
Hasta decidirme, espera!

Dime qué es lo que he de hacer
y a que estaré obligada
porque antes de responder
tengo que estar enterada.

Mujer, que no te quite el sueño
Que esto es maravilloso.
Pregúntame y ya verás
Como te lo pide el cuerpo.


Bien. Qué pasa con los trajes?
Y como tengo que peinarme?
Mira que soy delicada
y la mente no quiero calentarme


Nada, mujer, cuatro trapillos
Y unos peinados muy apañados
Que a buen seguro que te apresuras
Y en nada los tienes preparados


A ver, explícame eso
de los peinados y los cuatro trapos
que creo que estás escondiéndome
que esto es más complicado.

No seas exagerada,
Solo tienes que buscar tejido,
Manteletas, los zapatos,
peinetas y poco en poco, va saliendo.


¿Solo esto? ¿Y quien hace la confección?

También, tienes que encontrar modista,
Peluquera y maquillaje.
Pero como eres apañada,
enseguida tendrás el traje


¿Enseguida, dices? ¿No crees
que me estás tomando el pelo
para que yo me apunte,
como si esto fuera todo miel?

Porque yo veo las falleras
que lloran. ¿Es la emoción?
¿O tienen dolor de pies
y cansancio a montón?


Venga mujer, esto no es nada.
ampolles y heriditas
Y un poquito de sueño
que enviamos a hacer puñetitas.


Heridas, sueño ¿y que más?
No parece muy atractivo,
si le sumamos el dinero
que es de lo más decisivo.

Y aun queda saber
otras obligaciones
que no tiene que ser todo lucir,
Cuéntame, que presto atención.


Pues, tienes que ir a las juntas
generales o directivas,
que no te puedes escaquear 
a pesar de que seas quién seas

Además, viene lo mejor

¿Que no hay ya bastante, Marieta?

De esto nada, niña,

 también han actividades
Para animar la falleta:

Teatro, campeonatos,
los bailes y la exaltación,
sin olvidarse, está claro,
de hacer la declamación.

No sé qué pasa, se ha ido
sin ninguna explicación.
Con todo lo que le he contado,
seguro que será emoción.


Pese a que hace ya veinte días
No ha vuelto
a verme ni hablarme.
¡No lo entiendo! ¿Se habrá puesto

a prepararse las cosas
para apuntarse a fallera?
Quizás, pero sospecho
que de ninguna manera

Que ha huido -me ha dicho su madre-
que de mí no quiere saber.
¡Menuda desagradecida!
No sé qué querría hacer.

No hay nada más divertido
para todo el vecindario
que ser fallera de una falla.
Y te lo digo de verdad

¿Que estamos locos? Ya lo sabemos.
¿Que en balde trabajamos? Hace falta arrimar el ala.
¡Pero cada año las fallas esperamos
con el corazón encendido en llama!