Climatología: anticiclones y borrascas


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Desde que el mundo es mundo, el tiempo atmosférico tiene mucho que ver en nuestras vidas. Imaginemos lo que suponía para el hombre primitivo cada lluvia o cada carencia de ella, tener cosecha y alimentarse o no hacerlo, nada menos. Y, aunque hemos avanzado mucho desde entonces, la Madre Naturaleza nos sigue recordando que, hagamos lo que hagamos, ella siempre tiene la última palabra.

Por supuesto el mundo del espectáculo no es ajeno a ello, tanto por fuera como por dentro. Un estreno puede echarse a perder por una tormenta o una helada, y más de una vez hemos visto en la alfombra roja a ateridas actrices –ellas siempre van escotadas y sin abrigo- a quienes a buen seguro el photocall les costó una pulmonía. Sin olvidar la cantidad de títulos que nos recuerdan los avatares meteorológicos o los tienen por argumento, desde Lo imposible a La tormenta perfecta, de Las nieves del Kilimanjaro o Cumbres Borrascosas. Y aún hay más. Si echamos atrás la cinta de nuestros recuerdos, comprobaremos la cantidad de escenas dramáticas que se desarrollan bajo la lluvia. O menos dramáticas, claro, porque se puede desde estar Cantando bajo la lluvia a tener Lluvia en los zapatos.

Aunque no lo parezca, en nuestro teatro también afecta la climatología. Pensemos si no en todos esos pueblos de nuestra España que se quedan aislados por la nieve o las tormentas, y lo difícil que les resulta acceder al juzgado, a la cabeza de partido judicial donde está la sede o a la capital de provincia donde tengan el juicio de que se trate. Que aunque en mi tierra no es habitual lo de las nevadas, de lluvias torrenciales sabemos un rato, y hemos vivido días en que no se podía llegar al juzgado como no fuera en helicóptero o canoa – de tenerlos a mano, claro-. Y, como de muestra vale un botón, citaré dos ejemplos muy claros. Uno, el de la “pantaná” de Tous, un juicio largo y complejo que todavía se recuerda por estos lares por un hecho cuyos efectos aún se dejan sentir. El otro, totalmente diferente, es el del hallazgo de los cuerpos de las niñas de Alcácer, en una zona anegada por las lluvias que determinó las dificultades del levantamiento de cadáver y la toma de vestigios.

Pero no todo van a ser cosas tremebundas. El clima también da a la gente excusas para las cosas más pintorescas, fundamentalmente en el modo de vestir. Recuerdo cuando llevaba el juzgado de una zona de costa, las frecuentes apariciones del justiciable en chanclas y  hasta en bañador, como si en vez de al Juzgado se fueran a la playa a darse un chapuzón. Y también a la gente que, sin cortarse un pelo, le echa la culpa al tiempo de cualquier cosa. Los hay que dicen que llegan tarde porque llovía, hacía sol o niebla. Por descontado, a esos siempre les recuerdo que el Ministerio Fiscal se teletransporta, y que, con su toga de superheroína, no le afectan el frío o el calor, los atascos ni los vendavales, y que otro tanto ocurre con su señoría, el laj o los letrados o letradas , que milagrosamente si hemos conseguido llegar a tiempo. Será que el sol no luce igual para todos.

Y no es que seamos inmunes al frío o al calor. Este último, especialmente, nos hace sufrir mucho, hasta el punto que ya mereció su propio estreno. La de veces que, en pleno mes de julio, me hubiera arrancado la toga a bocados si la canícula me hubiera dejado fuerzas para ello. Y, aunque hay veces que se exime de llevar toga, teóricamente no se puede, y recuerdo que en mi primer destino sancionaron a un juez por celebrar sin toga. Lo que no dijeron nunca es la sanción que podría haber caído de hacerlo con ella, en una sala sin ventanas y a lo largo de una mañana con más de cuarenta grados. Seguro que no pasaba una inspección de salubridad en el trabajo. Como no la pasarían tampoco esas sedes con goteras en las que se tienen que poner cubos en cuanto el cielo decide descargar. Y así siguen.

Pero además de los avatares meteorológicos físicos, están los metafóricos, que en Toguilandia dan para mucho. ¿O acaso nadie más que yo ha sentido como un verdadero terremoto sacudía hasta los cimientos del edificio cuando nos hemos encontrado con una revelación inesperada, una acusado que no era o un testigo que afirmaba en pleno juicio que el señor que se sienta en el banquillo no es el que cometió el delito? A mí me ha pasado, desde luego, y juro que noté temblar el suelo, que hubiera querido que se abriera y me tragara, en una ocasión en que, en un juicio por robo en el buffet de un hotel en que todo parecía estar muy claro, la testigo fundamental, empleada del establecimiento, me dijo : “pero si este no puede ser, que le faltan tres palmos” aludiendo a que el acusado apenas llegaba al metro y medio de estatura mientras que el autor había sido un mozalbete con una estatura propia de militar en la NBA.

También he sentido en mis carnes, como imagino que muchos de quienes me estén leyendo, cómo la tormenta se avecinaba en forma de relámpagos furibundos, cuando al juzgado que despachamos le avisan de una inspección. En ese mismo momento, rayos y truenos en forma de lluvia de expedientes llegan a fiscalía y nos inundan, literalmente, hasta que no podemos sacar cabeza. Algo parecido al síndrome del fin del mundo que se produce, sin faltar nunca, cada fin de año y cada inicio de vacaciones, como ya veíamos en otro estreno, y que consiste en que, temiendo que el mundo se termine, entran las prisas y hay que tener todo despachado o, al menos, lo más lejos posible.

Y, como no todos los fenómenos meteorológicos son violentos, no podemos olvidar la lluvia fina, sirimiri, o como quiera que se llame al continuo goteo de procedimientos. Eso sí, en nuestro caso ni pertinaz sequía ni nada parecido. Mientras las cosas sigan como están –esto es, mientras sigamos con los mismos medios y más trabajo- el pantano de nuestras mesas de despacho siempre está a punto del desbordamiento. E incluso a veces el trabajo crece a un ritmo que el papel llega en forma de verdaderos aludes, por lejos que estemos de la montaña y la nieve.

Así que hoy, cojamos los paraguas para soportar el aguacero de aplausos a quienes, llueva o haga sol, con nieve o sin ella, logran que los ríos de expedientes no se desborden y lleguen a buen puerto. Por más que la tormenta perfecta en forma de escasez nos ronde continuamente.

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