INTÉRPRETES: DESMONTANDO LA TORRE DE BABEL


torre de babel 2

                Siguen sucediéndose las representaciones en nuestro gran teatro. Y sigue asistiendo público y artistas, esperando enterarse de todo cuanto suceda ante sus ojos, como no podía ser de otra manera. Pero, a veces, sucede que viene una artista invitado, un prestigioso director o alguno de los protagonistas y no entiende el idioma en que desarrolla la función. Salvo que se trate, claro está, de películas como The Artists o Blancanieves o de cualquiera de las joyas del cine mudo. Y entonces, como buenos anfitriones, debemos poner a su disposición a alguien capaz de escalar por la Torre de Babel, y traducir lo que no entiende a su propio idioma. Ese alguien no es otro que el intérprete, dicho sea en el sentido lingüístico del término.

                Pero no nos engañemos. Un intérprete no es alguien que sin más entienda el idioma del afectado y sea capaz de traducirle la función. No basta con unos meros conocimientos. Y tampoco sirve que el juez, el fiscal, o el secretario conozcan el idioma. Ni siquiera basta con unos amplios conocimientos si no constan debidamente acreditados y se ha sido designado para ejercer tal cargo y se presta juramente o promesa de cumplir bien y fielmente, como dice la ley. Y no es poca cosa, que el intérprete puede incurrir en un delito si falta a la verdad en su traducción, como les ocurre a testigos y peritos en sus respectivos casos.

                Y es que su labor es fundamental. Quedamos absolutamente en sus manos para entender al imputado, o testigo, que no hable nuestro idioma, y, lo que es más importante, para que ellos nos entiendan a nosotros. Recuerdo mi sensación de impotencia cuando una vez, tras una larguísima parrafada entre intérprete e interpretado, el primero sólo nos dijo “dice que no”, ante nuestra estupefacción. Por supuesto, confiamos en que era tal y como nos decía… Seguro que más de uno ha tenido experiencias parecidas.

                Hay entre los intérpretes profesionales tan fantásticos que instruyen de los derechos sin necesidad de que se los repita el juez o el secretario porque se los saben mejor que ellos mismos. Yo conozco varios –y varias- de ellos, y es un verdadero placer trabajar con ellos por lo que facilitan la tarea. Porque hay que reconocer que una declaración traducida puede perder espontaneidad, y matices, y ello es trascendental en muchos casos para llegar a tomar una decisión, sobre todo cuando no hay más prueba en la causa que la derivada de las propias declaraciones.

                Pero, hay un momento en que los profesionales de nuestra función somos realmente conscientes de lo imprescindible de su figura. Esa guardia complicada, generalmente de fin de semana, en que de pronto nos ponen a disposición un detenido extranjero, que no habla otra cosa que uno de los cientos de dialectos que se hablan en su país, en otro continente, por descontado. Y hay que remover Roma con Santiago para que venga el único traductor que hay en la provincia de urdu, de swajilii o de cualquier otro idioma poco utilizado por estos andurriales. Lo que alarga la guardia, para desesperación de todos. Como un descanso innecesariamente largo en la parte más interesante de la función. Otra experiencia que seguro que muchos han vivido.

                Pero hay que comprender que los intérpretes no pueden vivir las 24 horas pendientes de los encargos del juzgado, aunque estén disponible, porque tampoco pueden vivir solo de lo que les paguen por ello, sobre todo si se trata de lenguas poco frecuentes en nuestro entorno. Recuerdo con cariño un intérprete de una lengua pakistaní que nos miraba con angustia si eran más de las 20.00 horas, porque, según nos reconoció con cara de agobio, a esa hora entraba a hacer su turno de camarero en un restaurante.

                Lo bien cierto es que en ésta, como en tantas materias, andamos un mucho retrasados. Lo que es natural, dado que nuestra legislación procesal data del tiempo en que se viajaba en diligencia y, por ese medio de transporte, era anecdótica la cantidad de extranjeros que hubieran de declarar ante los órganos de nuestra justicia.

                Pero hoy es otra cosa. Hoy el tráfico de personas en constante, y la afluencia de extranjeros una realidad. Y debería haber formas de racionalizar este tema, como tantos otros, y no tener que esperar horas al pobre intérprete que deambula escalando su torre de Babel de partido judicial en partido judicial. Ni que tenga que sobrevivir como camarero. Y de paso, dignificar su función.

                Así que, desde nuestro escenario, démosles un fuerte aplauso. Porque ese lenguaje lo entiende todo el mundo.