Hay un dicho según el cual cualquier tiempo pasado fue mejor– Pero no siempre es cierto, aunque el cine tire de nostalgia con frecuencia, en titulo como Nostalgia, Retorno a Brideshead, Regreso al futuro y muchas más.
En nuestro teatro recordamos de vez en cuando el pasado, pero hay que reconocer que no solo no siempre fue mejor. Incluso a veces fue mucho peor. Por eso, bien está revisar lo bueno y lo malo de aquello recuerdos.
Así, por nade del mundo volvería a los tiempos de la máquina de escribir y el papel de calco, cuando los ordenadores ni estaban ni se esperaban. Los ordenadores y los programas informáticos han supuesto un avance del que apenas ni siquiera somos conscientes, pero no hay más enfrentarse a una caída del sistema en una guardia o en una sesión de juicios para darse cuenta de que las no tan nuevas tecnologías se han vuelto imprescindibles.
Sin embargo, hay cosas de esa época que hemos perdido y que si que merecería la pena recuperar. Entonces, los dictámenes eran, generalmente, mucho más cortos, pero mucho más directos. Es decir, que, como la jurisprudencia había que buscarla pasando las páginas de papel de biblia de tomos pesadísimos, y copiarla letra a letra. Así que prescindían de todas esas cosas que hoy se ponen mediante corta pega () y hablaban mucho más del caso de que se trata. O sea, más creación intelectual y menos reproducción automática. Y eso sí que se echa de manos.
En cuanto a los medios materiales, en mis primeras épocas de fiscal solía encontrarme en despachos donde compartía espacio con cinco o más personas. En la mayoría de los casos, con un solo teléfono para todos. Hoy, afortunadamente, las cosas han cambiado y aunque hay compañeros que siguen compartiendo despacho, quedaron atrás aquellos espacios compartidos donde era imposible trabajar. Y eso, por supuesto, no se puede echar de menos.
Lo que sí echo de menos de aquellas situaciones es la ayuda y el compañerismo. Si alguien tenía una duda, cosa que suele pasar, la preguntaba y resolvíamos casi de manera colegiada. Y otro tanto cabe decir cuando se necesitaba una ayudita de cualquier tipo. Algo que con la vida actual se está perdiendo. Cada cual vamos a la nuestra, y eso no es bueno. O no es bueno si supone prescindir por completo de los demás.
Otra de las cosas que recuerdo con una mezcla de ternura y angustia es la inseguridad de los primeros tiempos en Toguilandia. Cuando una llega y se sienta por primera vez en el despacho o se pone la toga también por vez primera, siente un miedo a no estará a la altura que no podía ni imaginarse cuando estudiaba la oposición y todo el horizonte se limitaba a aprobar. Pero, por más que una se supiera de memoria todos los Códigos habidos y por haber, la bisoñez impedía aplicarlos con soltura. Recuerdo que mi primer visto me costó tres cuartos de hora, y eso después de que mi compañera lo mirara y refrendara mi decisión, como yo la suya.
Ahora la veteranía es un grado y podemos sacar adelante casi cualquier cosa, aunque no nos la hayamos estudiado, y hacerlo con dignidad. Pero nos falta la alegría y las ganas de esos primeros tiempos, y eso siempre se echa de menos, Como se echan de menos también las ganas de aprender. A veces hay que hacer un esfuerzo y tratar de recuperarlas.
Actualmente nos quejamos de lo inadecuado de algunas de nuestras sedes. Pero no tenemos ni idea de cómo eran algunas d ellas no hace tanto tiempo. A mi tío, en su primer destino como médico forense, le dijeron que un juzgado era provisional y cuando mi marido llegó al mismo juzgado en su primer destino, cuando mi ti llevaba tiempo jubilado, seguía siendo el mismo. Y si entonces se caía a pedazos, años después ni cuento. Hoy en día ya cambió por un edificio mejor, pero costó muchos años. Y es que he conocido hasta plagas de ratas que se comieron el registro civil, o de chinches y pulgas que había que fumigar. Verdad verdadera.
Por supuesto, nada de eso se puede echar de menos. Pero sí causa nostalgia nuestra disposición a salir adelante fuera como fuera, combinando la necesaria reivindicación con el trabajo sin perder la ilusión. Y ahora es esa ilusión la que muchas veces nos falta.
Podría poner más ejemplos, pero por hoy aquí lo dejo por hoy. Con un aplauso, por supuesto, que va dedicado esta vez a quienes saber encontrar el equilibrio entre la nostalgia y el futuro, entre lo viejo y lo nuevo sacando lo mejor de cada cosa. Un ejercicio de prestidigitación muy meritorio