Registro Civil: futuro imperfecto


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Todos tenemos una identidad. En el mundo del espectáculo muchas veces ésa no corresponde con la real, y es bien frecuente que se sustituya un prosaico María García por un mucho más glamuroso Bárbara Rey. Y es lógico. Imaginemos quién hubiera triunfado llamándose Edda Katlheen Van Heemstra Hepburn-Ruston, si nadie hubiera sido capaz de recordar su nombre, de no haberse cambiado para el mundo por el de Audrey Hepburn, del todo inolvidable. Pero la identidad verdadera, ésa con la operamos en nuestra vida diaria, con la que tenemos una nacionalidad, unos derechos y unas prerrogativas tiene que ser anotada, comprobada y comprobable. O dejaría de ser identidad.

Y es para eso para lo que sirve, desde tiempo inmemorial, el Registro Civil. Un archivo inmenso donde constan todos nuestros datos relativos al estado civil. Y que conste que estado civil no es eso que antes constaba en el DNI como casada o casado, o soltera o soltero, y que hacía, por cierto, que se llamara “señoritas” a las mujeres que no habían contraído nupcias, a pesar de que los hombres eran señores siempre. Cosas de un pasado casposo que, de vez en cuando regurcita alguien para pasmo de propios y ajenos.

Pero, como decía, el Registro Civil es como el Gran Hermano de toda nuestra vida, desde el nacimiento hasta la muerte, pasando por matrimonios, divorcios, nacionalidad o vecindad civil. Incluso el propio nombre y apellidos o el cambio del mismo han de figurar en él. Todas esas cosas que conforman nuestro propio ser y que nos convierten en sujetos de derechos y deberes frente al Estado y frente a todos. Algo cuya importancia no se le escapa a nadie, como no puede ser de otra manera.

Y es precisamente esa importancia lo que hace indudable su carácter de servicio público. Y, por supuesto, la necesidad de que su llevanza sea encomendada a servidores públicos bien preparados. Precisamente por eso, eran desde tiempo ha llevados por jueces, bien en Juzgados dedicados de modo exclusivo a ello, como concurre en las grandes ciudades, o bien por Juzgados de Primera Instancia o mixtos. Con sus funcionarios, su Secretario Judicial y con la adscripción del Fiscal que les corresponda, como está mandado. Y hasta con su propio médico, antes perteneciente a un cuerpo propio y desde hace ya tiempo, integrado en el cuerpo de médicos forenses. Quién no se ha sentado alguna vez, en algún momento de su carrera, ante esos montones de expedientes de la más variada naturaleza. Esos novios que llegaban corriendo, expediente en mano, porque les llegaba la fecha de la boda y no estaba todo firmado, o esos impagables asuntos donde Eduvigis de la Adoración Bendita pretendía ser Jhessicca –con h intercalada, doble s y doble c, faltaría más- aportando para acreditarlo sus estampitas de la Comunión, el diploma del cursillo de natación y las cartas de sus amiguitas cuando estuvieron en el campamento de verano. Por no hablar de los a veces tan complicados expedientes de nacionalidad o la sospecha de matrimonios de conveniencia.

Pero mucho me temo que, de hacerse realidad lo que parece inevitable, estos recuerdos pasaran a convertirse sólo en eso, en recuerdos. Porque en el mes de Julio entrará en vigor la nueva ley reguladora del Registro Civil que hace que éste pase a manos de los registradores. Fuera los Juzgados de Registro Civil, pese a la cantidad de voces que, desde dentro y desde fuera, se han opuesto a semejante cosa y pese también a las contrapropuestas, como la de los Secretarios Judiciales, dispuestos a asumirlo.

Convertir lo público en privado es una opción peligrosa. Pero hacer que algo público se gestione de un modo privado todavía lo es más. Porque, por más que nos digan lo contrario, la sombra de Don Dinero es alargada, y sólo nos faltaba tener que pagar por hacer constar el mero hecho de existir.

Así que hoy, el aplauso se lo daremos urgentemente a quienes todavía llevan el Registro Civil, que mañana será tarde. Salvo, claro está, que Santa Eduvigis de la Adoración Bendita nos perdone el agravio de haberla convertido en Jhessicca y obre el milagro, claro. Porque entonces el aplauso sería para ella.

6 comentarios en “Registro Civil: futuro imperfecto

  1. Cualquier obra de teatro requiere cuatro elementos: un guión, unos actores, un escenario y un público.

    Me gusta este post, dedicado (como tantos otros) a una parte del teatro de la justicia, y a unos actores.

    El show ha de seguir, el público es exigente, las modas cambian, y lo que hoy funciona mañana no funciona.

    Todos sabemos la tendencia del mundo del espectáculo a sustituir actores veteranos por jovenzuelos prometedores, cuyas dotes interpretativas están más basadas en el músculo o la belleza que en otros temas.

    Pero hay un grupúsculo de actores, como Sofía Loren, o tantos y tantos otros que son inmunes a la edad, e incluso ganan en cualidades y belleza con los años.

    Eso de cambiar de actor, simplemente porque se ha quedado viejo, nunca me ha gustado, al menos como único argumento. En toda obra hay actores de más y menos edad, y resulta disparatado que un joven haga un papel de anciano; y obras inolvidables (como la extraña pareja) las pueden hacer un Jack Lemon y un Walther Matau independientemetne de su edad.

    Sin embargo, toda obra, por más actores geniales que tenga, no es obra alguna sin un buen guión.

    Quiero centrarme mucho en ese guión, pues todo el debate del Registro Civil, se está centrando lamentablemente en los actores de reparto, y sin embargo olvida el guión de qué actos se van a inscribir o no.

    En el guión de la obra proyectada, las variaciones respecto del anterior guión son muy serias, y afectan a quien es la única razón de ser del espectáculo (el público).

    El número de actos inscribibles se va incrementar exponencialmente, en lo que a mi juicio nadie denuncia, pero es lo más lamentable; pues en el Registro Civil se inscriben los actos más íntimos de las personas, y este incremento de actos inscribibles es un ataque a la línea de flotación de la privacidad e intimidad del ciudadano.

    Ahora el público en vez de asistir con sus mejores galas al espectáculo, parece que va a asistir a una performance de esas que absolutamente nadie entiende (salvo porque por algún extraño arcano del destino, hay que estar desnudo).

    Un ejemplo es la obligación de inscribir los poderes, y mucho me aterra pensar en las explicaciones que va a tener que dar a su esposa el jefe que de un poder a una secretaria para que maneje las cuentas de la empresa.

    Me preocupa (por más que convenga al espectáculo) la obligación de fijar un domicilio para notificaciones (pues hay quien no quiere ir al teatro).

    Me angustia que se reconozca impúdicamente al CNI el interés legítimo para entrar en el teatro, como si volviéramos a las época de ciertas películas y ciertos regímenes dictatoriales.

    Y sobre todo me angustia esa norma de cierre que permitirá inscribir (todo lo que se regule reglamentariamente) dejando la puerta abierta a los datos más íntimos sobre los que hay voraces empresas deseando investigar.

    En definitiva, no sólo aplaudo a esos actores veteranos, que han trabajado dignamente y que sin motivo alguno ven borrado su nombre del cartel; sino aplaudo a un guión que ha funcionado perfectamente durante siglo y medio, y que nos van a cambiar intentando convertir una gran obra en un fantoche de performance.

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