Los fantasmas, en su versión dulcificada o en la más terrorífica, son una constante en el mundo del cine. Desde el entrañable Casper hasta el almibarado Ghost, pasando por Atrápame ese fantasma, los imprescindibles Cazafantasmas o el remake navideño Los fantasmas atacan al jefe, esos seres más o menos invisibles o decididamente visibles con su sábana blanca y sus cadenas llenan nuestras pantallas con frecuencia.
En nuestro teatro no hay fantasmas tan visibles, desde luego, aunque de vez en cuando se vea a alguien pavoneándose con su toga tanto que me da la sensación de que oigo arrastrar las cadenas y hasta el rechinar de dientes. Pero, al margen de esos fantasmas, tenemos otros mucho más reales y terroríficos que nos persiguen desde la noche de los tiempos.
El primero de ellos es una constante en la vida de los estudiantes y, especialmente, de los opositores. El fantasma de las reformas . Seguro que cualquiera que se haya encerrado a estudiar sabe de lo que hablo. Una sale de su zulo y, mientras en el tiempo tasado para comer y respirar, enciende la tele, o echa un vistazo a prensa, redes sociales, foros o lo que sea, se enciende la alarma. Ni no ni no ni no ni noooo. Alerta máxima, Opositor hundido. Van a cambiar el Código penal, el Código Civil, la ley de Enjuiciamiento Civil o Criminal o cualquier otra ley gorda y pesada. Y, de repente, entran sudores fríos y se aparece un reloj imaginario descontando todo el tiempo que hemos dedicado a memorizar semejantes tochos y tirándolo a un cubo de basura no menos imaginario. La verdad es que solo de recordarlo se me ponen los pelos de punta. Y, aunque también para quienes ya vestimos toga es un Impacto, no es comparable al Abismo que supone para quienes opositan.
Es verdad que esas alertas, a veces, se hacen realidad. Recuerdo que en mis tiempos de estudiante de Derecho y luego de opositora se hablaba con insistencia del futuro Código Penal –andábamos co texto refundido del 73, que más que refundido era tuneado, costumizado y parcheado del del 44-, y que hasta había temas dedicados al Proyecto de 1982 y a la Propuesta de Anteproyecto de 1983, cuyo texto memoricé hasta el punto de que aun recuerdo algunos párrafos. Y tanto decían cada vez que, como Pedro y el lobo, acabé por no creerlo y pellizcarme un par de veces cuando vi publicado el Código nuevo en el 95, afortunadamente para mí, cuando ya había aprobado. Recuerdo como una pesadilla revisar y requeterevisar miles de ejecutorias, pero siempre me consolaba pensando que menos mal que me pilló ya con mi toga y mis tacones puestos.
Otro de los fantasmas sigue ahí, azotándonos con sus cadenas un día sí y otro también. Y ese fantasma no es otro que la famosa instrucción para los fiscales, de la que ya me hablaban mis profesores en primero de Derecho, antes de que fuera consciente de que era algo que me iba a afectar tan directamente. Se ha dicho y se sigue diciendo de todo al respecto, y se han emitido opiniones contrarias y favorables con todo tipo de argumentos. No entraré yo en ello más allá de decir que es un modelo que se sigue en la mayor parte de nuestro entorno jurídico, por lo que no tendría nada de extraño sino todo lo contrario, pero que sin medios y una ley adecuada una acaba pensando eso de Virgencita, que me quede como estoy, que miedo me dan las ocurrencias low cost que tan de moda se han puesto en Toguilandia.
Otro fantasma constante en la vida de nuestros compañeros de la abogacía es, según me cuentan, el de una posible privatización del turno de oficio . Una posibilidad que usan casi como una amenaza cada vez que se quejan, con toda justicia, de las condiciones en que desempeñan tan esencial cometido. Virgencita, ni se te ocurra mover un solo dedo.
También es recurrente, aunque más real, el de una posible privatización del Registro Civil que, tras varias prórrogas como si estuviéramos en la Champion, ahí sigue. Y ojo que no nos pase también en esto como con otras cosas, y nos pille también, como a Pedro y el lobo, de improviso. Miedo me da.
Pero no son los únicos fantasmas. Hay algunos que se repiten de vez en cuando, como el de que van a hacernos fichar a jueces y fiscales como a los funcionarios. Aunque creo que ya se ha abandonado esa idea, porque el día que se computen las horas de oficina habrá que colgar la toga en la puerta del juzgado, y no llevarse un solo expediente a casa en nuestros trolley . Y eso no creo que convenga a nadie.
Para acabar, están los fantasmas buenos, esos que dicen que van a llegar pero no llegan nunca. Entre ellos, la enésima promesa de recuperar el poder adquisitivo perdido en nuestros sueldos , de aumentar la retribución del turno de oficio, de crear un montón de plazas de jueces, fiscales o lajs, o, incluso, de devolvernos los permisos que nos arrebataron a la vez que a los funcionarios pero que no hemos recuperado a la vez que ellos, al igual que derechos tan obvios como la ampliación de la baja de paternidad.
Y lo peor de todo viene cuando esos fantasmas se hacen realidad en su peor versión, como ha ocurrido con la famosa digitalización , que ha creado más problemas de los que ha solucionado. Ese sí que ha sido un fantasma de los malos de verdad, propio del más elaborado género de terror. Que tiemble Nosferatu ante Lexnet y sus secuelas.
Así que hoy el aplauso, más que para los fantasmas, será para quien sigue adelante sin sucumbir al terror. Y como no, para la Virgencita que permita que me quede como estoy cuando haga falta.
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