Cuando pensamos en el trabajo de la farándula, pensamos en él como algo glamuroso, como ese momento de brillo y esplendor en el escenario y, en su caso, en la alfombra roja camino del estreno o de la recogida de la ambicionada estatuilla dorada. Y es normal, es lo más vistoso y, desde luego, lo más atractivo. Pero muchas veces perdemos de vista que para representar el papel a la perfección, el intérprete ha tenido que pasar horas ensayando en su casa, o que para elaborar ese estupendo guión, el escritor ha pasado día tras día peleándose consigo mismo ante la pantalla del ordenador, al igual que el diseñador de decorados, el figurinista, el director de la obra y cualquier otro de los que intervienen en ella. Y es que claro, no es oro todo lo que reluce. Y además de trabajar en la función han de llevarse, como los niños, deberes para casa.
Y a los protagonistas de nuestra función nos pasa exactamente lo mismo. Representamos nuestros papeles en la obra, pero para hacerlo bien, hemos que tenido que llevarnos deberes para casa. Aunque mucha gente crea que cerramos el chiringuito a mediodía, lo cierto es que lo nuestro es una función en sesión continua, y los asuntos se vienen con nosotros, en nuestros maletines, y también en nuestras cabezas. Es inevitable.
Cuando hace más tiempo del que quisiera andaba dándole vueltas a mi flamante título de Licenciada en Derecho pensando qué haría a continuación, tuve un debate al respecto con mis amigas. Una de ellas decía muy seria que quería hacer una oposición para tener un trabajo que no la obligara a llevarse deberes. Evidentemente, descartó de plano la judicatura, la fiscalía y, desde luego, el ejercicio privado. Y acertó, sin duda, si eso era lo que pretendía. Aunque se ha perdido muchas satisfacciones también, justo es reconocerlo.
Hoy día, por si alguien tiene dudas de si nos llevamos tarea para casa, contamos con la repetida imagen de una conocida y hierática miembro de la judicatura que pasea su trolley cada vez que es captada por las cámaras. Y juro que no es pose. Que la mayoría –por no decir todos- arrastramos literalmente el peso de la ley de ida y vuelta a casa. Sea en maletas, bolsas o mochilas, que para gustos hay colores.
Aunque, de un tiempo a esta parte, hemos pasado del sobrio maletín de cuero que nos obsequiaba alguien cuando aprobábamos a esas maletas con ruedines de ahora que al menos nos evitan contracturarnos el esternocleidomastoideo, el fin es el mismo: trasladar expedientes. Dicho de modo más cursi, del Attaché al trolley, como aquella película titulada Del rosa al amarillo. Una evolución lógica, como han evolucionado los tiempos. Ya no hemos de llevar agenda ni Códigos, basta con un dispositivo móvil. Y, sin embargo, los expedientes siguen exactamente iguales, con sus tapas de cartón, su cuerda floja, sus piezas y sus tomos, pugnando por desgraparse en cualquier momento. Porque siempre hay cosas que no evolucionan como debieran.
El caso es que, transportemos como transportemos el peso de la justicia, seguimos como cuando éramos niños, llevándonos deberes y acostándonos tarde cuando no los hemos acabado. Y recordando a nuestras madres, cuando nos reprendían para dejarlo todo para el último momento. Tanto tiempo, y aún no hemos aprendido a organizarnos, nos diría a buen seguro. Y a ver cómo decimos eso ahora a nuestros retoños…
Yo confieso que he torturado a mis pobres hijas más de una vez usándolas de miembros de jurado mientras ensayaba el informe del día siguiente. Ahora reconozco que, cuando me ven papeles en ristre, huyen como alma que lleva el diablo y les surge, de repente, la necesidad de estudiar, hacer un trabajo e incluso de ponerse con tareas domésticas. Ya no las vuelvo a pillar, me temo.
Pero no todo el trabajo que nos llevamos a casa cabe en un maletín, con o sin rueditas. El más duro, el más pesado, es el que nos llevamos en la cabeza, o agarrado al alma. Esa mujer a la que no convencimos para que denunciara pese a que apenas podía abrir el ojo del puñetazo que le arreó su pareja, ese asunto del que no acabamos de encontrar la prueba, ese procedimiento que nunca tiene fin, el testigo esencial que nunca comparece, la pericial que no llega mientras la sombra de la prescripción nos acecha…
Como he dicho, es inevitable. Harían falta muchas plazas, y muchos medios, para que no tuviéramos que llevarnos deberes para casa. Y pudiéramos dedicarnos, por ejemplo, a estudiar y ponernos al día en todas esas reformas con las que nos torpedean día sí día también.
Y, mientras ese día llega –si es que llega-, un grandísimo aplauso para todos aquellos que se esfuerzan en hacer las cosas bien y a tiempo. Aunque sea a costa de su tiempo de ocio o de descanso. Porque lo merecen.
Jiji …. Trolley… Bolsa Zara, Corte Inglés… Maletín …. Yo me quedo con las plastificadas duras… Las que más resisten !!!!!
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Te doy toda la razón, en muchos trabajos desde el exterior la gente no ve lo que se continúa haciendo en la supuesta «tranquilidad del hogar».En todos los colectivos hay de todo, y aunque sea un tópico los «vocacionados» siguen «after hours».Soy docente.
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Eh! Que a partir de enero 2016, o sea ya mismo, todo digitalizado y te lo llevas a casa en un dvd en la cremallera del bolso! Ministro dixit! 😂
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