Si hay algo que nunca descansa, sea los tiempos que sean, es el teatro. En tiempos de guerra o de paz, de crisis o de euforia, sus funciones se representan sin descanso, sea para animar, para entretener o para evadirse. Como hacían en “Ay Carmela”, pese a encontrarse en plena Guerra Civil. Pero, como en ella, el guión de pronto cambia si cambian las circunstancias, para bien o para mal. Y lo que era blanco se vuelve negro, o al revés, o ambos se tornan grises. Como la vida misma.
Y como la realidad siempre supera la ficción, nuestro guión también sufre cambios según las circunstancias. Y no siempre para bien, por desgracia. Incluso a veces, no cambia cuando debería hacerlo. Y somos los actores los que nos tenemos que adaptar a las circunstancias como buenamente podemos. Cosas del directo.
Incluso a veces, cambian de pronto algunos de los personajes principales. Aun no nos habíamos repuesto del shock de una variación repentina del director, cuando nos hemos tenido que desayunar con el cambio de uno de quienes mandan más. En cuanto al primero, permítaseme que me acoja al derecho a no declarar, y menos sin la presencia de mi abogado. En cuanto al segundo, deposito mi esperanza en que sea para la mejora de nuestro teatro y de sus artistas, así que “Que la fuerza la acompañe”…
Pero nuestras funciones vienen condicionadas por esos guiones que ya estaban previamente escritos, y a los que se ha de adaptar el argumento: las leyes. Buenas o malas, jóvenes o viejas, ahí están marcándonos los raíles por donde nuestro tren debe avanzar. La pena es que a veces hemos de conducir un AVE por las vías de un tren de cercanías, y corremos peligro de descarrilamiento. Pero nuestra pericia en la conducción habrá de ser la que marque el éxito o el fracaso de la obra, aunque no siempre se pueden hacer milagros. Aunque se intente.
Recuerdo que cuando estudiaba la oposición, hubo una época que se dio en llamar de motorización legislativa. La cosa no consistía en nada más que cambios continuos de las leyes, incluídas las más gordas, como el Código Penal y las leyes procesales. Una verdadera pesadilla para el opositor, hasta el punto que, como ya he contado alguna vez, el ordenamiento jurídico se me aparecía en sueños para aplastarme, y aún lo sigue haciendo de vez en cuando. Cada vez que veía el telediario –entonces lo llamábamos así-, algún locutor venía a fastidiarme el día diciendo que el Congreso, o el Consejo de Ministros, había aprobado tal o cual reforma. Y empezaba el tráfico de llamadas para saber si estaba publicada, cuando entraba en vigor y, lo que es peor, a cuántos temas afectaba. Seguro que los actuales opositores también saben muy bien de lo que hablo.
Y, por lo que veo, seguimos igual. Aunque ya no tengo que examinarme ante un tribunal de oposición, sí lo he de hacer todos los días ante los ciudadanos, el público de nuestro teatro. Y no sé muy bien cómo hacerlo con algunas de las ocurrencias –por llamarlo de alguna manera- que el legislador tiene a bien obsequiarnos. Y es que vamos de sobresalto en sobresalto. No más acaban de retirar un proyecto por inviable, y aparece otro más marciano si cabe. Y mientras, otra cosas viejunas, como esa pobre Ley de Enjuiciamiento Criminal, muriéndose de puro anciana.
Así que, señor legislador, le voy a pedir algo. No sé si como carta a los Reyes Magos o como propósito de Año Nuevo. Hágase con una buena dosis de sensatez y deje de tenernos en un sinvivir, que no somos Santa Teresa de Jesús viviendo sin vivir en ella constantemente.
Y, mientras esperamos que ese momento llegue, sea con las campanadas o a lomos de los camellos que llegan desde Oriente, aprovechemos para ovacionar a todos los que día a día hacen malabarismos para conseguir una buena función a pesar de los guiones que les tocan muchas veces en suerte. Que eso sí que tiene mérito.
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