No hablarse: el látigo de la indiferencia


              Hay relaciones que nacen y mueren como si nada. Y otras que por alguna razón fueron tan fuertes que no pueden cortarse sino de forma abrupta. Y qué más abrupto que dejarse de hablar entre quienes un día fueron íntimos. Esto ha ocurrido en el mundo del cine entre famosos hermanos como Warren Beatty y Shirley Mc Lane u Olivia de Havilland y Joan Fontaine. Así, ni siquiera los intérpretes de películas tan inolvidables como Esplendor en la hierba, Irma la dulce, Lo que el viento se llevó o Rebecca se libran de esta maldición. Y es que siempre hay quienes se llevan Como perros y gatos

              En nuestro teatro podemos decir que, como en todas partes, cuecen habas- Y, aunque en las relaciones interpersonales hay de todo, más de una vez se enquistan las cosas y acaban con un muro de silencio de por medio. Porque, como dice el refranero, no hay mejor desprecio que no hacer aprecio.

              Una de las enemistades más clásicas que hay en Justicia es la que supuestamente existe entre jueces y fiscales. Aunque sería mejor decir que ente algunos jueces y algunos fiscales, porque por fortuna, y pese a la leyenda urbana que existe, no es la regla general. Somos carreras hermanas y, como en todas las relaciones entre hermanos, hay muchas discusiones, pero también mucho cariño. ¿Cómo no va a haberlo si en algunos casos, como el mío, jueza y fiscal compartimos juzgado más de veinte años?

              No obstante, las rencillas existen. De hecho, existen tanto que en mi primer destino me dijeron nada más llegar que “a los jueces, ni agua”. Lo cual suponía para mí un problema gordo, porque mi entonces novio -hoy marido- pertenecía y pertenece a la carrera hermana. Eso sí, puedo decir que al final no llegó la sangre al rio.

              Pero hay relaciones toguitaconadas que son francamente tormentosas. Recuerdo un juzgado donde estuve adscrita en que el juez y el secretario -entonces se llamaba así, aunque hoy se llame LAJ- no se dirigían la palabra. La situación era tan tensa que llegaron al punto de colocar sus mesas para la celebración de juicios de modo que se sentaba uno de espalas a otro, con la consiguiente estupefacción -por no decir hilaridad- de quienes acudían a su sala de vistas.

              También he conocido algún que otro caso en que, según Radio Patio, LAJ y Su Señoría llegaron a las manos, pero como quiera que no hubo condena, respetaré la presunción de inocencia y me limitaré a cantar con la gran Raffaella Carrá lo de “Rumore, rumore”.

              En cuanto a las relaciones entre jueces o juezas y fiscales, y aun cuando la regla general es que son buenas o cuanto menos cordiales, también he visto situaciones peores que La guerra de los Rose. Incluso hay quienes se odian o se adoran según temporadas, sin que una sepa muy bien a qué atenerse en cada caso. Lo mejor, como diría una buena amiga, hacerse gótica de agua.

              Aunque a veces las peores refriegas son las que se dan ente astillas de la misma madera o, lo que es lo mismo, entre colegas de la misma carrera. En ocasiones, influyen las aspiraciones de unos u otros a acceder a determinados cargos. Intrigas palaciegas de las que nuestro teatro no se libra. Otras, alguna rencilla por un asunto profesional en el que chocaron sus criterios. Y otras, sencillamente, la falta de química. Porque las togas y las puñetas no necesariamente unen.

              Y mutatis mutandis, como decimos en forma de latinajo, otro tanto cabe decir e mi propia carrera, e imagino que de cualquier otra.

              En mi experiencia personal, puedo decir que hay personas que lo ponen francamente difícil. Porque hasta a mí misma, que me cuesta más callar que cualquier otra cosa, no me ha quedado otra que azotar con el látigo de mi indiferencia a algún compañero o compañera. No daré datos ni nombres porque no hace ninguna falta. Y por la intimidad, y la protección de datos y demás, qué caramba.

              Y aquí acaba el estreno de hoy, después del que espero que todo el mundo me siga dirigiendo la palabra. Aunque no olvido el aplauso, dedicado a quienes son capaces de superar sus rencillas y conseguir fundir el hielo. Que es difícil pero no imposible

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