Orientación: ¿dónde estoy?


              Hoy en día parece que el hecho de orientarse es relativamente fácil. Cualquier dispositivo móvil nos indica donde está el Norte o el Sur, dónde nos encontramos y cómo se va a cualquier sitio. Pero no siempre fue así y, aún cuando lo es, el hecho de encontrarse Perdidos es motivo de numerosas películas o series, como la del mismo nombre, la reciente La sociedad de la nieve o su predecesora, Viven. Y, ni que decir tiene como se las veían para orientarse en 1492 o en La conquista del Oeste.

              En nuestro teatro, la buena orientación no parece una de las cualidades necesarias para ser buen jurista, aunque a la hora de la verdad todo vale. Si no, que me lo digan a mí, que debía hacer pellas el día que la repartían y aun tengo dificultades para distinguir la derecha de la izquierda. Y no me refiero a la política.

              Voy a contar algo que la gente que me conoce sabe de sobra. Carezco por completo de sentido de la orientación. Es más, si hubiera que calificar el mío en una escala del 1 al 10, sería menos 10. Y esto es algo que me ha dado lugar a vivir numerosas anécdotas dentro y fuera de Toguilandia. Y hoy voy a contar algunas.

              Cuando estaba en mi primer destino, y como suele suceder cuando una es la última del escalafón, tuve que hacer numerosos juicios de faltas de los de entonces en pueblos y ciudades de a contornada, a los que iba con mi vehículo de motor. Y ojo, sin Google maps, que entonces ni estaba ni se le esperaba. Pues bien, había a un juzgado al que no sabía llegar hasta que descubrí que estaba a junto al mercado. No había mas que seguir  las señoras con cesta o carrito para llegar. Aunque lo hiciera a paso de tortuga reumática para desesperación de otros conductores. Incluso llegó un momento que me dejaban aparcar en el mismo prking que los proveedores, y allí llegábamos mi coche y yo. Y así, entre col y col…toga.

              Otras de mis hazañas gloriosas la compartí con unas buenas amigas volviendo de dar una conferencia en otra provincia. Como quiera que estábamos muy animadas hablando, le quitamos la voz al navegador y acabamos yendo en dirección tan contraria que casi nos pasamos de provincia. Todavía nos reímos al recordarlo.

              Y hablando de navegadores, siempre me pone de los nervios esa manía de decir que nos vayamos al norte o al Oeste, como si yo supiera donde está. No suelo llevar mi brújula, ni mi astrolabio. Y si los llevara, tampoco sabría usarlo, la verdad.

              Mención aparte merece el Google maps de mi hija, que ya se ha quedado con el nombr4e de “Jenny, la poligonera”, porque no sabemos por qué razón, siempre nos acaba mandando a algún polígono. Le encantan, lo juro.

              Aunque no necesito irme tan lejos. En mi propia Cuidad de la Justicia, en la que ya llevo trabajando más de veinte años, confieso que sigo perdiéndome. En cuanto subo en un ascensor que no es el mío, aparezco en cualquier juzgado sin saber qué hago allí ni como he llegado. Y tengo que disimular diciendo cualquier tontería. Pero ya sé que no cuela, y que es difícilmente explicable la presencia de una fiscalita penalista hasta la médula en un juzgado de lo social o de lo contencioso. Pero me sigue pasando.

              Aunque no debo ser la única. Tengo acusados que me alegan algo parecido cuando les pillan con las manos en la masa. Recuerdo uno que decía que no sabia como había llegado a la casa donde le habían pillado robando tras entrar por la ventana, ni se explicaba que hacía con aquellos enseres en sus manos. Misterios sin resolver.

              Pero los mejores de estos son los encausados por quebrantamientos de medida cautelar o pena de alejamiento. Ya he tenido más de uno que me alega que no sabía que estaba tan cerca de casa de su ex novia, o que no conocía otro camino para llegar a su casa o que, simplemente, se había perdido y, oh casualidad, había aparecido en la puerta del trabajo de su ex. Y es que les pasan cosas muy curiosas.

              También hay víctimas, o testigos, y hasta profesionales que alegan como causa de su tardanza o de su incomparecencia el hecho de haberse perdido. Pero esto si qu no cuela. Que si no me pierdo yo, con la facilidad que tengo, no se pierde nadie para llegar a los Juzgados. Verdad verdadera.

              Y con esto, bajo el telón por hoy, que, por suerte, sí sé donde está. El aplauso se lo daré a quine inventara el Google maps, que ha cambiado mi vida y la de todas las personas tan desorientadas como yo. Es lo mínimo.

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