El tiempo es esencial en cualquier ámbito de la vida. Y, por supuesto, también lo es en el mundo del espectáculo. Acertar con el momento de un estreno, con la duración de una película o con los horarios de exhibición pueden trazar el límite entre el éxito y el fracaso. Al tiempo se dedican muchos títulos, desde Las horas hasta 24 horas desesperadas, desde un día de furia a 9 semanas y media, de La vuelta al mundo en 80 días a El año en que vivimos peligrosamente. Y en la literatura, ni que decir tiene con 100 años de soledad encabezando la lista.
En nuestro teatro, como ya dijimos en otro estreno, tenemos nuestra propia teoría de la relatividad a la hora de contar el tiempo. Un momento nunca es un momento, ni cinco minutos duran exactamente cino, ni enseguida corresponde a que se hagan las cosas de inmediato. También tenemos nuestro reloj propio, el que marca los plazos procesales que tanta importancia tienen. Pero no son esos los únicos pulsos que le echamos al tiempo.
Nuestra función, como otras muchas, tiene que contar para desarrollarse correctamente con un mecanismo de imprecisión que, a decir de mi compañera @escar_gm, se pude definir como ingeniería horaria. Y si no, díganme como definirian los juegos malabares de cada día, que ni en el Gran Showman los hacían más complicados. Tanto que, a veces, en vez de juegos malabares podrían ser los Juegos del hambre y hasta Juego de tronos, aunque sea exagerando un poco. O no.
El caso es que a veces -¿o siempre?- nos sentimos como si el señor Din Don se hubiera escapado de La Bella y la Bestia para reírse de nosotros, o como si tuviéramos que hacer la competencia al mismísimo conejito de Alicia en el País de las Maravillas. Porque organizar la agenda, la logística, el horario familiar y las extraescolares propias y ajenas dan para volverse loca, si una ya no viene así de serie.
Confieso que cada día, cuando suena el despertador del móvil con su musiquilla machacona -¿qué fue de los despertadores de campana como Dios manda?- me entran ganas de aplastarlo. Y, aunque no llego a eso, reconozco que más de una vez lo apago para comprobar al cabo del rato, con el susto correspondiente, que me he dormido un poco más de lo debido y que ya empiezo el día A contratiempo, es decir, con la lengua fuera. Y eso si sale todo conforme se ha planeado minuciosamente, que si no…
Quienes transitamos por Toguilandia –y ya sé que quienes transitan por otros mundos también- llevamos un ritmo enloquecido. Juicios, guardia, conciliación familiar, algún que otro intento de ocio o de hobby que se frustra más de un día, y vuelta a empezar. Pero hasta ahí, vale. El problema viene cuando alguna pieza del edificio cuidadosamente planificado cede, y, con el efecto dominó, corremos el riesgo de que se nos desmorone la construcción como a una niña haciendo castillitos con bloques.
Es algo que pasa muchas veces. ¿A quien no le ha ocurrido cuando, de repente, un juicio se alarga tanto que le descuadra la organización? Porque, aunque mucha gente no lo sepa, no tenemos horario de oficina y si el juicio sigue hasta las mil y monas, ahí seguimos, con nuestras tripas haciendo ruido y nuestro móvil a punto de estallar para tratar de recolocar las piezas. Si hay que recoger nuestros retoños del cole, de la clase de ballet o de la de macramé o bailes regionales y el juicio se alarga, pues va a ser que no llegamos. Y ojo, que como el juego de las palabras encadenadas, si de esa salida de clase teníamos que ir a la del otro retoño, que gusta más del dibujo, de aprender ikebana o de las prácticas de acrobacias circenses, pues que tampoco llegamos. Menos mal que, para estos menesteres están las super abuelas –también los super abuelos- , super heroínas que tienen el poder de acudir a donde hagan falta, sea para hacer un disfraz de calamar, para recoger a un niño con fiebre o para ser acompañantes de cumple en un parque de bolas. Y menos mal que existen, porque si no no queda otra que echar mano del plan b, canguros a discreción.
Otro tanto ocurre cuando entre la dichosa causa con preso, con tomos, o con ambas cosas que llega en el momento más inoportuno. Por ejemplo, cuando nos íbamos al día siguiente de vacaciones. O cuando, en esta misma circunstancia, nos sorprenden con un señalamiento que da al traste con nuestras esperanzas de unos días de asueto. O a mendigar a un compañero o compañera, o a anular el viaje tocan. No queda otra.
Y, aun si todo sale según lo previsto, tampoco es fácil. Aunque conciliar conciliamos como podemos, más de uno y más de una nos hemos encontrado con expedientes embellecidos por los lápices de colores de nuestras criaturas, o decorados con lamparones de papilla y hasta de café. Y no es porque les demos café a los niños, sino porque lo necesitamos para mantenernos despejadas en las horas que le robamos al sueño. Y lo que cuesta borrar el circulito dichoso, el dibujo de colorines o el lamparón de papilla, como si no tuviéramos más cosas que hacer.
Y después están las extraescolares. Y no solo las de nuestras hijas e hijos, sino también las nuestras. Esos días en que una se compromete a dar una charla en una asociación, una clase en una Facultad o cualquier otra cosa y luego, cuando se percata que no llega, se pregunta a sí misma por qué tiene que ser víctima de ese extraño y nuevo mal llamado siatodismo. El Siatodismo consiste en la imposibilidad de decir que no a nada, y se caracteriza porque quienes lo padecemos vamos por ahí como pollos sin cabeza por culpa de un virus extraño que nos impide pronunciar la palabra “no” y que bloquea nuestros cuellos hasta hacerlos incapaces de moverse de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, en ese gesto universal de negación que todo el mundo reconoce. Y yo, la verdad, ahora que estamos en confianza y que nadie nos oye, confieso que estoy contagiada del virus del siatodismo en una de sus cepas más virulentas. Y lo malo es que no se conoce vacuna.
Pero así son las cosas. Y así seguirán mientras nadie asuma que necesitamos más medios y más plazas para paliar un poco todos esos imponderables para los que ya no tenemos sustitutos con que contar. Es lo que hay.
Así que hoy el aplauso es para quienes hacen ingeniería horaria para llegar a todo. Y para quienes somos víctimas de nuestro propia siatodismo. Que no decaiga.
Querida Susana!!! Me ha encantado…me declaro como tú victima de la peor cepa del Siatodismo y sin vacuna a la vista… pero te añado algo que en mi caso me enfurece, me cabrea y hace que me suba por las paredes, cual mona en la jungla, y es que tú pareja te diga » no me creo que no tengas tiempo de comer, eres funcionaria…» .
Y te sueltan esto tan anchos y tan panchos cuando te has levantado a las 6:45 has dejado camas hechas, has pasado por el horno (ya que es tu santo y le llevas el almuerzo a los compis para que lo festejen, por supuesto, sin ti), llegas al centro de salud echando el higado por la boca, atiendes a pacientes a los que les debes de dedicar 30 minutos y solo tienes 15, aparece sin cita una señora, dos mas con citas equivocadas pero que te da pena porque vienen con los bebés recién nacidos . Y son las 11:30 y en teoría a las 12 tienes una reunión en el Hospital…sales a las 11:58 renegando en arameo, sin almorzar, ni ir al WC y sabiendo que la ponente de la charla te lleva esperando 20 minutos en la puerta del hospital y cruzando dedos para encontrar a la primera aparcamiento…Terminas a las 15:10 y llevas a su casa a la ponente, te vas a la fisio de rehabilitación porque no te puedes permitir hacerlo en horas de trabajo (aunque es una consulta médica ¿no?), y mientras te pone corrientes, calor…vas contestando emails, whatsapp… y tus tripas recordándote que no has comido nada desde las 7: 30… y cuando por fin llegas a casa a las 17:30 devoras todo lo que se te cruza por la cocina….y en ese momento tú chico te suelta «la sentencia de la semana» uffffffff tu cabeza ira como la de la niña del exorcista… Bastante control hay que tener para no tener una ataque de enajenación mental transitoria y mandarlo a cazar gamusinos al monte….
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Graias
Tal cual lo cuentas!!
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