Todos sabemos lo que es la relatividad. No hace falta saber formular de corrido la famosa teoría para hacerse una idea aproximada de que todo es relativo. Tampoco es necesario saberse de pe a pa la vida del científico protagonista de Einstein, o la más iconoclasta El jovencito Einstein. Ni siquiera hace falta tener Una mente maravillosa, saber ver Más allá del horizonte o ser capaz de enunciar con Hawking La teoría del todo. Sencillamente, vemos cada día que el espacio y el tiempo se perciben de forma diferente según con qué se comparen.
Eso es algo obvio en el mundo del arte. Una película, un libro, una cuadro o un espectáculo de danza pueden considerarse de una enorme repercusión si una toma como referencia un pueblo pequeño, donde todos lo han visto o leído, o considerar que la repercusión es mínima porque no ha traspasado las fronteras de ese pueblo. Todo es relativo.
En nuestro teatro, reescribimos las medidas de tiempo y espacio a diario. Tanto, que pudiera decirse que tenemos las nuestras propias. Acompáñenme si no lo creen a pasear por Toguilandia.
Empecemos con una unidad de tiempo sencilla. Un momentito, sin ir más lejos. Para el resto del mundo es un fragmento de tiempo pequeño. Pero en nuestro mundo el momentito adquiere nuevas dimensiones, del todo indeterminadas. Cuando nos dice el auxilio judicial que nuestro juicio empieza en un momentito, está haciendo referencia a un lapso de tiempo que puede abarcar desde cinco minutos hasta un par de horas. Eso es el momentito. Y no hay modo de saber si el que nos ha tocado es de los largos o cortos. Porque, precisamente, el momentito se caracteriza por vivir en la incógnita.
Algo parecido ocurre con el ratito. Cuando alguien dice que necesita un ratito para llegar a un acuerdo, hay que echarse a temblar. El ratito puede prolongarse de modo indefinido y, además, puede terminarse sin previo aviso y sin que al final haya llegado la conformidad o el acuerdo.
Y es esa misma línea, el término enseguida. Si para el común de los mortales quiere decir algo que ha de ocurrir ya mismo, no es así en nuestro caso. Ni muchísimo menos. Enseguida significa que no tenemos ni repajolera idea de cuándo va a celebrarse lo que sea, pero que no se te ocurra moverte ni un milímetro porque en cualquier momento te llaman. Eso sí, teniendo en cuenta el nuevo significado de momentito, volvemos a lo mismo. Pero ahí hay que estar. Por si acaso.
Y una advertencia. Cuidado con los diminutivos. Aquí funcionan exactamente al revés que en el resto del mundo. Cuando las horas se convierten en horitas, los minutos en minutitos y los momentos en momentitos no significa que sean más pequeños. Al contrario. Suele querer decir que te ates los machos y te resignes a esperar con la paciencia del Santo Job.
Pero no solo las unidades de tiempo varían su significado. También los adverbios lo hacen. La propia ley da la pista cuando se refiere a señalar «en el plazo más próximo posible». O cuando mide el tiempo en audiencias en vez de días. No nos engañemos. Puras maniobras de despiste, que son muy útiles para explicar que si se ha señalado un juicio «pronto» puede ser dentro de seis meses, o «un poco tarde» en dos años, sin ir más lejos. Y como usen el diminutivo, háganse con un calendario perpetuo ya. Por si las moscas.
Aunque no solo el tiempo varía. También el espacio. De hecho, hay varios agujeros negros que ninguna teoría científica ha logrado explicar. Uno de los más conocidos está en Fiscalía, o eso es lo que dicen porque, como la Niña de la curva, todo el mundo habla de ello pero nadie lo ha visto. Y sé de lo que hablo. Cuando dicen que los autos están en Fiscalía, significa que pueden estar en cualquier sitio, incluso en Fiscalía. Pero que no están en el Juzgado donde se reclaman. Y puedo asegurar sin temor a equivocarme que si estuvieran en Fiscalía todas las cosas que dicen que están, Fiscalía tendría el tamaño de la Vía Láctea por lo menos. Y eso sin exagerar.
Otro de los agujeros negros está en los calabozos. Estoy segura que en ellos hay una especie de Triángulo de las Bermudas que se traga a los Letrados y no se sabe si van a volver y cuándo lo harán. Y no miento. Lo experimento cada vez que me dicen que van a calabozos a hablar con su cliente. Y los ratitos y los momentitos cobran toda su nueva dimensión. Cuentan que en la segunda parte de El Sexto Sentido el niño dirá En ocasiones veo Letrados. Y vaya usted a saber si es cierto
Tampoco los medios de transporte se salvan de nuestra particular interpretación. Cuando alguien dice que está en el ascensor, no caigamos en el error de creer que tardará lo habitual en que éste recorre unos cuantos pisos. Nada de eso. El ascensor implica un viaje astral del que nunca se sabe cuando se regresa.
Como el misterio del autobús, sin ir más lejos. Los autobuses en los que viajan quienes han de acudir a juicio van al mismo ritmo que una peregrinación a Lourdes de rodillas, más o menos. Y algo parecido ocurre si se está aparcando. Aparcar en Toguilandia es algo así como ejercer de zahorí buscando agua, no se llega hasta que no se ha encontrado la fuente de la eterna juventud. Y no digamos si se ha de ir a renovar el ticket del parquímetro; se tarda más que en renovar el carnet de conducir.
Y claro, las cosas son tan así, que cuando dien que ha pasado algo, una lo duda todo. Como lo que me pasó cuando una letrada de guardia avisó de que tardaría «un poquito» porque habia tenido un contratiempo. Cuando llegó, algo más tarde que un poquito, se salvó por los pelos de una monumental bronca. Cuando estábamos a punto de echar sapos y culebras por la boca, vimos que traía un vendaje en la cabeza y la señal de unos cuantos puntos. El contratiempo en cuestión fue un pedazo de golpe en la frente con la puerta de un coche, y el «poquito» que tardó lo pasó en el hospital sirviendo de lienzo de unos primoroso puntos de sutura. Pero acudió a la guardia, vaya que sí. Y durante mucho tiempo lució una hermosa señal en el nacimiento del pelo que me recordaba la anécdota, y su sentido del deber.
Eso sí, no poseemos el monopolio de estas peculiares formas de medir el tiempo y el espacio. Quienes se encargan de gestionar la Justicia también las utilizan. Por eso cuando hablan de el número de juzgados y de plazas de jueces y fiscales que han creado, de la notable reducción de la litigiosidad o de que la digitalización es un éxito, también hay que reinterpretarlo. Y pobres de nosotros si, además, empiezan a usar el diminutivo.
Un diminitivo que no emplearé para dar el aplauso, desde luego. Porque hoy dedico una enorme ovación, sin escamotear su tamaño, a quienes desde un genial hilo de twitter, me inspiraron a escribir este post. Es más, me retaron a ello. Y buena es esta toguitaconada ante un buen reto. Mil gracias.
Y un aplauso extra. El dedicado a la ilustradora de este post, Lucía Mompó Gisbert, que lo ha ideado y realizado ex profeso para mí, mi toga y mis tacones. Mil gracias más
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