Papel 0: brindis al sol


papel 0

                Uno de los géneros más celebrados del teatro es la comedia. Y es de entender. En un mundo lleno de disgustos y desgracias, que unos señores te hagan por un momento olvidar las preocupaciones y echarte unas risa es algo impagable. Y últimamente, además, en modelo low cost. Porque no hace falta un gran despliegue de medios. Basta un buen guionista, un actor o actriz con tirón, y se marca un monólogo que nos desencaja la mandíbula.

                Y en nuestro teatro, hay ocasiones en que pienso que estoy asistiendo a una de esas representaciones del Club de la Comedia que tanto gustan. Sólo en esa clave puedo interpretar determinadas declaraciones que, en otro caso, me harían girar la cabeza como la niña de El Exorcista y decir aquello de “¿Has visto lo que ha hecho la guarra de tu hija”?

                Precisamente, uno de esos casos en que el modo Festival del Humor On es el único posible es el relativo al tan traído y llevado Papel 0. Respecto a eso, no es que sea escéptica, es que directamente soy incrédula. Y no descarto, llegado el día hacer como Santo Tomás. Pero mucho me temo que ni así.

                Por si alguno lo ha olvidado, nuestra parcheada Ley de Enjuiciamiento Criminal todavía sigue hablando de tan bellas cosas como atar los sumarios atados con cuerda floja. Esa cuerda floja, por cierto, por la que andamos últimamente los juristas entre tanta reforma. ¿Qué ataremos ahora con cuerda floja entonces? ¿El teclado del ordenador para que no se nos escape? ¿El tóner de la impresora por si viene algún espabilado y nos lo quita? Seamos serios. O, casi mejor no lo seamos, que hay cosas que o se toman a broma o le entran a una ganas de arrojarse desde lo alto de sus tacones toga en ristre.

                Vivimos en un mundo donde los sistemas informáticos no se hablan entre sí. Y eso en el caso de que una consiga dos milagros: uno, poner en marcha el ordenador, y dos, acceder al programa adecuado. En cuanto al primero, bien sabe quien se mueve en estos lares que entre el momento de darle a la tecla de buenas mañana y que el cacharro funcione da tiempo no solo a tomar una café, sino a esperar que el mismísimo Juan Valdés con su impoluto taje blanco lo traiga desde Colombia. En cuanto a lo segundo, lo mejor es encomendarse a santa Rita, abogada de los imposibles según dicen. Y cruzar los dedos, que ya los tengo medio esguinzados de tanto cruce y recruce. Eso sí, cuidado con la pantalla, que a veces tengo la sensación de que estoy en Poltergeist y de un momento a otro voy a oir eso de “ven a la luz, Carolyn”.

                Pero luego hay que imprimirlo. Todo, todito, todo hay que imprimirlo, y llenarlo de cuños y sellos. Que no nos falte de nada. Y, para enviarlo, meterlo en esos fantásticos carritos de supermercado que son el prodigio tecnológico más avanzado, o en la consabida valija para que lleguen al juzgado de destino. Así que el único papel 0 en este caso sería que se perdieran y no llegaran, y que Dios nos pille confesados en ese caso. O que la máquina seismesizadora de la LEcrim acabe con ellos en un nanosegundo. Igual van por ahí los tiros, y nosotros sin saberlo.

                La cuestión es que en un mundo donde los pósits y las pinzas quitagrapas son un bien de lujo -la mía la tengo atada porque así me le ha recomendado la experiencia-, afirmar sin cortarse que en unos mesecitos tendremos el papel 0 con nosotros, no puede ser otra cosa que un brindis al sol. O, mejor, unas oposiciones a la Paramount Comedy.

                Y la cosa es que no estaría mal. Quitarse de encima los mamotretos que amenazan con desplomarse sobre nosotros como si de un alud jurídico se tratara no solo no sería una mala idea sino que sería una idea estupenda. Pero eso precisamente es lo que me hace dudar muy mucho, que la estunpendidad no parece ser la regla que siguen quienes tiene en su poder la llave del BOE. Y, por supuesto, las ideas son como esas bombillitas que le salían a Vicky El Vickingo, Muy monas, pero no se encienden si no hay electricidad conectada.

                Así que no nos queda otra que tomárnoslo con humor. Que para enfadarnos ya tendremos tiempo. Y el que nos queda, me temo.

                Por eso el aplauso hoy es especial. Y va dedicado a todos aquellos que con su sentido del humor dan la vuelta a las cosas para que al menos nos saquen una sonrisa. Que no es poca cosa, visto lo visto.

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