En cualquier ámbito es fundamental la necesidad de trasladarse, o de trasladar las cosas de un lado a otro. Y en el teatro lo es, si cabe, todavía más, ya que cuantos más sitios se visiten, más gente verá el espectáculo, si bien hoy los medios de difusión ayudan mucho. Pero, por más que haya pasado el tiempo, los artistas siguen haciendo bolos con sus funciones y con sus conciertos, porque sin contacto con el público el espectáculo pierde gran parte de su sentido. Y aunque se pague a veces un precio caro por ello, como les sucede a los protagonistas de la oscarizada y actual La la land, o de las antigua serie de Melodías de Broadway, por ir de un extremo a otro. O a los músicos, prestos a ir con la música a otra parte, como los deliciosos protagonistas de Con faldas y a lo loco.
En nuestro teatro nos trasladamos de muchos modos. Y unos más que otros, sin duda. Nos trasladamos cambiando de destino a través de los concursos, o nos trasladamos de un señalamiento a otro dentro del mismo sentido, con nuestras togas portátiles, con chófer o sin el, o más frecuente, con los tiempos que corren.
Pero no solo es preciso que nos traslademos nosotros. También es, más si cabe, que lo haga el papel, recorriendo su trayectoria judicial de Herodes a Pilatos, de la Ceca a la Meca, o, dicho de otro modo, de un profesional a otro. Del juez al fiscal, de éste a la Sala, de aquélla al Procurador, de éste al Letrado, pasando por en medio por los LAJ, y todos los funcionarios que hagan falta y, en su caso, por el médico forense o el perito de que se trate –o sus homónimas femeninas en todos los casos- Y el sufrido papel va de un lado a otro, en original o en fotocopia, en valija o en carrito, en persona o por correo. De ahí precisamente» debe venir la fórmula de encabezar los escritos con eso de “evacuar el traslado conferido”. Horrible verbo, por cierto, ese de «evacuar», solo comparable en fealdad con el “deponer” atribuido a los testigos.
Y es que por más que nos vendan como la panacea eso de Papel 0, a día de hoy, de 0 nada. Como mucho, podrán viajar los escritos por las ondas misteriosas de lexnet, pero acaban siendo impresos en un juzgado e incorporados en papel a la causa como toda la vida. Eso sí, con todas la variedades que podamos imaginar.
En primer lugar, la más tradicional del mundo. La de entrega personal a través del auxilio judicial –funcionario o funcionaria encargado de llevarlo de un sitio a otro-. Que, aunque a un profano pueda parecerle tarea sencilla, nada de eso. Porque dado que cada juzgado, y cada fiscalía, tienen sus propio personal, y su propia distribución interna, puede pasar por muchas manos antes de llegar a su destinatario. Auxiliados, por supuesto, de los sempiternos carritos, de papelería, de súper, o hasta de sillas con ruedines haciendo las funciones. Porque, aunque resulte difícil de creer, en Justicia la distancia más corta entre dos puntos nunca es la línea recta, y un procedimiento puede tardar en llegar del despacho del juez al del fiscal, distantes uno o dos pisos, varios días. Pura eficiencia, a la que hay que sumar la obligación de registrarlo en el programa informático de una y otra dependencia, generalmente incompatibles entre sí, y en el del órgano superior, si es que existe recurso.
Pero eso que ya es bastante absurdo en el caso de que los procedimeitnos empiecen diractamente en el juzgado que ha de conocer de ellos, se vuelve una locura cuando entran desde Decanato, desde la guardia, o inhibidos desde cualquier otro lugar. Las causas siguen un via crucis en estos casos que ríase usted de los de Semana Santa. De Herodes, a Pilatos, como decía. Y como se reechace la inhibición o haya un conflicto de competencias, vuelta a empezar. Una verdadera locura que parecería una broma si no se tratara de un asunto tan serio.
Y ojo, que la cosa puede complicarse más todavía. Porque si cambiamos de partido judicial, entra en acción la famosa valija. Que no es otra cosa que una suerte de correo postal entre unos y otros órganos. Cuando llegan, los procedimientos están a veces ya viejos de tantas vueltas. Las grapas se sueltan, y más de una vez hemos tenido que tirarnos en el suelo para recomponerlos, como si fuéramos críos haciendo un rompecabezas. Y, ay de ellos como también susciten conflictos de competencias…
Por supuesto, cuando los papeles viajan, como todo viaje que se precie, se les ponen sus correspondientes cuños de entrada y salida, que para eso sí que somos serios. Como si fuera un pasaporte, con sus visados y todo.
Y así seguimos. En plena era digital, con estos sistemas de notificación tan modernos, a los que se suman, los crean o no, el sempiterno papelito rosa del acuse de recibo del correo y hasta el telegrama, no vaya a ser que el señor Morse se enfade y venga a azotarnos desde su tumba. Y el otro papelito rosa indispensable, el mandamiento de devolución del Banco. Modernización en estado puro, oiga.
Así que una vez más, el aplauso para quienes siguen trabajando en pleno siglo XXI como si estuvieran en el siglo XX e incluso antes. La modernización es lo que tiene.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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