Ningún espectáculo podría triunfar sin un vestuario adecuado, todos los sabemos, y tampoco el nuestro. Igual que nadie se imagina a Gilda sin su ajustado traje negro, guante incluído, ni a Marilyn en La Tentación vive arriba sin su vaporoso vestido blanco, nadie puede imaginar un juicio sin la prenda que es nuestro buque insignia: la toga. Así que no podía dejar de darle la oportunidad de tener un estreno de honor en nuestro escenario. Porque es imprescindible.
Una y mil veces me han preguntado si en los juicios llevamos peluca, como en las películas. Y hasta algún graciosillo me pregunta alguna vez qué ropa llevamos debajo de la toga, recordando aquella antológica serie llamada Juzgado de guardia, en que el juez mostraba sus piernas desnudas bajo de la toga. Y lo que nadie pregunta, porque lo da por sabido, es si usamos el mazo, ignorando que semejante instrumento es ajeno a la tradición española de campanilla o timbre. A este respecto recomiendo un interesante post recogido de un artículo que se publicó en su día en varios periódicos (y que, para los curiosos, no he escrito yo, aunque sí que me pertenece la toga que lo ilustra): http://nosinmitoga.com/2014/02/15/el-lenguaje-de-las-togas/ y http://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2010/08/08/lenguaje-togas/359017.html
Pero al margen de los temas formales, me gustaría hacer un pequeño homenaje a mi toga –y a todas sus colegas-, mi más fiel compañera desde que empecé mi andadura entre quienes vivimos del delito. Aun conservo la misma que vio mis primeros juicios, mis primeros apuros, y las primeras meteduras de pata. Y también las últimas, claro, aunque ahora las disimulo mejor. Pero ella ahí está calladita, dándome a veces más calor del que necesito, y otras sacándome de algún apuro cuando al aire acondicionado le da por hacer de las suyas y se empeña en mantenerme en estado de hibernación.
Y es que las togas tienen algo de mágico. Yo digo que para mí es algo así como una capa de super héroe. Una vez metida en ella, me transfiguro, y soy capaz de aguantar historias tremendas con total entereza, historias que si las viera desde la butaca de un cine me harían verter ríos de lágrimas, que a llorona no me gana nadie. Incluso a veces creo que me transmite cosas que no sé, o que ya he olvidado, porque me escucho a mí misma respondiendo a cuestiones previas y otras sorpresas procesales con una solvencia que no me hubiera imaginado. Sospecho, en ocasiones, que se sabe el Aranzadi, y el Código Penal, y las Circulares e Instrucciones de la Fiscalía y me las trasmite como si yo fuera Harry Potter en pleno truco de magia.
Eso sí, el traje de super héroe nos llegó como a El Gran Héroe Americano, de sopetón y sin libro de instrucciones. Con la diferencia de que a él se la dejaron los extraterrestres y nosotros –o nuestros padres, tíos o abuelos orgullosos- la pagamos religiosamente. Pero por lo demás, igual, igual. A aprender sobre la marcha, dándonos a veces unos trompazos antológicos. Aunque de un modo rimbombante lo llamemos experiencia, que no en vano es la madre de todas las ciencias.
Lo que aun no me ha llegado, y eso que lo pido a los Reyes Magos todos los años, es la varita mágica ni la bola de cristal, con lo bien que me vendría. La primera, para arreglarlo todo, todo y todo, como el papá de la niña del anuncio. Y la segunda, para adivinar cuándo es verdad lo que me cuentan, entre otras cosas. Aunque no estaría mal usarla para anticiparme a cualquier ocurrencia del ministro de turno, dicho sea de paso.
Así que aquí queda mi homenaje a mi querida compañera de fatigas, mi toga, con su galleta ya doradita y sus puñetas. Y también a todas sus amigas, sean con galleta plateada, o de cualquier otro color, sean o no puñeteras. Porque es nuestra capa de super héroe, ésa con la que somos capaces de solucionar los problemas de mucha gente, aunque a veces no seamos conscientes de ello.
Y que nadie se preocupe. A mis tacones ya les dedicaré otra entrada. Pero eso será cando le llegue el momento. En ésta acabaré enarbolando mi lema: ¡Arriba las togas!
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Me encanta!
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