Se ha dicho una y mil veces que la familia es uno de los pilares de nuestra sociedad. Es bien cierto, y aunque los modelos hayan cambiado mucho, es difícil comprender a nadie sin saber de dónde viene y quién le crió. Y los personajes de nuestro gran teatro no podían ser una excepción. Y ahí están, siempre detrás, en ocasiones de manera visible, entre el público que presencia el espectáculo y otras de modo intangible, formando parte inseparable de la actuación de todos y cada uno de nosotros. La familia puede ser una presencia dulce, como aquel abuelo que buscaba a Chencho en “La gran familia” o “La familia y uno más”, o algo más oscura, como la que gravitaba en el espíritu de “El Padrino”. Pero ahí está siempre. Y si no, que se lo digan a nuestra más conocida floklórica.
Padres, madres, hermanos, esposos o hijos de imputados o víctimas son una presencia constante en nuestros escenarios. Y protagonizan momentos especialmente emotivos, tanto de una como de otra parte. Seguro que todos hemos presenciado con el corazón encogido las lágrimas de los seres queridos de una víctima fallecida. Y también, por qué no decirlo, ese momento dramático en que la madre de un imputado pide permiso para darle un beso. Y es que no podemos olvidar que ellos también son parte de nuestra función, porque les afecta, a veces, más que a nadie.
Pero también hay otras familias, las que no se ven a simple vista. Las que con su apoyo, con su esfuerzo y con su ejemplo consiguieron que esos protagonistas que hoy desempeñamos nuestro papel con la toga a cuestas llegáramos a serlo. Un papel poco agradecido, y sobre, todo, poco reconocido. Ya me referí a ello, en su día, cuando acometí el debut de los abogados en este mismo escenario. Y también cuando dediqué una entrada en otro blog al aniversario de mi nonagenaria y admirada madre (http://nosinmitoga.com/2014/05/10/90-anos-de-justicia/ )
Pero no podía dejar de dedicarles un estreno, porque son tan importantes que sin ellos, este espectáculo no sería posible. Sin el esfuerzo económico y personal, nadie hubiéramos llegado hasta aquí. Sin aguantar nuestras manías, nuestras pesadillas, sin que salieran a comprar ese rotulador sin el cual no podíamos subrayar los apuntes, o a buscar esos zapatos que nosotros no teníamos tiempo de comprar, sin que dieran la vuelta a la rutina para que la casa entera girara al ritmo de nuestros estudios, sin sus charlas o sus silencios según fuera conveniente, sin sus consejos o sus reprimendas, sin su paciencia ante nuestras histerias. Siempre digo que hay alguien que se alegra más de que un opositor saque por fin su plaza que el propio opositor: sus padres. Por supuesto, porque supone un triunfo y un orgullo incuestionable. Pero también, porque supone para ellos una liberación. Por fin se puede comer en casa a la hora que se quiera, se puede poner la televisión con el volumen que a uno le venga en gana y por fin se acabó eso de ver a un ser etéreo vagando en chándal o bata por la casa, mascullando unos textos incomprensibles y con el ceño eternamente fruncido. Por fin se acabó el chorreo constante de dinero en preparador, libros y apuntes. Por fin la vida puede continuar su curso en ese punto en que la dejamos en suspenso. Algo que no tiene precio.
Y ahí siguen. Interesándose por nuestro trabajo como otro día se interesaron por nuestros estudios Quedándose con nuestros hijos si tenemos guardia o los juicios se alargan. Y, como siempre, alegrándose si algo sale bien o entristeciéndose en caso contrario. Como siempre ha sido y como seguirá siendo.
Y algunos, incluso, leyendo estas líneas porque su hija o hijo se lo ha enseñado. Como mi madre, que seguro que no se lo pierde como no se pierde nada de lo que hago.
Así que, arriba el Madrepantojismo. Hoy no me voy a conformar con un aplauso. Os pido que nos pongamos en pie para dar una enorme ovación a todas esas familias que, con su apoyo, han logrado que lleguemos hasta aquí, aunque algunos físicamente ya no estén con nosotros. Porque sin ellos esta función nunca hubiera sido posible, ni podría seguir siéndolo.
Pingback: Cumpleaños: una año de toga y tacones | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Padres: la herencia | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Convocatoria: misería y compañía | Con mi toga y mis tacones