La familia y sus miembros, las relaciones entre ellos y las sagas familiares son un tema recurrente en el teatro y el cine. Como en la vida. Y en nuestro teatro les hemos dedicado varios estrenos. Con unos aplausos bien merecidos. Pero faltaba dedicarle uno a una figura importante, la del padre. Como han hecho muchas películas, desde Papá está en viaje de negocios hasta La vida es bella o Qué bello es vivir, desde Billy Elliot a En el nombre del padre. Con Sonrisas y lágrimas incluídas.
Y, aprovechando el Día del Padre, también nuestro teatro quiere hacer un homenaje a todos los padres del mundo en general, y al mío en particular. Como hice en su día con las madres . Mucho más allá de la figura del buen padre de familia a que se refiere tantas veces el Código Civil.
Mi padre ya se ha paseado otras veces por las tablas de nuestro escenario. De hecho, a él estaba dedicado el estreno referido a los abogados e hizo un cameo de lujo en el que trataba de la Justicia gratuita Y entonces prometí una segunda parte de esa historia tan triste y tan hermosa a su vez. La de una abogado enamorado de su oficio. Y hoy ha llegado el momento.
Mi padre llevaba toga, pero no tacones, obviamente. Pero creo que hasta eso le debo. Solía decirme que una mujer jamás debía salir de casa sin sus tacones y sus pendientes. Recuerdo que incluso cuando el destino le jugó la mala pasada de robarle la visión, me tocaba las orejas para comprobar que no cruzara el umbral sin ir como es debido. Con pendientes y con zapatos de tacón. No le hacía ni pizca de gracia que me calzara unas manoletinas o unas deportivas. Por desgracia, nunca llegó a verme con mi toga y mis tacones, porque nos dejó antes. Pero se aseguró, sobreviviendo más de lo que la enfermedad auguraba, a que no solo hubiera acabado la carrera sino que tuviera mis pasos encauzados hacia donde él quería que fueran, la carrera fiscal. Algo que a él también le hubiera encantado y que decía que a mí me iría como anillo al dedo. Y no se equivocaba. Días antes de marcharse, él y mi madre me regalaron un colgante con una balanza, que guardo como oro en paño para lucir en las grandes ocasiones.
Como conté en su día, él me transmitió su pasión por el derecho en general y por el Derecho penal en particular. Y su manera de entenderlo, como un servicio público y como un derecho fundamental a un tiempo. Mi padre asistió, en calidad de pasante, a la última ejecución de una mujer a garrote vil, la de la envenadora de Valencia, ésa que protagonizó aquel capítulo de la serie La huella del Crimen que muchos recordamos. Y justamente en ese punto empieza la segunda parte de una historia que prometí contar.
En esa ejecución estuvo también, cumpliendo con su oficio, un fiscal, tan joven y bisoño como mi propio padre. Y ambos comentaron que ojala sus desendientes vivieran en un mundo donde no tuvieran que cumplir con tan ingrata tarea.
Como el destino es caprichoso, y quizás mucho más que eso, pasados muchos, muchos años, juntó a las hijas pequeñas de aquellos dos hombres. Y las reunió en un escenario diferente, ejerciendo ambas como representantes democráticamente elegidas por sus compañeros en un órgano propio de la carrera fiscal. En plena democracia, tratando de defender el concepto de Justicia que ambas heredamos de nuestros padres, cuando ya ninguno de los dos estaba en este mundo. Cuando, tiempo después de ese momento, descubrí esta coincidencia, no podía creerlo. Pero a veces las cosas no pasan porque sí, y estoy seguro que, donde quiera que estén, disfrutarían el momento como nadie.
Y esta historia también tiene otro fleco. Relacionado con otra de las grandes pasiones heredadas, la literatura. Cuando mi padre perdió la vista, pasé mucho tiempo junto a él leyéndole novelas, como El lector de la película. Creo que eso también me marcó de por vida, además de ayudarme a hablar y leer en público tratando de transmitir todo lo posible, algo muy útil tanto en mi faceta de opositora como en mi trabajo. Como me marcó la afición por los libros, y por escribir. Mis padres siempre me recordaban una nota que dejó el jurado de un premio de redacción que gané en mi adolescencia: “nunca dejes de escribir”.
Le hice caso, y en esa faceta, me encontré con otra de las coincidencias que el destino se encapricha en regalarme. Cuando empecé a colaborar en Generación Bibliocafé, Mauro, nuestro querido editor, escribió un relato basdo en la película El Verdugo y una vivencia al respecto de su padre. Contaba que éste hablaba de la experiencia de un joven abogado que presenció aquella última ejecución de una mujer, y que, pese a sus esfuerzos, nunca consiguió localizarlo. Cuando leí su historia, no podía creerlo. Había dado con él, aunque fueran sus hijos quienes se encontraran. Y es que, como dije antes, nada pasa porque sí.
Así que hoy, día del padre, he querido dedicar estos pequeños recuerdos a mi padre. A esa persona que, a pesar de que vivió una época diferente, me transmitió unos valores de libertad, justicia e igualdad que han cimentado mi vida y lo siguen haciendo. A esa persona que, aún sin estar, me acompaña en muchos momentos de mi vida profesional y personal. Y que se da el capricho de, allá donde esté, montar aparentes casualidades para hacerse presente. Aunque no haga falta.
Por eso hoy el aplauso es para él. Y, con él, para todos los padres del mundo.
Como verás, nunca salgo de casa sin mis tacones. Ni sin tu recuerdo.
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Magnífico post. 👏👏👏
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Me ha encantado esta entrada. Suelo pasarme por este blog de vez en cuando y aunque nunca había pensado comentar, has conseguido que me emocione y, por lo tanto, decida escribir algo aunque sea breve. Soy estudiante de judicaturas y también perdí a mi padre hace algún tiempo. Un saludo y enhorabuena de nuevo por el blog.
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Muchas gracias 😊
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