Compamigos: gracias


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Más de una vez hemos tratado en nuestro escenario del lenguaje  Neologismos, barbarismos, latinajos y jerga varia que usamos, y hasta abusamos, según sea nuestro papel en la función. Palabras que el Diccionario de la real Academia admite o no según le parece a sus sesudos señores, a los que siempre me gustaría imaginar como los protagonistas de aquella película antológica en que elaboraban una Enciclopedia, Bola de Fuego, aunque mucho me temo que poco tenga que ver.

Por eso, hoy el escenario de Con Mi Toga y Mis Tacones ha decidido ayudar un poco a tan sesudos señores –y señoras, pero pocas- y hacerles alguna sugerencia. En primer lugar, como no podía ser de otro modo, cualquier día monto una petición colectiva para que admitan el término toguitaconada, y algunos otros que ya recogí en un estreno, el del Toguitaconidiccionario. Pero hoy quiero sugerirles un término nuevo: compamigos. Porque, si han admitido cosas como “amigovios”, que a mí me suena fatal, por qué no admitir esta sugerencia. Todo es proponérselo.

Y es que creo que la necesidad de acuñar este término es un hecho. En todas las profesiones hay colegas, compañeros y amigos. Y la fina línea que separa o une tales conceptos es difícil de delimitar. En el teatro, todos sabemos de compañeros de profesión que aparecen como los mejores amigos del mundo y luego no pueden ni verse. Y viceversa, porque para ellos está el tema adicional del papel que representan. Recuerdo que más de un actor, famoso por su papel de malo o mala, ha contado que ha sido insultado por la calle. Recuerdo que la primera vez que leí eso venía del intérprete del Falconetti de Hombre Rico, Hombre Pobre, que vino a España de visita y se encontró con gente que le espetaba insultos a la salida de su hotel. Y también he oído cosas parecidas de la malvada Angela Channing de Falcon Crest , la Alexis de Dinastía o el JR de Dallas. No quiero ni pensar si alguna vez el dibujo de la señorita Rottenmeier cobrara vida y me la encontrara en la calle. Le haría pagar todo lo que le hizo a la pobre Heidi y con ella a todas las niñas de la época. Faltaría más.

La cuestión es que en nuestro teatro también nos pasa algo parecido. Porque nosotros también interpretamos papeles que a veces nos enfrentan hasta llegar a hacer difícil deslindar lo profesional y lo personal. Pero hay una clase de personas, los compamigos, que siempre vienen a dulcificar cualquier situación, por dura que sea. Y sin los cuales es difícil sobrevivir en nuestra Jungla de Cristal.

Compamigos es, como cualquiera puede adivinar a simple vista sin necesidad de ser un lince, una combinación de “compañeros”, “amigos” y “colegas” –en el sentido de colegas de profesión y no de compadreo festero-. Y hay que diferenciar los términos.

Colegas, de una parte, son quienes comparten profesión. Sin más. Hay quien se refiere a los mimos como “compañeros”, pero eso es otra cosa. Ser compañero o compañera tiene un plus de generosidad y buen trato, el compañerismo al que ya le dedicamos un estreno que, por desgracia, no puede predicarse de todos aquellos que pertenecen al mismo colegio profesional se encuentran en el mismo escalafón. De hecho, hay colegas que son todo menos compañeros. Y que se caracterizan por hacer del zancadilleo profesional y el malrollismo su bandera, con un egoísmo que cualquiera ha vivido alguna vez. Los hay capaces de destrozar al que ven como enemigo aprovechando cualquier circunstancia personal o profesional. Quienes se oponen a un cambio de señalamiento por enfermedad de un familiar de quien comparten estrados, quienes aprovechan cualquier fallo para sacar ventaja, o quienes dedican su informe a despellejar al otro en lugar de defender su causa. Los ejemplos son miles.

Luego están los -y las- compañero/as, de los que ya se habló en su momento. Y, traspasando ese límite, tras haberse metido de lleno en el terreno, están los amigos que a la vez comparten toga, estrados o lo que sea. La compamistad, vaya. Personas que son capaces de ver la situación de apuro de una sin necesidad de decir nada, y que no solo la cubren, sino que fingen que no les cuesta trabajo o incluso que les viene de maravilla. Yo tengo compamigos y compamigas que me han cambiado guardias o juicios aduciendo que eran ellos quienes lo necesitaban, o han hecho cosas por mí fingiendo que lo hacían por sí mismos. Cualquier excusa es buena: a mí me viene mejor esa fecha, necesito reciclarme en esta materia, este asunto es interesante y tú ya has hecho muchos… Se les identifica enseguida. Hacen favores con una sonrisa y jamás piden que les sean devueltos. Y tenemos mucha suerte de que existan.

Pero que nadie crea que me refiero solo a profesionales del mismo cuerpo al que una pertenece. Ya es hora de que hayamos superados eso de Los chicos con los chicos y las chicas con las chicas y nos mezclemos, que el derecho ya hace tiempo que dejó de meterse en compartimentos estancos. Puede haber compamigos entre jueces, fiscales, abogados, laj o procuradores, juntos o revueltos. Y así debería ser siempre por el bien de la justicia y del ciudadano. Ya sabemos que la unión hace la fuerza.

Y, también hay otra categoría, que encaja a la perfección en el término compamigos: los compinches. Esos con los que se comparte química, principios, y ganas de luchar por ellos. Yo tengo unos cuantos, y me considero realmente afortunada por ello. Queridos compinches, también para vosotros mi guiño toguitaconado, que bien sabéis a quienes me estoy refiriendo.

Así que hoy el aplauso, como no podía ser de otra manera, para todos los compamigos y compamigas del mundo. Porque debieran ser declarados una especie a proteger. Con la toga puesta, o sin ella. Gracias por estar ahí siempre.

Y gracias también de nuevo a @JulioAntonio48 por prestarme su preciosa imagen para ilustrar este estreno

 

 

 

2 comentarios en “Compamigos: gracias

  1. Pingback: Nacimiento: muchas togas y un biberón | Con mi toga y mis tacones

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