Ya lo hemos dicho. Todas las profesiones tiene su jerga. El teatro la tiene, y también el nuestro. Pero dentro de él, siempre hay frases, palabras o expresiones que alguien acuña y se quedan ahí, como su pequeña aportación. Sea el artista o su personaje. La parte contratante de la primera parte evoca inmediatamente a Groucho Marx, en su ya famoso camarote de Una noche en la Opera, que cualquiera identifica rápidamente con un lugar lleno de gente. Y si hablamos de apatrullar la ciudad, rápidamente pensamos en Torrente en cualquiera de sus variadas entregas. Y en la tele, frases como un poquito de por favor, o ésta nuestra comunidad nos levan inmediatamente a una conocida serie de vecinos. Los ejemplos son miles, tantos como artistas hay, nadie renuncia a su propio vocabulario, que se crea incluso de un modo inconsciente.
También en nuestro escenario contamos con el nuestro. Algunas muestras vimos cuando hablábamos del código toga aunque hay muchas más, y las que vendrán, claro, al ritmo que les da por reformar y cambiar cosas.
Pero hoy voy a ir un poco más allá. Y haré un poco de umbralismo, esto es, hablaré de mi libro. De ese vocabulario toguitaconado que se ha ido gestando a través de muchos post.
Por supuesto, si hay una palabra reina en este blog, esa es togitaconado. Me toguitacono para ir a Sala igual que a veces me destoguitacono, que no solo de pan vive el hombre. Y, cuando no hay tacones en los togados, encontramos a los destaconitogados, que, según el caso, pueden ser o no toguipuñeteros. Y por supuesto, cuando hace falta, echo mano del clonador justiciero y me despliego en mis tres personalidades: Fiscalita, Taconita y servidora. Aunque reconozco que mi fiscalita interior siempre acaba por salir, hable quien hable.
Pero pongamos en marcha la Piedra roseta judicial -o sea, la Piedra Justicieta-o mejor, la Piedra Taconeta para poder entendernos. Y hagamos, de paso, un poco de blogterapia, qe nunca viene mal. Instalemos en nuestros dispositivos móviles la aplicación toguitaconadora y despeguemos.
La verdad es que estos últimos tiempos me lo han puesto fácil para tener que creer mi propio vocabulario. Las reformas express, hechas a toda prisa, no solo han hecho preciso un GPS legislativo para encontrar la legislación aplicable sino que han activado mi imaginación. Algo de bueno tenía que tener esa reformitis aguda, que de malo ya nos ha traido una lowcostización de la justicia por ese virus de disposicionadicionalismo que consiste en añadir una disposición adicional que dice que de dinero, nasti de plasti. Y que deja a Toguilandia sin recursos. O con unos pocos, como nuestra famosa y necesaria positprudencia, esas notas en posit que en ocasiones valen más que cualquier base de datos.
Y así, nos hemos encontrado con los levitos –o delititos– dignos herederos de nuestros añorados juicios de faltas. Con el investigado, que ha susititido al imputado y que nos sume en la zozobra de cómo se dirán algunas cosas, como el auto de investigación, que se pone cuando como resultado de la investigación se atribuye un hecho a alguien. Y si no, ¿qué se hace?, ¿se desinvestiga?. Y claro, en esos cosas no nos queda otra que hamletear en un mar de dudas o hacer un ejercicio de brujalolismo. O esperar que el todólogo de turno nos lo cuente, que siempre hay un listo que habla por la tele y sabe más que nadie. O acudir a la twiteroteca, fuente eterna de conocimiento como todos sabemos.
Otra de las aportaciones de las ultimas reformas ha sido la máquina seismsizadora, esto es, un ingenio que pretende convertir en seis meses lo que los medios materiales no permiten hacer en ese tiempo. Causándonos una tendinitis cruzadédica de tanto cruzar los dedos a la espera de que no pase nada peor. Que después de tropemil -o hijoemil, o muchomil– reformas, ya anda una curada de espanto.
También nos hemos encontrado con el fenómeno Ruedas 0, hijo putativo de esa quimera llamada papel 0 y la realidad del papel arrastrado en los carritos de super. Y, por supuesto, con otro fenómeno llamado belenestabilización de la justicia, dado en los medios donde cualquiera opina de justicia como si fuera un catedrático. Incluido el vecino, en ese ejercicio de vecinismo que todos hemos vivido.
Pero no todo iba a ser malo. Tenemos para animarnos la vida nuestros pongos, con los que aderezamos los despachos, por más que resulten extogavantes. Y tenemos también nuestras propias estrellas de las togas, Napoleón Togaaparte.
Y con todo y con eso, seguimos adelante. Entre ojiplática y toguientusiasmada, como suele pasar, hacemos guardias, juicios y lo que se presente e intentamos mantener el buen humor, la ilusión y las ganas. Tanto que, a veces, a base de mimarnos y darnos ánimos, somos casi casi yonkis de Mimosín.
Pero que no decaiga. Arriba las togas. Seguiremos poniendo imaginación e ilusión. Y mientras tanto, podremos en marcha el ovacionador togitaconado.
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