Barbarismos: ¿ok?


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Hoy en día, el mundo del espectáculo bebe fundamentalmente de fuentes anglosajonas. Eso, unido al esnobismo de hacer creer que se sabe más cuantas más palabrejas se usen, hacen que a veces las entrevistas o los reportajes acaben siendo galimatías de difícil comprensión para los no iniciados. Los remakes, spin off, flash back o making off, que ya van cobrando carta de naturaleza aunque sean fácilmente traducibles, se unen a la manía de meter anglicismos a punta pala para parecer más enteradilla, y se hacen selfies en lugar de autoretratos, make up en lugar de maquillarse o lucen un nuevo look en lugar de un nuevo aspecto, más flamante aún si practican el running o el spinning en lugar de correr o hacer bicicleta estática y llevan un estupendo modelito que no confesaran a nadie que consiguieron low cost en un outlet –saldo de toda la vida- que por algo son it girls. Faltaría más. Que para eso somos unos genios del Spanglish.

¿Hemos recogido esa tendencia en nuestro escenario? Pues eso parece, por paradójico que resulte. Y es que en un mundo que nutría sus raíces en el latín la última tendencia es eliminarlo, que no lo digo yo sino organismos internacionales. Y por más que, como veíamos en otro estreno, los latinajos pueden resultar pedantes, en ocasiones son difícilmente sustituibles. Que por más que lo piense no me resulta fácil imaginar a una defensa diciendo “en caso de duda hay que estar a favor del investigado” en vez de “in dubio pro reo”. Y menos aún decir que “el juez ha de conocer el Derecho”, que suena incluso grosero, en vez del exquisito “iura novit curia”. ¿Y como traducimos eso de “excusatio non petita, acusatio manifiesta”, que aunque no sea estrictamente jurídico, a veces viene al pelo? ¿”Te he pillao, bacalao”?. Difícil, difícil.

Pero lo que no deja de resultar curioso es que, al mismo tiempo que eliminamos el latín, y proscribimos a los Ticio, Cayo y Sempronio de nuestros tiempos de Universidad al ostracismo,  nos vendemos Por un puñado de sextercios a la invasión del Follow Me. Como se vendía el profesor de Derecho Romano de Estico. Están locos estos romanos, como dirían Asterix y Obelix.

En mis tiempos de estudiante, y más aún en los de opositora, me resultaba chocante introducir en algunos temas determinadas palabrejas. Llegado el momento, ni siquiera sabía si optar por la pronunciación tal cual sería en español, al más puro estilo Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí, o ponerme pedantilla y tratar de emular a Shakespeare, como si un Pigmalion imaginario me hubiera repetido hasta la saciedad que la lluvia en Sevilla es una pura maravilla. Al final, nos quedábamos a mitad camino, tratando que eso pasara de lo más desapercibido. Recuerdo todavía que en mi examen de oposición, en que en Derecho Laboral tuve que hablar de la huelga y los conflictos colectivos, me daba hasta reparo la referencia al label, una práctica consistente en etiquetar determinados productos para dejar constancia del conflicto. Juraría que incluso bajé la voz para pronunciar aquella palabra.

Pero ahora, derivada de la globalidad del mundo en que nos movemos, aparecen anglicismos que tienen pinta de quedarse para siempre. A estas alturas, quien no sabe lo qué es el Compliance –o finge saberlo- no es nadie. Hasta la Fiscalía General del Estado se apresuró a sacar una instrucción sobre el tema, no vayan a pillarnos con el pie cambiado.

Y hay más ejemplos. Mi buen amigo notario amigo Francisco Rosales lleva varios días a vueltas en su blog con el crowfunding, que para mí no es otra cosa que la tradicional colecta, pero que a él le llevaba incluso a evocar a la usura, paradójicamente una institución cuya regulación data nada menos que de 1908.

Pero si hay una materia donde los palabros surgen como champiñones en una casa con goteras ésa es toda la que se relaciona con la informática. Parece ser que las raíces castellanas no casan bien con el software y el hardware y hay que hablar de phising o pharming para dar nombre a estafas mondas y lirondas cometidas pantalla mediante, de crackers –aunque la mayoría de gente hable de hackers– para referirnos a piratas informáticos y de malware para aludir a un sabotaje como un piano de grande.

Otro campo abonado para el anglicismo viene dado por el que se refiere a delitos con connotaciones sexuales. El sexting, esto es, difundir públicamente imágenes íntimas de la víctima, no ha encontrado vocablo español que traslade su significado por completo, pero constituye una clara amenaza o coacción –llegando al soborno a veces-y, si las imágenes íntimas se llegan a difundir, una revelación de secretos. Que todos relacionamos de inmediato con una concejala de un pueblo castellano -no de New Jersey, por cierto- que luego se ha convertido en habitual de realitys y prensa del hígado.

Pero ninguna falta hacía llamar stalking al acecho ni bulliyng al acoso, vaya. Y seguro que también encontramos término justo para otras prácticas repugnantes como el grooming –o child grooming, si se trata de menores- , esto es, engañar a alguien para conseguir acercarse con fines sexuales. Lo que se viene haciendo, por desgracia, por algunos desalmados, desde que el mundo es mundo, aunque no existiera Internet como vehículo.

En definitiva, nada nuevo bajo el sol. Ya desde hace mucho asumimos con normalidad cosas como el marketing, cuyo nombre se aleja bastante de la lengua de Cervantes. Y contratos como el de garaje, heredero de una lengua ajena pero ya totalmente asumido, o el factoring.

Así que ahí seguimos. Y mientras me tomo un muffin con un smoothie – o sea, una magdalena y un batido pagados a precio de oro-, daré el aplauso de hoy a quienes saben usar la erudición solo cuando es preciso, en latín o en inglés, en estrados o fuera de ellos. Porque en el término medio está la virtud, aunque a veces no sea fácil encontrarlo.

 

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