Despedidas: memoria y olvido    


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Hay veces que al escenario no le queda más remedio que vestirse de luto. Por más que el espectáculo haya de continuar, sus protagonistas sufren pérdidas que les tocan en lo más hondo, y no pueden cerrar la puerta y seguir adelante sin más sin echar una mirada atrás pensando en lo que quedó en el camino. Lo que el viento se llevó pero, sobre todo, lo que no se pudo llevar, un haz de Sonrisas y lágrimas que quedan Por siempre jamás.

Así que por esta vez, esta toguitaconada no centrará tanto su atención en el imperio de las togas sino en lo que hay dentro de ellas, tan adentro que difícilmente dejamos que se descubra más que en contadas ocasiones. Y ésta es una de ellas.

Hace apenas unos días despedíamos a una persona a la que quise –y aun quiero, y seguiré queriendo-  mucho: mi tía Marina. Podría decir que era una segunda madre para mí, pero no lo diré, porque las madres no tienen número de escalafón como nuestras carreras. Y porque podría parecer que decir segunda era aludir a un recambio por si me fallara la primera. Y, por suerte, nada de eso. Tengo a una madre  a la que ya he dedicado más de un estreno, y también tuve otra, siempre a su lado. Soy afortunada. Como los petit suis, a mí me daban dos.

Quizá alguien se esté preguntando qué tendrá que ver todo esto con mi toga y mis tacones. Y, aunque podría hacer valer el comodín del publico y decir, como otras veces, que este es mi escenario y puedo elegir las funciones que represento, no haré uso de ello. Porque, ella, me creais o no, es parte responsable de que esta función exista y se represente dos veces por semana, sin faltar a las tablas. Y por eso tampoco he querido que falte hoy.

Decía que es en gran parte responsable. Y, probablemente, más de lo que ella, ni nadie imagine. Pero a ella le debo mis primeros tacones de lunares, precisamente los de la imagen que he rescatado para ilustrar esta función especial. Unos tacones a juego con el traje de gitana con el que me paseaba orgullosa por su querida Granada, y con los que aprendí a pisar bien fuerte desde mi más tierna infancia. Tenía buenas maestras.

No sé si llegó a saber de esa influencia en lo que, al correr del tiempo, se convertiría en este espacio mágico. Por desdicha, cuando este blog vio la luz por vez primera, hace ya tres años, la suya, la que la iluminó siempre, empezaba a apagarse, llevándose cada día un recuerdo nuevo de los que llenaban su memoria. Pero, por más que quiso llevarse el destino que le tocó en suerte, hubo algo que no consiguió arrebatarle ni arrebatarnos: su sonrisa. Mi tía fue olvidando muchas cosas, pero jamás olvidó sonreír. Hay cosas tan fuertes que ni la más cruel de las enfermedades puede llevarse consigo.

Con esa misma sonrisa la recuerdo paseando por Granada siendo yo una cría que hablaba por los codos. Tanto que no hace mucho tiempo, cuando después de muchos años, fui a esa ciudad a “hablar de lo mío”, como ella decía, aún me regaló una preciosa anécdota. La profesora de Derecho Penal que iba a moderar la mesa en la que yo intervenía, mientras estábamos comiendo, me dijo “yo te conozco de bebé”. Cuál no sería mi sorpresa teniendo en cuenta que, por aquel entonces, ni siquiera mis hijas eran ya “bebés”. Pero ella recordaba perfectamente cómo mi tía me paseaba por allí, y cómo presumía de mí cuando me llevaba a la piscina Neptuno y la gente hacía corro para oír parlotear sin parar a aquel mico que no levantaba un palmo del suelo que era entonces yo. Tal vez fue el principio de todo, y sea ella la responsable de que, tanto tiempo después, decidiera encauzar mi vida hacia una profesión y una afición que gira en torno a la comunicación con la gente.

También esa sonrisa me acompaña en todos los recuerdos agradables de mi vida, en todas las celebraciones, en ese momento mágico de aprobar las oposiciones y empezar una vida profesional en este escenario que también le pillaba muy cerca. No podía ser de otro modo, con un marido, mi tío Juan Antonio, considerado uno de los padres de la Medicina Legal, y una familia que anda alternando las togas y las batas de médico, los códigos con el bisturí. Es difícil recordar una comida familiar donde no saliera a colación un asunto complicado, un juicio, una anécdota, una autopsia, una sentencia o cualquier precepto legal. Y tan felices.

Ignoro si allá donde estés, junto con él, con mi padre, y con aquellos que se nos han ido, podréis leer estas palabras. Pero no dudo ni por un momento que os sentaréis a la mesa y no faltará una sentencia, un juicio, una autopsia o un asunto complicado. Y que allí estarás, pisando fuerte con tus tacones, tu melena y tus pendientes largos, como a mí me han gustado siempre. Y por supuesto, con tu sonrisa, la que nunca perdiste.

Hoy el aplauso es para tí. Y, contigo, para quienes se han ido, y para quienes seguimos en este escenario toguitaconado porque es lo que querríais. Porque la vida sigue, pero el recuerdo queda para siempre.

 

4 comentarios en “Despedidas: memoria y olvido    

  1. Precioso homenaje, Susana. Como preciosos son tus recuerdos, recuerdos en los que nos has llevado de paseo y hemos podido oír el ruido de tus tacones de niña y ver la sonrisa de tu querida tía, que te dejó la mejor de las herencias: la alegría y el cariño.

    Besos.

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  2. Pingback: Gracias: lo bueno del año | Con mi toga y mis tacones

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