¿Hay algo más propio del mundo del espectáculo que la madre de la artista? Personaje imprescindible donde los haya, sea en versión madre de folklórica, cancerbera de hijo prodigio o mater amantísima, el madrepantojismo es una especie propia en el teatro, y también merece su estreno en grandes rótulos luminosos y con toda la pompa. Que no en balde hasta la decisión de echarse a la arena responde a la frase “Mamá, quiero ser artista”, y si es con boa de marabú y bajando unas escaleras, mejor que mejor.
Las madres han sido protagonistas de muchas obras, y tienen un importante papel en otras, Mamá cumple cien años, Mater Amantísima, La Madre de la Novia, y la inquietante e inolvidable madre del Norman Bates de Psicosis, siempre presente en las peores pesadillas. Porque madre no hay más que una.
Por eso, y más acercándose el día a ellas dedicado, -aunque fuera por obra y gracia de los grandes almacenes que se empeñaron en promocionarlo-, no está de más aprovechar la ocasión para reivindicar a esa figura tan importante en tantas vidas.
En nuestro teatro, las madres están presentes por donde quiera que haya un estreno. Desde las abnegadas madres de estudiantes, y, más aún, de opositores, hasta las no menos abnegadas madres de profesionales que, en el papel de abuelas sin fronteras, acuden en cualquier momento a la llamada de ese papá o mamá al que un señalamiento, un cliente o una guardia a destiempo les dejan fuera de juego en sus deberes paternofiliales. Por que la conciliación, cuando Entre Togas anda el juego, deja mucho que desear.
Pero quizá alguno que otro esté preguntándose qué tienen que ver las madres con nuestro gran teatro de la Justicia. Craso error. Seguro que muchos ya lo saben, pero para los que no lo han pensado, mucho más de lo que imaginan.
Hablaré de mi madre, pero con el convencimiento que ella representa muchas más. Como decía, pocas personas creo que encajen más en el papel de La Mujer Justa que ella misma. Y no solo porque en su vida se haya visto rodeada de personas que de uno u otro modo nos dedicamos a la Justicia, sino porque, tal vez, si ella no nos hubiera inculcado su enorme sentido de la Justicia, jamás nos lo hubiéramos planteado.
Ya lo he contado otras veces. Mi madre pertenece a esa generación de mujeres a las que una terrible posguerra y una sociedad injusta les impidieron estudiar lo que su talento merecía, haciendo con ello que ellas perdieran pero, sobre todo, que perdiera la sociedad. Pero, como tantas otras, no había de resignarse, y aportó y aporta al mundo de muchas otras maneras. En su caso, cerca siempre de esa balanza que representa la justicia. Fue mujer de abogado, y luego madre de estudiante de Derecho, madre de opositora y finalmente -hasta el momento- madre de fiscal toguitaconada. A ella le debo parte de mi vocación, gran parte del mérito de haber aprobado la oposición, y, por supuesto, la posibilidad de poder ejercer de fiscal y de madre, porque siempre ha estado de guardia para que yo pudiera hacer lo que la guardia, o cualquier otro menester me requería.
Pondría la mano en el fuego de que, a sus 92 años, a día de hoy sería capaz de redactar una demanda, hacer un escrito de acusación o dictar un auto de procesamiento sin despeinarse. Aunque jamás pisara la universidad ni pudiera toguitaconarse. Compartió atenta la vida profesional de su marido, mi padre, y fue sus ojos cuando a él el destino le jugó la mala pasada de robarle la visión, aunque no la vocación ni el gusto por la abogacía. Aún recuerdo las horas que pasaba leyéndole sumarios hasta que él aprendía párrafos de memoria para poder hacer su informe en la sala de vistas. Mientras, una niña escuchaba e iba quedándose con trozos de toda aquella historia que un día ella misma continuaría, aunque ya lejos del papel carbón y del papel cebolla con que jugaba a ser como su papá. También la recuerdo, años más tarde, tomando los temas a aquella niña que ya se había hecho mayor y había decidido hacerse fiscal, en un momento en que se quedó sin preparador. Por suerte, ese momento no duró mucho, porque si la pobre hubiera tenido que continuar aguantando semejante latazo, quizá la historia hubiera sido otra. O no.
Ahora, con mis hijas en una edad que permite tomarse muchas más libertades que el momento culminante de la crianza, mi madre ya no hace guardias con mis guardias. Pero ahora ha asumido otro nuevo papel, más cerca de la toga y los tacones que nunca. Un papel que no es otro que el de lectora fiel de este blog, esa espectadora de lujo que está siempre en primera fila en todas las representaciones.
Porque sin ella, nada de esto habría sido posible. Por eso hoy el aplauso no es solo un aplauso. Es una ovación cerrada para ella y para todas las madres que siempre están ahí. Porque no hay homenaje más merecido que éste.
Bravo por el articulo, compañera! Bellísimas palabras para tu madre q seguro releerá emocionada un reconocimiento tan merecido, sí señor!
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