Plegarias: a la desesperada


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La referencia a santos, a la Virgen María y a toda la iconografía religiosa es moneda frecuente en los escenarios. Toda la retahíla de películas de Semana Santa, que repasan la Biblia de cabo a rabo, y cuarenta años en nuestro país con un estado confesional, dan para mucho. Tanto, que, independientemente de si se cree o no, Dios y todos los santos aparecen por doquier con imprecaciones a la desesperada, en frases de cualquier guión y hasta en títulos de cualquier película o serie. Dios mío, pero qué te hemos hecho o Señor dame paciencia. Y hasta para agradecer cualquier coa sacamos la religión de paseo, diciendo Gracias a Dios es viernes –aunque dejaron el título en su original anglosajón- o Y Dios creó a la mujer. Aunque a veces, visto lo visto, ganas dan de decir, como la tribu primitiva ante la botella de Coca-Cola, que Los dioses deben estar locos.

Que levante la mano quién no haya acudido alguna vez, aunque sea a la desesperada, a eso de “rezar lo que sepa” o a encomendarse a todos los santos, y hasta a decir “Jesús” si se estornuda. Y todavía se escucha, y hasta se lee, eso de “dios mediante”, “gracias a dios” o “si dios no lo remedia”. Tengo una buena amiga, atea declarada, que incluye con frecuencia en su vocabulario eso de “de toda la vida del Señor”, y otro que pese a no profesar religión alguna, exclama «por los clavos de Cristo» más de una vez. Y también despotricamos porque algo se encuentre «donde Cristo perdió el gorro» por más que no pueda imaginármelo con ducha prenda. Y, como Escarlata, a dios ponemos por testigo de muchas cosas, que a veces es imposible desentrañar el nudo entre tradición, cultura y religión, aunque se sea poco o nada religioso.

Y claro está, nuestro teatro no puede ser una excepción. Más bien al contrario. Con eso de “a situaciones desesperadas, soluciones desesperadas”, pues todo vale, porque situaciones desesperadas hay para aburrir. Y aunque sea cierto lo de que solo nos acordemos de Santa Bárbara cuando llueve, lo que ocurre es que aquí llueve a raudales. Y no solo el agua que entra por las goteras de más de una sede judicial.

Pero las imprecaciones a santos y vírgenes no empiezan al ponerse la toga, sino mucho antes. ¿O acaso no nos afanamos, directamente o por la intercesión de madres y abuelas entregadas, a poner velitas y hasta hacer promesas para aprobar un examen? ¿O a llevarnos estampitas, medallas y relicarios varios para que nos echen una manita? Ya he contado algunas veces que yo me presenté en el examen escrito con un San Pancracio, con peana y perejil incluido, que me regaló una tía mía, la misma que luego me regaló mis primeras puñetas. Sin olvidar, por supuesto, otros amuletos paganos, como búhos, monedas o cualquier otro fetiche, en una curiosa amalgama entre lo religioso y lo profano. Y ello incluye todo un ritual de bolis de la suerte o prendas de ropa de la suerte, que tengo un compañero que casi pilla una pulmonía triple empeñado en ponerse su suéter de la suerte, un primaveral jersey de hilo, a pesar de que nos examinábamos en enero y en Zaragoza, con el mercurio bastantes grados por debajo de cero. Porque lo cortés no quita lo valiente.

Y las plegarias no acaban una vez entramos como miembros de pleno dercho en Toguilandia. Qué va. Aquí es literal más que en ningún otro ámbito lo de “a Dios rogando y con el mazo dando”, en cualquiera de los lados de estrados en que nos encontremos. Y así, una encuentra cosas como la de la imagen que ilustra este post, que hallé circulando en redes sociales, en la que se incluye una rogativa a San Judas Tadeo para que Lexnet consiga llevar el escrito a buen fin. Eso sí, con sus precepetivas copias. Y no es para menos, viendo lo que ocurre. Que los profesionales pasan más tiempo peleando porque el escrito llegue que elaborándolo y estudiándolo. Las cosas que ocurren cuando se invierten los términos y en vez de poner la tecnología a nuestro servicio, somos nosotros quienes nos tenemos que poner al servicio de la tecnología.

Y es que es casi imposible esperar una sentencia, o el veredicto de un jurado, sin caer a la tentación de encomendarnos a todos los santos, alternándolas con el cruce de dedos tradicional. Aunque también hay quien se acuerda del demonio, y hasta cree haberlo visto reencarnado en algún lugar de la sala de vistas. Leyenda o no, que cada cual decida. Aunque no niego que más de una vez me viene a la cabeza eso de que el diablo, si se aburre, mata moscas con el rabo.

Lamentablemente, no cesan las situaciones para rezar a todo el santoral en nuestro teatro. Desde ahelando la creación de plazas y juzgados que nunca llega, la publicación del concurso resolviendo un traslado  ansiado, la resolución de un pleito en uno u otro sentido y mil cosas más. Algunas, mucho más prosaicas, como la del letrado desesperado con lexnet, o la llegada en el correo de determinada causa, que nos tiene en vilo y por fa por fa que no me entre el día antes de vacaciones que me da algo. Seguro que a más de una y más de uno le suena.

Aunque he de confesar que al santo al que tengo en gran estima es a San Cucufato. Que lo de perder algo y hacer el famoso nudo para encontrarlo me lo veo hecho y reconozco que con buenos resultados, sea por intercesión divina, por mera superstición o por efecto placebo. Son tantas las veces en que he mascullado eso de “San Cucufato, los cojones te ato y hasta que no aparezca lo que sea no te los desato” que el pobre debe tener una seria lesión en la parte afectada. Pero así y todo, sigue funcionándome. Y pobre de él y de la parte más delicada de su anatomía si me falla.

Lo peor de todo es que, visto lo visto, y como quiera que la experiencia es la madre de todas las ciencias, muchas veces llegamos a exclamar eso de Virgencita que me quede como estoy, como en el chiste, porque algunas soluciones no hacen otra cosa que desvestir a un santo para vestir otro. Una vez y otra.

Por último, vaya por delante el enrome respeto que esta toguitaconada tiene a quien cree, a quien no lo hace, y hasta a quien no lo tiene claro. Y que, como lo que abunda no daña, estoy segura de que una ayudita adicional de las alturas no puede hacernos daño.

Así que hoy el aplauso no puede ser para nadie más que para Santa Paciencia y su legión de seguidores. Voluntarios u obligados. A ver si alguna vez le dan un descanso a la pobre.

 

 

 

3 comentarios en “Plegarias: a la desesperada

  1. Pingback: Ocurrencias: tiritas y apaños | Con mi toga y mis tacones

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