No siempre quien quiere filmar una película o producir una obra de teatro tiene a su disposición todos los medios que quisiera. Más de una vez se ha de suplir con ingenio aquello que se quiere representar y de lo que que no se dispone. Como los cocos con los que hacían el ruido de los caballos galopando en la radio, o el sonido de agitar determinados elementos para imitar el ruido de la lluvia. La misma magia de los Efectos Especiales cuando eran más efectos y menos especiales.
En nuestro teatro, por desdicha, no podemos presumir de estar en Matrix. Más bien de un Mc Gyver al que a veces le falta incluso el chicle usado y la horquilla del pelo para fabricar cualquier cosa. Y así seguimos. Y seguiremos, me temo.
Pero como siempre hay un roto para un descosido, y a grandes desgracias, grandes remedios, Toguilandia seguro que no nos defrauda, porque está llena de seres que, desde cualquiera de los lugares del escenario y las bambalinas, andan estrujándose los sesos para poner tiritas pa esta Justicía partía.
Le he dicho más de una vez a uno de los jueces con los que trabajo que merece una Raimunda más que nadie. Y hoy, aquí y ahora, me afirmo y ratifico. Y conste que no es por su entrega, ni la calidad de sus resoluciones, aunque pudiera serlo. Es, simple y llanamente, por salvarnos la vida. Su reacción de acudir presto al hipermercado más cercano y hacerse con un ventilador de lo más tradicional ha hecho mucho por la justicia. Entre otras cosas, permitir que profesionales y justiciable podamos sobrevivir en pleno verano en una sala sin ventilación y con una climatización que no es el paradigma de la eficiencia. Y si a eso unimos el spray para los bichos y el ambientador, proporcionados por no recuerdo quién pero que también merecería ser condecorado, tenemos un claro ejemplo de cómo poner parches a una situación más o menos precaria –más bien más que menos- Raimundas, per tutti.
No es esa la única ocurrencia, ni siquiera la más original, aunque puede que la más sencilla a la par que eficiente. También hay que recordar que ese era el padre de todos los ventiladores, pero tiene hijitos de colores por doquier, repartidos por las mesas de funcionarios y funcionarias, que no han logrado alivio con la solución de cierta política consistente en hacerse una abanico doblando un folio varias veces. Y es que el calor es lo que tiene, aunque a veces sucede al contrario. Es tan fuerte el chorro de aire frío que cae desde determinados sitios que se ha organizado un sofisticado sistema de choque consistente en paraguas invertidos justo en el epicentro de la ventolera.
Si hay algo versátil en nuestro mundo, eso son las gomas. Ese pequeño adminículo de papelería que en muchos sitios ya ni se ve, pero que en nuestro caso es imprescindoble. Gomitas aparecen por todas partes, destinadas a apilar expedientes para su traslado en el inevitable carrito de supermecado y, de paso, asegurarse de que los tomos no se desparramen en una verdadera catarata de papel-no-cero. Niágara judicial, vamos, con el permiso de Marilyn. Pero tienen más utilidades: tan pronto srven para apretar un cable como para asegurarse de que un USB haga contacto. Y oye, en un momento dado, son un objeto apto para hacer el famoso nudo al pobre San Cucufato en busca de la cosa perdida y hasta para hacerse una cola de caballo.
Por supuesto, sin olvidar a los posits, uno de los bienes más preciados en nuestros juzgados y fiscalías, que tan pronto advierten que una causa tiene preso, del teléfono del informático o del ulterior trámite procesal. Junto a ellos, la grapadora y su antagonista, la desgrapadora, dotadas ambas de cierta tendencia al escapismo. De ahí que entre en juego otro cásico irrenunciable: el tipex. Con él se rotulan grapadoras, desgrapadoras y hasta sillas, que, como una se descuide, desparecen como por arte de magia. Y ello podemos unir los cordelitos, como el que une mi desgrapadora a mi cajón, para evitar tentaciones. Y, para rematar el equipo, la cinta aislante, que no sé si aisla algo, pero igual sirve para confeccionar estanterías, para sujetar una ventana rota que para hacer rudimentarios topes a las puertas.
No obstante, uno de mis recursos preferidos es el más barato de todos. No requiere nada, ni siquiera un posit ni un boli bic, sólo un poco de ritmo y ganas. Y éste no es otro que el truco consistente en agitar el toner de la impresora como si fuéramos Machin con sus maracas, cuando los folios empiezan a aparecer en blanco y gris en lugar de en blanco y negro. Así que ya saben qué se cuece si al pasar por un despacho oyen eso de ¡¡Asuucar!!.
Así que hoy, sin duda alguna, el aplauso es para quienes se las ingenian para solventar los problemas con ingenio y eficiencia. Los que ponen las tiritas en esta justicia con medios low cost. Que al menos batir fuerte las palmas no cuesta un euro.