Todo el mundo sabe lo que son las tradiciones. Y también todo el mundo, lo reconozca o no, tiene apego a algunas de ellas, sean comunes a un grupo cultural o territorial, sean propias de una familia o grupo de amigos o amigas. Muchas películas se hacen eco de eso de las tradiciones de las novias de algo azul, algo prestado, algo nuevo y todo eso, y así lo organizan en sus Planes de boda hasta el punto de llegar a una Guerra de novias capaz de romper una amistad. Otras muchas nos embuten las pantallas de espíritu navideño con toda su parafernalia de Santa Claus, Navidades blancas y compañía, o nos llenan de corazones hasta el coma diabético por El día de los enamorados. Es inevitable.
Hoy es un día especial en mi tierra, Valencia. Es nuestra fiesta, el 9 de octubre. Y he decidido celebrarlo con un estreno especial que empezaré, cómo no, rememorando una tradición de la que guardo recuerdo desde niña, mucho antes de que este día fuera el Día de la comunidad autónoma porque, entre otras cosas, todavía no existían las comunidades autónomas –veterana que es una-. Como decía, mucho antes de todo eso ya celebrábamos ese día como el Día de Sant Dionís. Algo así como San Valentín en versión valenciana, bastante más majo que el querubín regordete lanzador de flechas. Un día en que los hombres reglaban a las mujeres “la mocadorà” –la pañuelada-, un pañuelo que envolvía unos dulces riquísimos de mazapán con forma de frutas diminutas. No he estudiado de dónde viene esa tradición , pero me cuentan que era un modo de comenzar el otoño, regalando un pañuelo para cubrirse de los primeros fresquitos envolviendo unos dulces que representan la huerta valenciana, algo que nos es tan propio. Fue después cuando ese día cobró carta de naturaleza y rango de día festivo propio, así que Toguilandia cierra sus puertas, salvo el juzgado de guardia, que permanece inasequible al desaliento. Más de una vez he trabajado por esa razón en tal día, y muchas veces hay alguien que tiene el detalle de endulzarnos la vida con esas frutitas de mazapán, comidas a pellizcos entre detenidos, órdenes de protección o cualquier otra incidencia que se presente, incluidos levantamientos de cadáver. Recuerdo una vez que asistí a uno tal día como hoy, con esa sensación amarga que se te queda en el cuerpo al comprobar que el dolor no respeta el calendario, y eso no hay mazapán que lo endulce. Gajes del oficio.
Hoy me quería acercar a una tradición en particular. La de la procesión cívica de la Senyera. Nuestra bandera también se llama así, no es una denominación exclusiva de Cataluña, como tampoco es la de Generalitat, que es como igualmente se denomina nuestro órgano de gobierno. Cada vez que oigo lo de “procesión cívica” me acuerdo lo que pensé la primera vez que lo escuché, porque me parecía una contradicción en sí misma, ya que siempre había relacionado procesión con religión, vírgenes, andas, cirios y cruces. Pero claro, por mucho que lo diga la Constitución, nos cuesta recordar que el nuestro es un estado aconfesional, y todavía quedan muchas cosas que parecen contradecirlo, como crucifijos en salas de vistas que, aunque cada vez menos, haberlos, haylos. También recuerdo en un tiempo no muy lejano haber visto representantes de la judicatura y la fiscalía en las procesiones, cirio incluido. Contradicciones que todavía nos quedan.
Lo de la procesión cívica no es nuevo, y ahí era donde quería ir a parar. Permitidme que, tal día como hoy, saque pecho y presuma de apellidos ahora que comprendo muchas cosas que de niña no comprendía. El de la imagen que ilustra este estreno es mi abuelo, y la imagen es de la procesión cívica de 1933, cuando él era alcalde de Valencia. Ya entonces había procesiones que nada tenían que ver con la religión y ya entonces se paseaba la Senyera con orgullo. Y con más orgullo diré que fue precisamente él, Manuel Gisbert Rico, quien rescató del olvido el penyó de la Conquesta, reliquia de los tiempos de Jaume I que andaba olvidada en algún rincón del consistorio. Es de las pocas cosas que sé de él, además del lugar donde está enterrado y que hay una calle –muy cerca de la Ciudad de la Justicia- que lleva su nombre. Murió pocos años después de la Guerra Civil, y apenas nos contaron nada de él, y tampoco sé cuánto hay de verdad y cuánto de autoprotección en lo poco que sabemos. Sí sé que esas informaciones tampoco coinciden con las escasas y no demasiado fidedignas que he ido encontrando. Sin ir más lejos, hace apenas unas semanas me escribió alguien que lo conoció contándome una preciosa historia, después de haberme visto en la tele y, tras atar cabos, haberme localizado en este blog. Pero esa historia la guardo para cuando tengamos ese proyectado encuentro y decidamos sacarla a la luz. Como he dicho algunas veces, la memoria histórica no solo está en fosas comunes y cunetas, está en todas aquellas historias que nos hurtaron del recuerdo para siempre.
Me hubiera gustado, como he hecho otras veces, como hice con mi padre o con mi tía, poderle haber dedicado un estreno lleno de recuerdos personales y de alusiones a un legado que no he llegado a conocer. Más aún sabiendo que además de maestro y político fue abogado y podría haber enriquecido mi toga y mis tacones con su toga y sus recuerdos. No ha podido ser. Pero sí tengo su imagen en esa procesión cívica, presidiendo el homenaje a la Senyera. Ojala esos símbolos sirvieran para unir a los pueblos y no, como ha pasado más de una vez y sigue pasando, como excusa de enfrentamientos que acaban en juicios o en cosas peores.
Solo me queda pedir disculpas por este estreno atípico que, aunque parezca que poco tiene que ver con Toguilandia, tiene más relación de lo que creemos. Sin ir más lejos, sin él no estaría aquí. Por eso hoy mi aplauso es un homenaje a mi abuelo, y a todas esas personas que aun, sin conocerlas, han marcado nuestras vidas. Y un guiño extra a valencianos y valencianas, de nacimiento o corazón. Feliz 9 de octubre