Pánico escénico: togas que tiemblan


pánico escénico

Todos hemos oído hablar alguna vez del pánico escénico. Algunos, inlcuso lo hemos podido ver alguna vez en algún escenario, más bien amateur que profesional. Pero en todas partes cuecen habas, y no hace mucho una famosa cantante se veía obligada a tomarse un descanso por haber sufrido semejante mal. ¿Y quien no ha vivido, como espectador o hasta como intérprete, esas funciones del colegio donde algún niño se queda literalmente petrificado en mitad del escenario, o sale corriendo en busca de su mami? Y es que el pánico escénico es lo que tiene.

Y en nuestro escenario se vive esto también de una manera intensa. Todos los hemos padecido, reconozcámoslo o no, y son variados los momentos en que ocurre. Así que, como me dispongo a revivirlos, preparémonos para esa película de terror, esa Pesadilla en Justicia Street que todos hemos vivido alguna vez.

El pánico escénico es un enemigo traidor. A algunos se empeña en acompañarlos muchas veces, y para otros aparece de repente, cuando nadie de lo espera. Pero siempre está ahí, agazapado, esperando a atraparnos entre sus garras. Las primeras veces que lo vemos emerger se retrotraen a los tiempos de estudiante. Las facultades de Derecho tienen la costumbre –muy razonable, por cierto- de agasajar a sus inquilinos con profusión de exámenes orales, y eso a veces te mete un susto en el cuerpo de los que hacen historia. ¿Quién no se ha quedado alguna vez paralizado, sintiendo cómo esos artículos del Código Civil o de la Ley de Procedimiento Administrativo que se sabía al dedillo se quedan paralizados en algún punto inexpugnable entre su estómago y su glotis y se niegan a salir al exterior en forma de palabras? ¿Quién no ha notado que se había instalado en su garganta un estropajo empeñado en absorber todo lo que una estaba dispuesta a decir? ¿Quién no ha vivido esa pesadilla en la que, en el momento del examen, un bromista malintencionado ha usado una goma de borrar con nuestro cerebro y lo ha dejado en blanco? Y lo pero, cuando una sale de allí con su frustración a cuestas, de pronto, los conocimientos salen de su escondite, el estropajo desparece o la goma de borrar se volatiliza. Pero ya no vale…

Pero, si en algún momento el pánico adquiere dimensiones mostruosas, es en el examen de oposición. Es como si al Gremlin peludito y simpático le hubiera caído encima el diluvio universal y se hubiera tornado el Gremlin malo pero en tamaño Godzilla. Y aparece un King Kong enfurecido dispuesto a aplastar nuestras aspiraciones como aplastaba edificios. Y nosotros más indefensos que la pobre rubia en lo alto del Empire State. Recuerdo que, el día en que estaba convocada para examinarme, empecé a destilar agua de modo descontrolado por los ojos y la nariz, sin que nadie haya encontrado aún una explicación médica razonable. Por suerte, me examiné al día siguiente, cuando ya el Dr. Jenkill había desplazado a Mr. Hyde. Pero he visto en ese trance a gente con verdaderos ataques de histeria que no lo han conseguido. Y es que es un enemigo tan fuerte a veces como los más de trescientos temas del temario.

Pero ahí no acaba la cosa. Y, cuando una cree –con oposición o sin ella- que, arriba de sus tacones y con flamante toga cual capa de Superman (togas, capas de superhéroe) puede comerse al mundo, resulta que el bichito reaparece. Y la sola visión de la Sala convierte el espectáculo en El Diablo viste de toga, y empieza un temblequeo que ríase usted del Terremoto de San Francisco. Y es que informar en sala no resulta fácil, al menos al principio. Y como el más tradicional de los actores, las mariposas revolotean en el estómago y una cree que no va a poder. Pero al final puede, vaya que sí, que no en balde es una superheroína con toga y tacones.

Y, como las epidemias, se expande y va hacia otros sitios. Como el temible virus de Contagio. E impide que gente valiosísima se decida a dar charlas o clases en la facultad o en otros foros, por temor a no estar a la altura. Sin percatarse que a veces no son otra cosa que maricomplejines que hay que sacudirse de encima como Terminator se sacudía a los enemigos. No solo por nosotros mismos, sino porque es una pena no compartir la experiencia y los conocimientos con aquellos que están empezando. Y aún diría más. En algunos casos, es hasta un acto de egoísmo, porque es casi una obligación transmitir a otros todo aquello que pueda hacer mejor nuestra Justicia. Y ya nos decían en el colegio aquello de que era un acto de misericordia “enseñar al que no sabe” o esa mantra que repiten a los niños que no quieren dejar su juguete, “compartir es vivir”

Así que adelante. ¿Quién dijo miedo? Las tablas del escenario nos están esperando. Con un público dispuesto a aplaudir a rabiar. ¿Vamos a defraudarlo?

2 comentarios en “Pánico escénico: togas que tiemblan

  1. Pingback: Cumpleaños: una año de toga y tacones | Con mi toga y mis tacones

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