Como todo el mundo sabe, un buen vestuario es esencial en cualquier espectáculo que se precie. La falta de cuidado en él puede dar al traste con la mejor de las películas, por buenos que sean guión e intérpretes. Hay veces que es el propio vestuario, y quienes lo confeccionan, quienes asumen el protagonismo de las obras, como ocurre en El tiempo entre costuras, Pret a porter o El diablo viste de Prada. En otros casos, es la vida de los propios modistas y modistos las que dan lugar a interesantes biopics, como ha ocurrido con Coco Chanel, Versace o Yves Saint Lorent.
En nuestro teatro estamos lejos de ser fashion victims, que la toga –o el batín negro, como le llaman algunos- da muy poco juego, la verdad, por más que la acompañe de mis imprescindibles tacones. Aunque su uso ha dado lugar a más de una anécdota jugosa. Jamás olvidaré a un letrado de hechuras considerables que no tuvo más remedio que verse embutido, literalmente, en una toga varias tallas pequeña porque era la única que quedaba en el toguero de su Colegio respectivo. Confieso que pasé todo el juicio sin poder evitar mirar a aquellas mangas que le quedaban tan apretadas en el codo que no le pasaban y parecían de farol, y lo difícil que le era mover los brazos dentro de aquello. Y creo que él tampoco lo olvidará, por la cara de apuro que ponía. También me he visto en el caso contrario, el de tener que usar la toga de un compañero con talla de jugador de baloncesto, y notar que flotaba a mis pies como si de una cola de novia –o de faralaes- se tratara.
Pero, aparte de nuestra toga, con sus puñetas y todo, y nuestro vestuario, al que ya le dedicamos sus correspondientes estrenos, hoy me proponía abordar otra cosa, y hacer de este estreno nuestro particular Maestros de la costura. Así que cojamos hilo, aguja, dedal y tijeras, y vamos allá.
No puedo obviar, en primer término, la casi única referencia a la costura de nuestras leyes. La que hace la ley de enjuiciamiento criminal cuando habla de los autos cosidos con cuerda floja. Reconozco que, aunque tiene bastante de anacrónico, me encanta ver todavía esos sumarios que tienen sus piezas unidas con un cordelito rojo. Algo impensable en plena era digital que, sin embrago, existe, aunque cada vez menos. Ni punto de comparación con las grapas, fasteners y demás que, además de bastante más feos, se desarman a la mínima, dejándonos los sumarios hechos unos zorros.
Así que empecemos, cómo no, por los patrones, que ya se sabe que sin un buen patrón es difícil que siente bien ninguna prenda. Esta función la cumplen en Toguilandia, sin duda alguna, las leyes procesales, que establecen las medidas, las piezas y el diseño sobre el que luego se ejecutaran esos vestidos que son los pleitos. Y aquí es donde nos empiezan a fallar las cosas, porque aun estamos con el papel Manila y el jaboncillo. Ni rastro de posibilidades digitales ni de adelantos, sobre todo en lo que a materia criminal se refiere. Así que nos exigen usar el método manual de la alta costura pero obtener unos resultados propios del pret a porter más low cost. Cuando hay situaciones nuevas, que la vieja ley de 1882 no preveía ni podía prever, no tenemos patrones a los que ajustarnos, y no queda otra que inventar nuevos desde la nada. Y claro, pasa lo que pasa. Porque, en términos de costura, la ley de enjuiciamiento es como una vieja colcha de pachtwork tan parcheada que ya le revientan todas las costuras. O como tratar de acoplarle un traje de cristianar a una niña para su primera Comunión.
Apañado el tema de los patrones, tendremos que saber qué telas usamos. Nuestros tejidos son variados aunque algo limitados. Vendrían determinados por las leyes sustantivas, y especialmente los Códigos de cada materia. Algunos, como el Código Civil, viejos pero sólidos y resistentes, a prueba del paso del tiempo, como un buen algodón. Otras, tan sutiles como una seda que, con el paso del tiempo, se aja y pierde su belleza si no se cuida bien –y aún cuidándola-, como ocurre con los Códigos penales, tan sensibles y cambiantes con el paso de los años y las veleidades políticas. Por otro lado, tenemos nuestro tejido grueso y bien armado, la Constitución, una lona resistente pero difícil de modificar por lo dura que resulta para trabajar. Y, cómo no, también unas cuantas leyes low cost, hechas a la moda del momento y que luego se cambian o devienen inservibles. Es sí, se echa de menos algún tejido elástico, una lycra judicial que diera una mayor flexibilidad a alguna que otra ley.
Por su parte, contamos con el material propio de nuestro particular taller de costura. Algunos, como las tijeras y las gomas –tan utilizadas para unir los tomos de los expedientes o las carpetillas de fiscalía- son los mismos, y con parecida utilidad. Otros, con sus peculiaridades, como esos dedalitos de goma que utilizan algunas personas para pasar las páginas de los expedientes. Nuestra máquina de coser sería más bien el ordenador con el que trabajamos, si lo tiene a bien, y que más de una vez se parecen más a las máquinas de pedal de nuestras abuelas que a las modernas máquinas multifunción, que igual hacen una vainica doble que un ojal para abrigo. Por eso, más de una vez, tenemos que bordar a mano –con nuestro boli bic- en vez de hacerlo a máquina. Cosas de Toguilandia.
Nuestros clientes son, sin duda alguna, los justiciables. Ese que necesita un traje a medida de su asunto y del lugar que ocupe en él. Y el encargo es, desde luego, el pleito de que se trate, que tanto pude ser un traje de alta costura o simplemente un dobladillo. Pero, sea lo que sea, habrá que ejecutarlo bien, porque tan malo es que el traje de alta costura no te quede bien o sea grande o pequeño, como que un dobladillo se deshaga. Por supuesto, las técnicas utilizadas son tan diferentes como distinto sea el encargo. En ocasiones, basta con dar unas buenas puntadas, en otras, hay que hacer verdadero encaje de bolillos.
Así que ahí queda la obra final, lista y dispuesta a desfilar por la pasarela de nuestro escenario. A quines la leéis corresponde decidir si ha quedado un traje digno de la mejor pasarela o una batita del todo a cien.
Por mi parte, solo me queda el aplauso, que va dedicado a todos los maestros y maestras de la costura de Toguilandia, que saben hacer un vestido que quede como un guante aunque la materia prima no sea la más adecuada. Y eso sí, hoy me permito una dedicatoria especial par mi madre que, como buena modista, me ha inculcado el amor por la costura y, sobre todo, por las cosas bien hechas.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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