Hay un dicho popular según el cual “las apariencias engañan”. Y la verdad es que nada más aplicable al mundo del espectáculo, donde la labor de los actores consiste, esencialmente, en ponerse en la piel de otras personas para hacernos creer que son quienes no son. Cuando lo consiguen, crean la ilusión de que a quien se está viendo en el escenario o en la pantalla es al personaje y no al actor o actriz. Tanto es así, que, a veces, la gente llega a identificarlos con el personaje, y a portarse en consonancia. Recuerdo que el actor que interpretaba a Falconetti –el malo malísimo de una serie de mi infancia llamada Hombre rico, hombre pobre– contaba en una entrevista que en una época no podía salir a la calle sin que alguien le increpara y le insultara. Y siempre ha habido actores, como Charles Chaplin, perpetuamente parapetados tras su personaje, el de Charlot. Y otras que no se pueden quitar el estigma de algún personaje que interpretaron y caló, como los niños de Verano azul o la niña de ET el extraterrestre, que seguirán con esa etiqueta por más cosas que hagan y más años que pasen.
En nuestro teatro la apariencia es -¿o parece ser?- importante. La imagen que tiene la gente de quienes lo integramos es seria, adusta y aburrida. Con un vestuario estereotipado –aunque cada día menos-, tanto dentro como fuera del escenario. Y, aunque es claro que nuestra toga y nuestras puñetas son el uniforme con el que se nos identifica y el que usamos en los juicios o actos oficiales, no es oro todo lo que reluce ni siempre tenemos la apariencia que la gente piensa que tenemos.
Leía el otro día una magnífica entrevista con un juez –del que, por cierto, todo el mundo habla maravillas- que vive y gasta una estética heavy (@orden_andres). De sí mismo decía que “era heavy, pero no era un juez heavy”, una definición magistral. Y acompañaba el reportaje una imagen con melena y anillos de calaveras. Chapeau. Hay que tener mucha personalidad para mantenerse fiel a sí mismo y no entrar –si no se quiere- en el estereotipo de vestir traje oscuro, camisa y corbata. O vestirnos, como decía una compañera al principio de nuestros días toguitaonados, de revisor de tren.
Al hilo de esto, contaba el magistrado que cuando se examinó pasó por el aro de cortarse la melena, adecuar su vestuario y gastar litros de gomina. Menos mal que no le pasó como a Sansón porque le sirvió y aprobó. Y esto me trajo algunos otros recuerdos a la cabeza.
Cuando nos examinamos, parece que como fumus bonis iuris –apariencia de buen derecho, como se exige en las medidas cautelares – tenemos que tener un determinado aspecto. Y que conste que esta comparación no es mía, si no cedida por @JA_RamirezAbreu, al césar lo que es del césar. Y por eso los propios preparadores nos instan a tener el aspecto más estereotipado posible para lo que se espera. En mi caso, recuerdo que me encantaba llevar unas uñas larguísimas de color rojo sangre y, si es posible, con dibujitos. Y, por supuesto, mi preparador me recomendó muy encarecidamente que me las cortara y presentara un aspecto modosito. Además, como gesticulo con las manos como un helicóptero en pleno vuelo, les iba a acabar mareando. Le hice caso, con similar resultado al juez heavy. Y, como él, volví a mis costumbres inmediatamente que me embutí en mi propia toga. Ahora informo con las uñas de colores, con anillos gigantescos y haciendo aspavientos como si no hubiera un mañana. Y tan ricamente.
También recuerdo a otro de mis compañeros, que creo que era rocker –perdóneseme mi ignorancia en tribus urbanas- pero que llevaba un tupé impresionante. Por supuesto, él también pasó por el aro de la tijera y la gomina. Y no sé si en algún momento recuperaría su estética primigenia, pero lo bien cierto es que después de varios años lo he visto pasearse con traje de chaqueta y pajarita por los pasillos de Toguilandia.
Y no soy la única. Me comenta en twitter –gracias tuiteros por vuestras ideas- @Kinotofukasuka que su predecesora en el cántico de temas llevaba el pelo como Morticia Adams de largo pero con unas raíces a la altura de las orejas, gafas con celo, ropa grande…un número (sic) Falta por saber si la muchacha llegó a atravesar la línea que distingue a los beati (así llamaba mi profesor de Derecho Romano a quienes aprobaban) de los que no lo son.
La cosa llega hasta límites curiosos. Muchos de los chicos tenían un solo traje de chaqueta, comprado por sus mamás a los solos efectos de dar buena imagen al tribunal. Como no estaban las cosas para dispendios, el traje era el único hiciera el tiempo que hiciera. Y recuerdo ver sudar la gota gorda a más de uno examinándose en el mes de julio en plena ola de calor con un blazier de lana azul marino -con sus inevitables botones dorados- a punto de que le diera un parraque. En su caso, no perdió la estética formalita, y continua vistiendo trajes de chaqueta aunque adecuados a la temperatura y mucho menos uniformados.
También hay quien se planta. Sé de buena tinta de un opositor –hoy LAJ- que, pese a mis recomendaciones, dijo “yo nunca uso corbata y no me voy a poner”. Y cumplió. Y aprobó además. Y sigue cumpliendo su consigna.
Así que, como decía, no es oro todo lo que reluce ni el hábito hace al monje. Hemos de vestir con dignidad, pero no es necesario cambiar la personalidad de cada cual para ser un buen juez, fiscal o lo que se presente. ¿Cuáles son los límites? Que cada cual decida.
Por todo esto y por mucho más –como dice la canción- mi aplauso va hoy para quienes practican la fidelidad en sí mismos, sean jueces, fiscales o torneros fresadores. Porque quien es fiel a sí mismo difícilmente sea infiel a la profesión que ha elegido. Mientras tanto, yo seguiré también fiel a mi toga, mis tacones, mis uñas brillantes y mis inseparables gafas de sol a modo de diadema. Porque yo lo valgo.
Muy bueno tu escrito precisamente porque a pesar de hablarnos de maistrados, togas y puñetas, acabamos en la realidad de cada cual. Es aplicable a todos y de eso se trata o, dicho de otro modo, eso es lo que a mí más me gusta. Me quedo pues con tu final: ser fiel a sí mismo sea con a o con o…:) es de lo más importante en la vida. Me gustó que vaya para todas las profesiones y oficios porque en definitiva es decir que vale y va mucho más que bien para todas las personas. Chapeau por ti. Me he reppetido…será por la emoción.
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