Plasma: real vs virtual


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Ya lo hemos dicho otras veces. Si las tecnologías –me niego a llamarlas nuevas- han alterado el mundo en poco tiempo, es algo que se hace especialmente visible en el mundo del espectáculo. Es imposible pensar siquiera en una película que no cuente con adelantos que hace solo diez años ni se nos hubieran pasado por la imaginación. Vemos los móviles o los ordenadores que sacan en películas no demasiado antiguas y nos entra la risa, recordando sus tapaderitas, sus antenitas y su aspecto, tal como entonces nos reíamos de zapatófono del Superagente 86, o las cámaras ocultas de cualquier entrega antigua de James Bond o similares. No hace tanto, ni imaginábamos que algún día veríamos a la gente hablarnos tan ricamente al otro lado de una pantalla, y poder responder igual de ricamente.

Por eso, en estos días en que el plasma está tan a la orden del día que un presidente de Gobierno lo usa para hacer una rueda de prensa que no es tal, y que un político pretende ser presidente por vía telemática –que no telepática-, hay que plantearse por enésima vez si en nuestro teatro estamos preparados para la vida moderna. Y, aunque como otras veces, diré que no me contesten ahora sino después de leer el post, seguro que ya conocen la respuesta.

Ya dedicamos otro estreno a la videoconferencia  y sus múltiples avatares, incidencias y anécdotas, que seguimos viviendo cada día y dan para tantos estrenos como quisiéramos hacer. Sigo viendo, en las salas donde hay posibilidad de conectar por ella, cómo se mueven como robots al estilo C3PO al otro lado de la pantallita o como se empieza siempre por un “¿se me oye?” y se le oye, sí, pero como si fuera una voz de ultratumba que llega un minuto después que la imagen.  He hecho videoconferencias que tienen mucho de conferencia y poco de vídeo porque no llegaba la imagen, y otras donde hemos tenido que apañarnos cual Mac Gyver, poniendo un teléfono móvil en un micrófono para que hablaran por él mientras las imágenes discurrían por la pantalla tan mudas como en las películas de Charlot. Así que, a veces, acabo por no saber si estoy en la época de Tiempos Modernos o en la de La guerra de las galaxias.

Pero no daré más la tabarra con los defectos de los aparatejos que, incluso, cuando mejor funcionan, restan frescura a los testimonios y seguridad a los reconocimientos en rueda, por poner un ejemplo. Y trataré de ir un poquito más allá. Eso sí, intentando que sea plasma, y no ser plasta. Que a veces una letra cambia mucho las cosas.

¿Estamos preparados para todo esto? ¿Fallan los medios o es más bien el sistema lo que falla?. Pues, lamentándolo mucho, tendré que decir que fallan ambas cosas. Los medios no son buenos, cuando existen, pero no es solo eso. Se trata, una vez más, de que estamos anclados en un proceso pensado para dos siglos atrás, cuando todo giraba en torno a lo que sucedía en la sala de vistas y no había más. Y no solo hablo del proceso penal, cuya ley reguladora es del siglo XIX, sino de cualquier otra, aunque sea mucho más reciente. El esquema, más o menos tuneado y customizado, sigue siendo el mismo. Por eso siempre hay que acabar presentando las cosas en papel, y haciendo el informe en sala.

No voy a cuestionar la importancia de los informes y las alegaciones orales. Sería tonta, además, porque a mí me gusta hablar hasta debajo del agua. Pero tal vez habría que darle una vuelta a todo esto. O dos. Y ahora que estamos en confianza, que levante la mano quien no haya pensado alguna vez que está haciendo un informe que no vale para nada, porque está todo el bacalao vendido con las pruebas que hay. Confieso que he oído a algún juez a quien se le ha escapado, antes de celebrar un juicio, un “que pase el condenado”, y a algún otro que tenía las sentencias de faltas redactadas antes de celebrar el juicio. Y, sin perjuicio de que seguro que cambiaban lo que tenían decidido si el juicio no discurría según lo previsto, esto da la idea de la cantidad de trámites y formalismos que podrían evitarse.

No estaría mal que alguien hiciera una lista de las vistas absurdas que se celebran solo porque así obliga la ley. Y pondré algunos ejemplos, arriesgando a que alguien se lleve las manos a la cabeza. En la instrucción del procedimiento ante el Tribunal del Jurado –no me refiero al juicio- hay un montón de comparecencias presenciales que podrían ahorrarse y hacerse de otro modo. Y cuando se señala vista para algunos recursos, resulta poco más que absurdo ver como las partes repetimos oralmente lo que ya expresamos por escrito. Y hay procesos en que lo que se debate es una mera cuestión de Derecho donde la vista es prescindible. Siempre lo pienso cuando hago una vista civil por gastos extraordinarios, y estamos un buen rato alegando jurisprudencia según la cual los libros del colegio, la ortodoncia o la excursión a las Cuevas de San José o al Museo del chocolate o los adornos del traje de lagarterana son una cosa u otra. Y se pierde un tiempo y unos medios no solo preciosos sino preciados vista la situación. Añadiendo, además, que en ocasiones hay que recorrerse un montón de kilómetros para esas vistas.

Si se priorizara y se mirara esto, quedarían más tiempo y más ganas, sin la acumulación de señalamientos  que seguimos sufriendo, para aquellos procesos donde el informe es realmente importante. Empezando, sin duda, por el juicio de Jurado, donde el informe oral puede realmente determinar la absolución o la condena. Pero no solo eso. He visto juicios en los que su desarrollo me ha hecho cambiar varias veces la idea con la que llegué. Y a estos hay que dedicar las vistas.

Pero ahí seguimos. Anclados en un proceso que se pensó para otra realidad, y al que la realidad actual y el estado de la tecnología viene grande. Y me temo que nos queda por sufrirlo, tal conforme está el patio.

Así que ahora ya pueden contestar si estamos preparados. Yo, mientras, daré el aplauso de hoy a quienes siguen al pie del cañón, en persona, por videoconferencia y hasta por telepatía, caiga quien caiga. Como siempre

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