Los límites y, especialmente, la falta de ellos, constituyen un tema imbatible para el arte. Ya se trate de límite físicos –La frontera– como metafóricos –Sin límites– la existencia de esas barreras y el modo de traspasarlas ha dado para muchas películas. Saltar la verja del campo de concentración de Evasión o victoria, las puertas del penal de Cadena perpetua o los límites imaginarios de los sentimientos como en Amor sin fin, están y siguen estando a la orden del día. Y ahí seguirán Por siempre jamás, supongo
En nuestro teatro, los límites actúan de muchas maneras. Nos los ponemos, o los atravesamos para llegar a Toguilandia, y seguimos probándolos cada día en nuestro quehacer diario. De otra parte, también los límites forman parte esencial del Derecho, que es nuestra gasolina. Es más, sin límites no haría falta.
Pero vayamos por partes y no nos saltemos el primer limite, el del orden. Llegar hasta las puertas de nuestro gran teatro de la justicia, decidir qué papel se quiere representar y luchar hasta conseguirlo requiere, sin duda alguna, de fuerza y entrenamiento para salvar todas las barreras, que en eso consisten los límites. La primera, la decisión de estudiar esta carrera y no otra, la de superar los problemas económicos o de cualquier otro tipo, y la de tirarse a la piscina del Digesto sin red. Porque nadie me negará que atravesar el Derecho Romano era todo un obstáculo a salvar para seguir adelante. Al menos, en mi promoción, en que empezamos primero de carrera 600 personas, de las que pasaron a segundo menos de la mitad, y acabamos una cuarta parte. Y Ticio, Cayo y Sempronio tuvieron la culpa de más de un abandono.
Luego venía la cuestión de elegir qué papel representar en el escenario. No voy a negar que los de jueces y fiscales eran de los más codiciados -también las de LAJ, una vez se conocía su trabajo-, pero había que atravesar nada menos que el desierto de la oposición para conseguirlo. A veces, con una tenacidad digna de elogio.
Pero que nadie piense que desprecio el papel de abogados y abogadas, o de procuradores. Todo lo contrario. Cada cual lo suyo, es cuestión de posicionarse y luchar por ello. Y, en su caso, además de la lucha por cada uno de los temas que se defienden, está la lucha por ganarse El pan nuestro de cada día, En el nombre del padre o en el de quien sea. La zozobra de si se cobra y cuándo se cobra es otro límite a superar. Como hija de abogado, recuerdo la obsesión de mi madre porque tuviera un trabajo con un sueldo fijo. Quizá influyó el hecho de que, más de una vez, a mi padre le pagaban en especie, casos de los que se me grabaron dos en especial. El primero, el de un empresario que le pagó sus servició en piezas de bacon, producto con el que trabajaba, y hay que ver imaginación que tuvo que gastar mi madre para pasarse seis meses cocinando cosas a base de bacon en sus más variadas modalidades. El segundo, alguien que le obsequiaba los mejores productos de su corral, por lo que mi madre, que estaba hecha a todo, no dudaba en matar, desplumar, despedazar y cocinar. Aquel pavo que corría sin cabeza por la terraza de mi casa todavía puebla alguna de mis pesadillas.
Una vez con la Toga y los tacones en marcha, tampoco dejan de superarse obstáculos. Bien mirado, creo que es cómo deben plantearse cada uno de los procesos en los que intervenimos, para no caer en el peligro de que la rutina nos aplaste y nos deje sin ilusión. Esas veces en que una plantea un procedimiento que nadie planteó antes, que recurre una resolución en contra de la doctrina mayoritaria porque cree que hay que cambiarla o que se embarca en un juicio ante el que muchos otros se habían puesto de perfil no siempre dan resultado pero cuando lo dan es un subidón que ni la más sofisticada de las sustancias químicas conseguiría. En mi caso, tengo anotadas cuestiones como la consecución de condenas por asesinatos o violaciones que parecían imposibles, o la retirada de la campaña publicitaria de una conocida entidad. Y seguro que cada cual tiene sus hitos. Algún día les dedicaré un estreno .
En cuanto al Derecho mismo, no olvidemos que su propia existencia se debe a la necesidad de poner límites, de establecer normas que regulen las relaciones entre las personas y con el Estado para que saltando mis límites no me meta de lleno en los de los demás. Los más obvios, son los lindes del Derecho Civil. Cuántos pleitos habrán causado. Y si se traspasan las barreras pueden acabar en el Derecho Penal, desde los hechos consistentes en lesionar o hasta matar a alguien por un tema de lindes, hasta los delitos contra la propiedad, que tienen en los límites de las pertenencias propias su fundamento.
Por su parte, el Derecho Penal no es otra cosa que un catálogo de penas y consecuencias jurídicas para quien se salte los límites de lo permitido. Y aquí quiero hacer una especial referencia al Derecho Penal de menores , porque tal vez son estos los que más juegan a probar límites. Y, en nuestras manos, queda el equilibro entre la reprensión y la rehabilitación, fin al que tiende la ley del menor. Un difícil juego de pesos y contrapesos que convierte a quienes lo ejercen en funambulistas del Derecho.
Y, como quiera que otro de los límites es la extensión, no quiero traspasarlo. Por eso dejo las cosas aquí, aunque sin olvidar el aplauso dedicado, esta vez, a todas las personas con arrojo suficiente para traspasar límites, y prudencia suficiente para no romperlos, con toga o sin ella. Ahí es nada.