Son muchos los enemigos que rondan la vida de un artista, como si del Fantasma de la Opera se tratara. Desde la mala suerte hasta las críticas, desde una mala elección de un papel a un mal día en un casting, mil factores pueden convertir una carrera exitosa en un fracaso y viceversa. Pero si hay una cosa susceptible de matar al arte, eso es la rutina. Repetir las actuaciones como si fueran autómatas, viendo cómo las mariposas que deberían aletear en el estómago ni están ni se las espera, mata el duende. Y, sin duende, no hay arte. Como mucho, una fría corrección que no emociona a nadie. Y, cercano a ello, está el dichoso encasillamiento. Esos artistas que quedan tan marcados por un personaje que ya nadie les llama para hacer algo distinto. Atrapados en el tiempo. Una maldición que ha acabado con más de un niño prodigio, como ¿Qué fue de Baby Jane?.
En nuestro teatro, por más que el alma de artista se pueda quedar enganchada entre los pliegues de la toga, la rutina también es un riesgo. Y muy peligroso por cierto. A veces, entre medios precarios e inventos del tebeo, la ilusión amenaza con volar por una ventana para no volver jamás. Y es difícil hacer un trabajo como el nuestro sin motivación. Hacerse, se puede. Pero hacerlo bien, no tanto. Porque es difícil convencer de algo en lo que no se cree.
Pero los enemigos nos rondan, y no son uno ni dos, que son Trescientos. Un verdadero ejército de impedimentos que, más de una vez, dan ganas de colgar la toga y hacerse churrero, como decía un compañero mío.
Cuando empezó mi vida toguitaconada, en un tiempo no tan lejano pero donde, se crea o no, aun se gastaban las máquinas Olivetti y el ordenar o el móvil eran puro lujo asiático, le hice prometer algo a una querida compañera y amiga. La cosa era sencilla. A la vista de determinadas prácticas encaminadas al escaqueo puro y duro, le hice comprometerse a que si algún día me veía hacer algo así, me daría un buen tozolón y, de no reaccionar, me ingresaría en el frenópatico de urgencia previa visita a la sección de incapacidades –hoy, de personas con discapacidad-. Y ojo, he de decir que ella ha cumplido. Sé que me vigila de cerca porque siento su aliento toguitaconado en mi nuca, y que siga. Para algo son las amigas, por muy puñeteras que sean -en el más literal de los sentidos-
Pero, como decía, no siempre es fácil sustraerse a la rutina que, en nuestro escenario, tiene una adalid fuerte y dispuesto a pelear duro contra la ilusión. La burocracia Esa cantidad de trabajos que poco o nada tienen que ver con el derecho, con el servicio a los ciudadanos ni con la atención de las víctimas. Palotes, estadísticas, cuños y modelos, en nuestro caso, y ese monstruo de varias cabezas llamado Lexnet que, aunque se supone que venía a salvarnos la vida, a veces parece que está a punto de hacernos perder la paciencia de puro desespero. La cantidad de horas perdidas esperando que una pantalla se abra, un archivo se cargue u otro se envíe, son tiempo que dejamos de dedicar a lo verdaderamente importante. Y la ilusión amenazando con largarse, que a veces tiene muy poca paciencia.
Y aún hay más, y más profundo. No solo se trata de la forma, sino también del fondo. Esos baremos que parecen que valoran más la cantidad que la calidad, y que hacen que el corta y pega () se adueñe de nosotros más de lo que sería deseable. Porque bien está el uso, pero nunca el abuso, aunque a veces no queda otra que abusar so pena de que la calidad acabe dejándonos sin la cantidad que nos exigen. Y así seguimos.
Es verdaderamente penoso que muchas sentencias no solo sigan conteniendo ese latiguillo que empecé a ver en mis primeros días de fiscal, sino que lo hayan ampliado. Y que no es otro que eso de que “en este asunto se han contemplado todos los plazos, salvo el relativo a dictar resolución debido a la acumulación de asuntos” y que ahora he visto ampliado en algunos casos con una referencia a la desaparición de los sustitutos, una pérdida que sigue ahí .
Y mientras, en un universo muy lejano, el legislador se empeñó en reducir los plazos sin ampliar los medios, con esa reforma de la ley de enjuiciamiento criminal para limitar, simplemente con unas palabras, el tiempo de instrucción. Y en derecho, no basta un Abrete Sésamo para que se abra la cueva de Ali Baba. Porque, entre otras cosas, tenemos que enfrentarnos a mucho más que cuarenta ladrones.
Pero mientras no quede otra, que es lo que parece, tendremos que seguir pugnando porque la rutina no nos coma las ganas. Y por supuesto, sin dejar de sentir el aliento toguitaconado de mi compañera y amiga en la nuca.
Por eso, para ella va el aplauso. Y con ella, para todos los que día a día, y a pesar de los pesares, continúan luchando para que las mariposas sigan acudiendo a su estómago, y la rutina no acabe con ellas. Aunque a veces haya que sellar con silicona la ventana para que la ilusión no se marche para siempre.
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