El mundo de los medios de comunicación es especialmente atractivo para cine y literatura. Hay muchas y recordadas películas que lo tratan, como Primera Página o Al filo de la noticia, así como series de televisión, desde la inolvidable Lou Grant a la más cercana –en el tiempo y en el espacio- Periodistas, sin olvidar que el protagonista de una serie que marcó mi infancia, Con ocho basta, era periodista. Además, el mundo de los tribunales y la prensa también ha sido protagonista de varias obras de ficción, como Ausencia de malicia.
En nuestro teatro, la comunicación tiene un lugar importante, y de ahí que ya le hayamos dedicado varios estrenos a sus protagonistas, tanto de la parte de los propios periodistas como de los órganos encargados de la comunicación. Incluso los titulares y los gazapos han merecido su propio espacio en nuestro escenario. Y muy aplaudido, por cierto.
Hoy voy a tratar de otra cosa, cercana, pero menos de lo que me gustaría. Confieso que es un tema que me apasiona, y no he tenido más que encontrarme con la entrevista de mi amiga y compañera Escarlata (@escar_gm) para espolearme y dedicarle un estreno como se merece. Se trata de la comunicación , entendida como el modo en que nos “vendemos” y la imagen que ofrecemos. Así que: luces, cámaras , ¡acción!
Cuando yo llegué a Toguilandia la prensa era El enemigo público número 1. A pesar de que ya entonces el artículo 4 del Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal nos atribuía la función de “informar a la opinión pública”, la consigna que recibíamos nada más llegar era que la prensa y los periodistas cuanto más lejos, mejor. Y eso, que valía para fiscales, valía mucho más para la judicatura que, al contar además con su propio Gabinete de prensa, podían permitirse no plantearse siquiera lo de arremangarse las puñetas y salir a la palestra. Alguien me podría replicar alegando la existencia de jueces estrella, pero también tengo respuesta para eso. Más que probablemente, su estrellato provenía de ser una rara avis o, lo que viene siendo, en román paladino, la excepción que confirma la regla.
Por fortuna, y aunque fuera a pasos de tortuga reumática, fuimos avanzando y en 2005 la Fiscalía General del Estado dictó una Instrucción (3/05) que regulaba las relaciones entre fiscales y medios de comunicación, instituyendo la figura del Portavoz, que podía asumir el propio Fiscal Jefe o delegar en otro miembro de la plantilla. Yo tuve el honor de desempeñar ese cargo durante once años, en los que disfruté muchísimo y trabajé aún más, aunque el balance podría resumirse como Sonrisas y lágrimas. Más de una vez he sentido el impulso irrefrenable de emular a Julie Andrews a informar en términos tan sencillos y comprensibles como ella hacía con las notas musicales. Podrías ser algo asi como “si las pautas conocéis, todo ya bien informaréis…”, mientras muevo mi toga cual falda de vuelo y me atuso mi imaginario almidonado delantal de batista.
La cuestión es que del modo en que transmitamos depende mucho la forma en que percibe la ciudadanía la institución, sea la judicatura, la fiscalía o los LAJs, grandes desconocidos, entre otras cosas, por lo poco que se habla de ellos. Los médicos forenses, sin embargo, a falta de gabinete de prensa, tienen la saga de series de CSI que, aunque se parezca poco a la realidad, les hace más propaganda que la mejor agencia.
Por supuesto, la comunicación va en dos sentidos. Quienes ejercen el periodismo han de tener interés en informarse de cuál es la verdad en Toguilandia, tanto en el fondo como en la forma. Solo de ese modo, acudiendo a fuentes oficiales y contrastando las que no lo son para confirmar que son fidedignas, proporcionan a la sociedad la información que corresponde, sin inventos ni manipulaciones, Por otro lado, tienen además que cuidar la forma, y que un poco cuidada redacción o una falta de conocimientos estropee el trabajo. Hay que evitar el imperio de la querella criminal –todas las querellas lo son- del delito penal –idem- de la libertad sin cargos –aquí no hay cargos- o el uso de los términos “sumario” o “procesamiento” para cualquier delito, aunque solo se corresponda ese nombre los procedimientos por delitos graves.
Pero no podemos echarles la culpa de los males del mundo. ¿Cómo van a saber hablar de Tribunales si no les informamos, o si lo hacemos con un lenguaje tan enrevesado que no hay quien lo entienda? A veces, cometemos el error de pensar que, por emplear palabras grandilocuentes y abusar de nuestra jerga vamos a quedar como un prodigio de erudición, y en vez de eso resultamos un fracaso de comunicación. Es más, habría que pensar si hablar a la gente en un lenguaje que no entiende roza la falta de educación o entre de lleno en ella. No olvidemos que la Justicia emana del pueblo, y el pueblo no habla en latín. Aunque e muchos casos se pueda decir que sabe latín a pesar de no haber declinado el Rosa Rosae ni conocido a Ticio, Cayo y Sempronio en su vida.
No obstante, la comunicación no solo tiene lugar por conductos oficiales. Es más, los profesionales siempre buscan un plus sobre esa info que saben que todo el mundo maneja y buscan algo más, en exclusiva, pata llevarse el gato al agua. Y eso está muy bien, siempre que respeten la verdad. Y los límites éticos, especialmente que se cuiden e que con una revelación bomba no estropeen toda una investigación. Alguna vez ha pasado que la filtración de un dato de una investigación ha echado a perder la misma. Obviamente, si alguien publica que se va a detener al político X, o se va a hacer una entrada y registro en su casa, X podrá huir o deshacerse de todas las pruebas incriminatorias que pudiera haber en su casa. Así que el periodista en cuestión habrá tenido un bombazo informativo, pero se puede haber cargado la investigación de mucho tiempo. Así que, responsabilidad, que nos jugamos mucho.
La otra parte de la extraoficialidad viene dada por la actuación de jueces, fiscales, lajs, letrados y letradas o cualquier otro habitante de Toguilandia –como esta humilde toguitaconada- en redes sociales y otros medios, como este blog, sin ir más lejos. Ya le dedicamos un estreno a juristas twitteros a lo que habría que añadir otras redes , o artículos y entrevistas en medios de comunicación. Cuando empezamos a plantearlo algunas chaladas como yo misma, nos miraban como si nos hubiera salido un cuerno rosa en la frente. Incluso había quien abiertamente nos criticaba por el terrible pecado de darnos a conocer como personas normales que somos. Incluso nos han llegado a plantear si podemos o no hacerlo. Por suerte, cada día somos más y más normalizados. Pero, permitidme que saque pecho con algo que me dijo hace nada una ilustre tuitera togada: que yo era la decana en esta actividad. Y, aparate de que eso implique alguna cana de más, me hizo sentirme muy orgullosa. Las canas, al fin y al cabo, se tapan.
Y hasta aquí el estreno de hoy, Mi agradecimiento a quienes cada día me acompañáis en el propósito de demostrar que no hay dioses ni semidioses con toga, sino profesionales que cada día se parten la cara y el alma por un servicio público. Vuestro es el aplauso de hoy. Gracias también por hacer posible un derecho fundamental: el derecho de la ciudadanía a recibir información veraz