El mundo y el espectáculo se ha nutrido mucho de esos acontecimientos fantásticos que superan todas las previsiones, y que llamamos prodigios, o milagros. Sea en tono irónico, como Los martes, milagro o El milagro de P Tinto o para describir logros tan fantásticos que hacen que la realidad parezca un milagro, como en El milagro de Anna Sullivan, ahí están, siempre presentes. Porque La vida es bella, sobre todo si vivimos en La ciudad de los prodigios o en Un lugar llamado milagro. Aunque no nos coloquen El chip prodigioso. Es lo que hay.
En nuestro teatro también hay milagros. De hecho, ya tuvieron su propio estreno en este escenario. Pero hoy vamos a dar una vuelta de tuerca más e irnos a esas cosa inexplicables que son menos inexplicables de lo que parecen. Prodigios que son y no son a un tiempo. Vamos allá.
Lo he dicho más de una vez. En ocasiones, me siento como en los Hechos de los Apóstoles, cuando aparece la paloma y trae consigo el don de lenguas que hace que todo el mundo entienda todos los idiomas, aunque jamás los haya estudiado. Porque eso es algo que me pasa en mas de un caso.
El primero de ellos es el del detenido que no entiende castellano. O cree que no lo entiende, porque en cuanto pronuncio la palabra mágica, “prisión” , entiende perfectamente y reacciona. Algunos, incluso, llegan al punto de no solo entender sino hablar perfctamente, porque empiezan a dar argumentos con una elocuencia que ni el mismísimo Cicerón. Otro prodigio.
Un fenómeno parecido acontece cuando a ese mismo detenido que no sabe español se le explica que deberá esperar unas horitas al intérprete de su lengua. Y de repente, albricias, otro prodigio. No solo ha entendido a la perfección esa explicación, sino que le ha poseído el don de lenguas y es capaz de dar su versión de los hechos en un castellano tan perfecto que Cervantes se hubiera sentido orgulloso.
Aunque estas cosas no solo pasan con los idiomas. En esta nueva normalidad que nos ha tocado vivir, la mascarilla se convierte en un instrumento distorsionador del lenguaje, no cabe duda. Pero el grado en que se distorsiona es diferente según el caso. Además, la palabra mágica sigue teniendo su poder. Así que alguien que no entiende nada, y se empeña en decir que nos quitemos la mascarilla o que quiere quitársela, entiende la frase “se solicita la prisión” a las mil maravillas. Casi igual que cuando lo que se solicita es la libertad, aunque la expresión de su cara, mascarilla mediante, en uno y otro caso sea radicalmente distinta.
Pero este no es el único caso de prodigios inexplicables y transformaciones milagrosas. Otro que vivo con bastante frecuencia se relaciona con Don Dinero , el poderoso caballero del que hablaba el poeta. En cuanto a esto, puedo decir que yo he visto cosas que no creeríais, y como yo la mayoría de mis compañeras y compañeros. Cosas como que una persona que se declara insolvente de todo punto, que no tiene ni donde caerse muerto, vaya, de repente encuentra dinero debajo de las piedras. ¿Cómo? Pues con otra palabra mágica combinada con la anterior: fianza. Si a prisión o libertad le añadimos la coletilla de “eludible con fianza” o ·bajo fianza de…” el insolvente encuentra el tesoro oculto y, en menos que canta un gallo, reúne el dinero. Los he visto, incluso, que deberían llevarlo en el bolsillo, de lo poco que han tardado, a pesar de que estaban declarados insolventes porque no se les encontró ni un triste euro. Igual es porque, como me dijo uno de ellos, lo que le habían declarado era “disolvente”. Tal cual.
Tampoco es este el único caso de hallazgos prodigiosos de cantidades importantes. Como quiera que desde hace tiempo uno de los requisitos para conceder la suspensión de la ejecución de la pena –o sea, que el condenado no entre en prisión si la pena es leve y es delincuente primario- es haber satisfecho la indemnización impuesta como responsabilidad civil, aparece una varita mágica nueva. Y así, quienes no habían podido pagar ni un euro durante el curso del proceso, y manifestaban estar más pelados que las ratas, al verse tocados por la varita mágica de la suspensión de condena corren a pagar la indemnización. Voluntariamente, por supuesto.
Esa misma voluntariedad se da en otro supuesto, no menos prodigioso. Me he encontrado más de una vez que, después de un proceso largo donde el interés por pagar nada de lo adeudado ha sido cero, y las posibilidades de trincar algún bien que embargar también, el día del juicio aparecen con unos dineritos y la mano extendida. Lo que ocurre es que en vez de decir eso de “dame algo” lo que quieren es que se les aprecie la atenuante de reparación del daño, como muy cualificada si es posible. Otro prodigio digno de estudio.
Por último, recordaré algunos otros prodigios relacionados con el tiempo, o, más bien, con la paciencia. He oído más de una vez a personas, tanto víctimas como investigados, que ven la luz cuando alguien les informa que lo que quiera que están esperando tardará bastante. El caso típico es el del abogado particular cuya presencia reclama la parte. Cuando se les dice que les hemos avisado pero tardará x tiempo en llegar, el abogado de oficio que rehusaron se vuelve lo mejor del mundo mundial. Y es que no hay como ver la luz, con o sin túnel.
Y hasta aquí la descripción de algunos de esos prodigios que harían las delicias del mismísimo Iker Jiménez y su Cuarto Milenio. Quizás habría que instaurar un Cuarto Milenio Toguitaconado, hasta entonces, seguiremos en nuestro escenario, que esta vez da el aplauso a quienes no se dejan deslumbrar por los prodigios. Que es casi tan difícil como mantener la compostura cuando se descubre el pastel.