Gazapos: teclas traicioneras


 

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A veces una sola letra es suficiente para cambiar el sentido de un título o de una frase o, por supuesto, para estropearla. En otras ocasiones es más de una letra. Puede ser una equivocación o incluso una traición del subconsciente. El caso es que en esos casos queda escrita para la historia la equivocación, la traición del subconsciente o el error y, una vez en cartel, no hay marcha atrás. Otras, se juega con esa misma ambigüedad, haciendo pasar por error lo que en realidad no lo es, como en No me grites que no te veo. Y el error acaba siendo motivo de hilaridad, sea de un modo casual o de modo intencionado

En nuestro teatro nos equivocamos, como cualquiera, pero a veces los resultados de esas equivocaciones van más allá de la mera anécdota y pueden tener consecuencias jurídicas. Ya he hablado alguna vez del juez que se puso en libertad a sí mismo -menos mal que se puso en libertad, y no en prisión- o las veces que hemos bailado un nombre por otro para acabar acusando al procurador o asignando la defensa al investigado. Y es que las prisas no son buenas consejeras ni la acumulación de trabajo tampoco.

Yo confieso que me he equivocado más de una vez a la hora de citar a los testigos y se me ha escapado algún nombre de otro procedimiento al escribir sobre un modelo. Por suerte, entre unos y otros siempre nos hemos dado cuenta a tiempo de que la sangre no llegue al río -en nuestro caso, que el citado erróneo no llegue a juicio- aunque sí sé de algún caso en que el interrogatorio ha tenido ese tinte surrealista de quién le preguntan si recuerda lo que paso el día x del mes y y dice que estaba en la Chimbamba y que no conoce ni los hechos ni a las partes de nada. También he de decir que, como el hombre que muerde al perro, es poco frecuente y tal vez por eso se cuenta y amplifica si sucede.

En la actualidad ha entrado en tromba en los ordenadores de algunos de los habitantes de Toguilandia un instrumento peligroso: esa herramienta que traslada a texto lo que se dice de viva voz. Y a veces da lugar a resultados muy graciosos. Lo podemos ver en la tele, en los subtítulos de los programas que en ocasiones dan ganas de echarse a reír por no echar a correr. Este 25 de noviembre, quizá por hartazgo de las veces que se había escrito “violencia contra la mujer” leí un par de veces “vuecencia”, aunque despareció casi de inmediato. Aunque reconozco que lo que más gracia me hace es ese momento en que explica un cartelito que “suena música intrigante” o “cantan en idioma extranjero”. Me encantaría conocer los parámetros de quien pone esos subtítulos para calificar las músicas de trágicas, intrigantes o siniestras. Pero me da que me quedaré con mi propia intriga.

Pues bien, ese transcriptor de voz también ha llegado a nuestro escenario y me temo que lo haya hecho para quedarse. A él ha de deberse la joya que me pasa un compañero y que ilustra este post. En la resolución, al juez de que se trata se le escapan unos lamentos acerca de ”la panzá que se ha echado a trabajar” para que luego la Audiencia no le dé la razón. Y no es que yo no comprenda el disgusto, que todo el mundo hemos cogido algún berrinche porque no nos estiman lo que nos ha costado sangre, dolor y lágrimas, pero lo de decirlo en voz alta y no darse cuenta de que se ha transcrito en palabras tiene su aquel.

De vez en cuando, aun sin necesidad de echar mano de esos artificios tecnológicos, los documentos judiciales nos proporcionan alguna perlita que rompe la monotonía y ayuda a desencajar las mandíbulas, que también hay que ejercitarlas, qué narices. Mucha gente recuerda aquella ristra de excusas escatológicas para no acudir a juicio con que se despachaba un investigado, que iban desde el “apretón” a su resultado final, pasando por todas las fases del proceso digestivo y sin eludir detalle en su exposición, no fuera a ser que no le entendieran bien.

También es conocido un juez al que le dio por poner sentencias en verso, aunque pronto recibió un toque que dio al traste con sus veleidades poéticas. Ya se sabe, para el Consejo General del Poder Judicial puede que Garcilaso de la Vega esté muy bien, pero Garcilaso de la Toga ya no lo está tanto.

Pero como no solo de tecnología vive el hombre, acabaré con una gazapo de principios de mi vida toguitaconada, antes de que los móviles nos poseyeran, aunque podría suceder hoy mismo en versión digital. Estábamos reunidos en Junta de Fiscales cuando sonó el teléfono -fijo, claro-. El fiscal jefe, no sé si por despiste o sin querer queriendo, conectó el manos libres, que era de los primeros que yo había visto. Al otro lado de la línea, se oyó la voz enfurecida de la mujer de un compañero, diciéndole al jefe: ”dile a X que venga a casa inmediatamente, que ha frito los chorizos en el cazo de hervir los biberones”. X, centro de todas las miradas mientras tratábamos de contener la risa, se levantó inmediatamente, aunque aun no sé si por miedo a la furia de su mujer por el tema de los chorizos y los biberones o por la vergüenza del numerito. Y es que para un gazapo en condiciones tampoco hacían falta las nuevas tecnologías. Bastaban Tres chorizos y un biberón

Y hasta aquí, la ración de anécdotas de hoy. El aplauso se lo daré esta vez a quienes me han proporcionado el material para este estreno. Siempre se agradece poder echarnos unas risas. Que nunca nos falten

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