La libertad de movimientos, o su pérdida, han sido tema de muchas películas. Unas, por supuesto, hacen referencia a reclusiones forzosas, como Cadena perpetua, pero otras, tanto o más inquietantes, aluden a situaciones en las que sus protagonistas no salen de casa por motivos diferentes a un encierro físico. La agorafobia atenazaba a los personajes de Copycat o Musarañas y otro tipo de problemas impedían salir a los niños de Los otros. Y es que poder ir a donde una quiera está muy bien, pero hay veces en que hay que restringir esa libertad en pro de otro bien, como ocurre en caso de Epidemia
Ya dedicaba el estreno anterior al Coronavirus y su incidencia en Toguilandia, pero hay que insistir en ello, ya que la cosa es más seria de lo que parecía en un primer momento. Aunque lo más probable es que nadie supiera la verdadera trascendencia de lo que estaba empezando a pasar hasta que estuvo encima. Y, como hemos comentado en Valencia, muy grave tiene que ser para que se haya llevado por delante nuestras queridas Fallas.
Pero, como siempre hay un roto para un descosido, hay que buscar soluciones en vez de entretenerse en lamentarse. Y, una vez más, en Toguilandia lo hacemos todo tarde y mal. O, simplemente, no lo hacemos porque, como reza el dicho, lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible.
Empezaba la cascada de reacciones con un Decreto de nuestra Fiscal General recomendando encarecidamente que los y las fiscales optáramos por el teletrabajo, dejando la presencia física para los casos absolutamente ineludibles o urgentes, como las guardias o los juicios con preso. Hasta ahí, todo impecable y tan lógico que parece no tener discusión. Pero como sabemos, en Toguilandia, la distancia más corta entre dos puntos nunca es la línea recta y las cosas nunca son tan sencillas como parecen.
Veamos si no. Lo del teletrabajo de fiscales molaría mucho si fuera posible. Y no solo hoy, sino desde hace mucho. Pero choca con la realidad hasta darse de trompicones. Y ello por varias razones que diseccionaré como si de una intervención quirúrgica se tratara, que no se diga. Con mascarilla y todo
El primer incoveniente es el reparto. ¿Cómo llegan las causas hasta la mesa del fiscal? Pues, obviamente, de manos de un funcionario que a su vez lo ha recibido de la valija que ha repartido en auxilio judicial y que ha remitido otro funcionario del juzgado. De ahí, tras el registro hecho por el funcionario o funcionaria de gestión o tramitación, nos llega y calificamos o emitimos el informe que sea, que hemos de imprimir forzosamente tras haberlo intriducido en el programa. Nuevamente lo recoge un funcionario que lo lleva al visado, y de ahí a otro funcionario que le da salida para que llegue al juzgado, donde recorre un periplo similar hasta llegar manos del juez o jueza, que resuelve -cuando no lo hace el LAJ dentro de sus competencias- O sea, que si la causa, con su papel, sus grapas y su fotocopias, se repartiera a nuestras casas para el teletrabajo, habría de tener, cuanto menos, cuatro traslados más los que correspondan una vez entren en los dominios de Sus Señorías. Y, por descontado, a un transportista expandiendo virus de un lado a otro.
Todo esto, que sería un argumento estupendo para El Club de la comerdia -estoy viendo al monologuista de turno contando los traslados- sería muy gracioso si no fuera porque no tiene ni pizca de gracia. Porque cuando pensamos que el contenido de esos papeles que van y vienen son nuestros derechos, la cosa se pone seria. Y no es para menos.
En cualquier caso, es la prueba evidente de la ineficiencia de un sistema que, inventado para el siglo XIX, revienta en el XXI por sus costuras. Como ya he dicho alguna vez, un AVE circulando por las estrechas vías de un tren de cercanías. Y así, en muchos casos, la tan cacareada digitalización no ha sido otra cosa que duplicar el trabajo: además de hacerlo en papel y con palotes como toda la vida, se introduce en un programa informático, para que el Gran Hermano sepa lo que hacemos. Y claro, es entonces cuando hay que decir eso de que el sistema no nos sirve a nosotros, sino que somos nosotros quienes acabamos siendo esclavos del sistema. Ojala esta crisis sirva al menos para replantearnos que la digitalización es mucho más que meter datos en un archivo informático.
Pero eso no es todo. Que va. Por parte del Consejo General del Poder Judicial no han perdido la oportunidad de protagonizar su propia película en esta historia. Y no es otra que Murieron con las togas puestas, a la vista de sus múltiples y cada vez más marcianos comunicados. Ha habido un momento de la mañana del día X en que, mientras colegios, universidades, Parlamento fiestas populares -ay, mis Fallas…- y hasta cafeterías y discotecas, el Consejo General del Poder Judicial, con una terquedad que ni Paco Martínez Soria en Don Erre que Erre, insistía en que nada de dar directriz ninguna, y que cada juez podía ponderar las circunstancias y decidir la suspensión, que sería sometida al visto bueno del Consejo. No deja de llamar la atención lo prolijo de las instrucciones para cosas tan fantásticas como rellenar la estadística y lo laxo para cosas como salvar vidas, ahí es nada. Eso sí, nos explicaba como lavarnos las manitas divinamente para, con ellas bien limpitas, arriesgarnos a lo que venga por tierra, mar y aire porque, recordemos, aun no está clara la foma de contagio. Mi querida @natalia_velilla ha hecho un tuit sobre los jueces zombies que era muy ilustrativo al respecto. Porque el humor que no falte, por negro que sea.
Y, aunque por fin parecen haber entrado en razón -probablemente ayudados por los miles de tuits, los escritos de las asociaciones judiciales, de fiscales y de Lajs, de la abogacía y el propio sentido común – y han suspendo toda la actividad salvo la de urgencia. Pero, para llegar a eso, no se han privado de un periplo que causaba estupor, por no llamarlo de otro modo. Primero que no, luego que cada juez decida, después que solo en algunos sitios, para acabar diciendo que es lógico lo que se pedía. Como diría Gila, teléfono en ristre: buenas, ¿está la Justicia?, que se ponga.
Ahora llega el momento de demostrar que el teletrabajo, como los Reyes Magos, no existe. Lo malo es que no son los padres. Lo que sí existe, y ha existido siempre, es lo de llevarse trabajo a casa, algo que hemos hecho desde los tiempos del maletín al trolley. Pero eso no es lo mismo que teletrabajo, como no es igual que los escolares tengan deberes para casa que el hecho de organizar clases on line.
Así que, llegado lo inevitable. Que al menos nos sirva para comprobar que tal como se hacen las cosas, no se pude prescindir de un presencialismo de cuños y fotocopias francamente obsoleto.
Mientras tantos, no olvidemos el aplauso para todas las personas que, desde la primera línea de fuego, combaten la emergencia. Personal sanitario o de emergencias, fuerzas y cuerpos de seguridad y, en nuestro caso, todos y cada de los que sirven en estos momentos losjuzgados de guardia. Animo y gracias
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