Fallas: togas con peineta


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                Toda excusa es buena para celebrar algo arriba de un escenario. Y las fiestas regionales son una magnífica excusa de celebración, lo sabemos de sobra. Y nuestra función, aunque mucho menos folklórica, también se impregna del espíritu festivo cuando toca.

                Supongo que ocurre igual en Carnavales, la feria de Abril, San Fermín o cualquiera otra fiesta regional que se precie. Pero ocurre que en nuestra representación la narradora es valenciana, y, en cuanto llega marzo, empieza a sentir que lleva la peineta en el alma, la toga y los tacones.

                Es lo que tiene haber nacido aquí. Y ser un poco folklórica, no puedo ocultarlo. Ni quiero, vaya. Pero es que a lo mejor soy yo, o el espíritu fallero, pero En ocasiones veo moños, y me da por pensar en las similitudes de nuestro teatro con estas fiestas, o con cualesquiera otras.

                Por eso, tenemos casos sonados, esos que implosionan como un castillo de fuegos artificiales que todos quieren ver, que salen en el periódico y causan revuelos de gente y ríos de tinta. Otros son como una enorme mascletà, que hacen mucho ruido y no siempre tienen un final acorde con la expectación causada, aunque, cuando están bien agarrados, terminan en una enorme traca que hace temblar los cimientos de la ciudad.

                Y el camino, ese via crucis en que a veces se convierte el proceso, recuerda mucho a los pasacalles rumbo a la Ofrenda. Comitivas que salen desde diversos puntos y con más o menos ligereza, acaban llegando a su destino, que es, en nuestro caso, el juicio y su sentencia. A veces, a toda velocidad, si las circunstancias y la organización lo permiten. Muchas otras, con acelerones y paradas según los obstáculos. Y otras, lentos y cansinos, como cuando la lluvia se empeña en entorpecer el acto. Pero siempre acaban llegando, sea  en el tiempo previsto o bien entrada la madrugada.

                No llevamos toga, por supuesto. Por una sola vez al año la cambio por peinetas, falda de colores y mantilla. Eso sí, con tacones, por supuesto. Y de esa guisa me cruzo la ciudad tan ricamente.

                Y así un año tras otro. Y que no falte. Como no faltan nunca en nuestro espectáculo las ganas de llegar a ese simbólico final, la Cremà, donde quemamos el monumento que ha costado un año levantar.

                Pero este año, cuando el fuego del día de San José prenda las Fallas, me voy a hacer un propósito nuevo. Y voy a mandar a la hoguera todos esos retrasos que nos dan mala fama, las leyes que entorpecen, los derechos que nos han recortado. Arrojaré y convertiré en cenizas las tasas judiciales –que aún quedan-, la supresión de los sustitutos, la penuria de instalaciones, la carencia de medios materiales, la escasez de plazas, y todas esas cosas que nos impiden ofrecer la representación brillante que querríamos dar y que el público merece.

                Y, como me he venido arriba, también echaré al fuego la corrupción, y la violencia de género, y el terrorismo, y cualquier otro crimen de los que perturban nuestra existencia. Y, juntamente con ellos la crisis, con todas sus secuelas. Para que llegue el día en que nuestro teatro sólo pueda representar comedias amables, que buena falta nos hacen. Y seguro que entonces no me hará falta pedir un aplauso, porque todos aplaudiremos a rabiar sin que nos lo pidan.

5 comentarios en “Fallas: togas con peineta

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