Pérdidas: lo que nunca querría escribir


niña-triste

Los obituarios son parte imprescindible de la vida y, por supuesto, del mundo del arte. Los homenajes a personas que se han ido siempre llegan aunque hay que reconocer que, según la persona de que se trate, con mayor o menor emoción, con mayor o menor sinceridad. También es cierto que el ser humano tiende a ser desagradecido, y no valora en vida lo que valora cuando ya la persona no puede oírlo. También tiende a ser  hipócrita, y canta alabanzas de quien no las merecía tanto solo por el hecho de que haya muerto. Ni una ni otra postura es buena, aunque sí lo es homenajear a quien lo mereció. Hablar De parte de la princesa muerta, despertar La voz dormida o hacer un buen Epitafio de quien lo merece no solo es algo que se puede hacer: es algo que se debe hacer, y a ello vamos.

Desde que empecé a contar mis venturas y desventuras en este nuestro teatro, ya hemos sufrido varias pérdidas dolorosas en Toguilandia. Pérdidas, además, más dolorosos cuanto más tempranas, por lo que tienen de inexplicable, por las cosas que esas personas se han dejado por hacer, y los abrazos que hemos dejado de darles. Duele, sin duda, y mucho.

No pretendo en este estreno ser exhaustiva sino hacer un pequeño homenaje a todas las personas que nos han dejado. Citaré a quienes me han dejado una huella imborrable por una u otra toguitaconada razón, pero que ellos y ellas no sean sino la representación de todos los huecos que han quedado en nuestro mundo de togas y palabras.

Era marzo de 2014, meses antes de que este escenario abriera el telón por vez primera, cuando, a propósito de la medalla concedida a título póstumo a una querida compañera, Alicia, publicaba un post como homenaje a ella. Alicia me regaló muchas cosas, y me dejó como herencia las ganas de tener mi propio espacio para hablar de cosas como el hueco que nos dejó y esa medalla que llegó más tarde de lo que debiera.

Alicia se fue pronto, muy pronto. Pensábamos entonces que no tendríamos que pasar más por ese trago de la pérdida temprana de una compañera o compañero, e hicimos nuestro duelo como pudimos -confieso que nunca he vuelto a poder subirme a una bici de spinning, deporte que compartía con ella- pero el destino se obcecó en dar más palos en nuestra fiscalía. Y en otras muchas también. A nosotros se nos fueron, en plenitud de facultades y de un modo igual de injusto Salvador, Felipe y ahora Paco, hace apenas unos días. Sus togas seguirán viéndose en los pasillos por más que ya no estén, pero cuánto se les echa de menos.

No me quiero dejar en el tintero otras pérdidas relacionadas con este mundo, las de esas personas que han guiado nuestros pasos hasta llegar aquí. En mi caso el primero fue mi padre , abogado, del que ya he hablado largo y tendido. Pero también perdí demasiado pronto a quien fue mi preparador, Miguel Miravet, y a quien fue mi tutor, José María Gómez, ambos grandes fiscales y referentes en nuestra carrera. Me quedé huérfana de ellos de una manera demasiado brusca, demasiado temprana. Tanto, que todavía hay veces que me pregunto si ellos aprobarían tal o cual actuación o si estarían orgullosos de mí. Y me funciona. Su orgullo es un acicate para seguir adelante.

Ya existía este escenario cuando la carrera fiscal se vio sacudida por un terremoto, especialmente quienes nos dedicamos a la lucha contra la violencia de género. Soledad Cazorla, fiscal de sala contra la violencia de género nos dejaba de un modo inesperado, aunque su legado nos acompañaría siempre. Un legado que incluye esa fundación que otorga becas de estudio a huérfanos y huérfanas de la violencia de género con la que cada año os doy la lata con la lotería solidaria. Y os la seguiré dando, que nadie lo dude.

También existía este blog cuando, por primera en vez en mi historia toguitaconada y en mi recuerdo, nos dejaba un Fiscal General del Estado en el ejercicio de su cargo. Jose Manuel Maza se marchaba, exactamente, mientras mi promoción celebrábamos en Madrid nuestras bodas de plata. Recuerdo lo impactante de aquella noticia y el empeño que pusieron quienes más lo conocían en que siguiéramos con la celebración, porque es lo que él hubiera querido. Y así lo hicimos.

También hay pérdidas de personas que no conoces más que por las redes. Eso me ocurrió con Angel Vicente Illescas, a quien seguíamos en ese grupo de Facebook de El Actualizador capitaneados por Ramón Badiola, y que nos dejó consternados. A él le dediqué el post de la sentencia, y representa hoy todas esas pérdidas de personas a las que conocemos aun sin conocerlas.

Por supuesto, las pérdidas personales también nos marcaron. Os hablé de mi querida tía, cuya sonrisa se apagó hace un par de años. Que ella represente todas las pérdidas personales a pesar de las cuales hemos seguido adelante, haciendo a veces de tripas corazón, porque era lo que debíamos y porque no nos hubieran perdonado que nos viniéramos abajo

Por último el aplauso hoy se lo voy a dar a mi compañero Paco Ceacero, fallecido hace unos días, y con él a todas esas personas que hemos perdido. Porque siguen inspirando nuestras vidas y nuestra actuación profesional

 

1 comentario en “Pérdidas: lo que nunca querría escribir

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