SENTENCIA: EL DESENLACE


final cuento

                Veíamos en los anteriores estrenos de nuestro teatro las diferentes partes del guión. Y, por supuesto, no hay función que se precie sin un final adecuado. Si el final no está a la altura, puede dar a traste el mejor de los espectáculos, y cargarse de un plumazo el trabajo de todos los protagonistas. Y eso no lo deberíamos consentir. Podemos tener un final apoteósico, tipo Mamma Mía, con los protagonistas dándolo todo con sus looks ochenteros o Un americano en París, con su música inolvidable y su no menos inolvidable coreografía, o un final exquisito y refinado, del tipo Muerte en Venecia, o emocionante, como esos planos en color de La lista de Schindler, o un  almibarado final feliz como el inolvidable Qué bello es vivir. Pero no podemos permitirnos que la cosa se acabe de mala manera, diciéndonos que todo fue un sueño y aquí no ha pasado nada, como hicieron en Los Serrano. O que nos aparezca de repente el Jason de Viernes 13 cuando creíamos que todo había terminado para amenazarnos con la quincuagésimonovena entrega. Eso sí que no.

                Nuestro particular The End viene marcado claramente con la sentencia. Con la posibilidad de algún remake vía recurso, claro, y hasta con la opción de recibir un premio o un tozolón de algún otro tribunal de más altas miras, nacional o hasta internacional, que todo es posible. Pero tiene que estar a la altura.

                Recuerdo las primeras sentencias que tuve ocasión de ver, siendo todavía estudiante. Un abigarrado compendio de “considerandos” y “resultandos” que nos dejaban alucinando que es  gerundio. Por suerte, aquella forma alambicada ya pasó a mejor vida, Ley Orgánica del Poder Judicial mediante. Pero todavía queda quien parece destinar sus sentencias a un grupo de elegidos, los que las entienden, en lugar de al ciudadano, que es a quienes se destinan. Y a veces se olvida que un lenguaje comprensible no le baja a uno del pedestal de los juristas sacrosantos, sino que debiera encumbrarlo a él. Porque hacer fácil lo difícil no es un defecto, sino un gran mérito. De hecho ¿a quién no le gustaría encontrar un texto donde las servidumbres legales o el censo enfitéutico resulten algo agradable de leer? ¿U otro donde se nos explique de una vez por todas en qué consiste ese oscuro delito de “exacciones ilegales”? Pues eso.

                Y es que en las sentencias hay de todo, como en botica. Aunque yo no he tenido la fortuna de tenerla en mis manos, he leído de algún juez que se lanzó a ponerlas en verso, y algún otro que dió una respuesta casi tan escatológica como lo era el motivo aducido por el imputado para no comparecer a juicio. Aunque justo es decir que la mayoría son buenas, y algunas excelentes. Pero ya se sabe que la noticia es que el hombre muerda al perro, y no lo contrario, así que solo salen en la prensa, además de las de los consabidos asuntos mediáticos, las que tienen algo de pintorescas. O la pintoresca interpretación que de ellas hace alguien, como ocurre con algún recorte de periódico que de vez en cuando se hace viral, como ese que dice que alude a una sentencia que tildaba de violencia de género despacharse una ventosidad y que nunca existió -es equivocada la referencia al juzgado de procedencia y el contenido de la sentencia, pero ésa es otra historia-.

                Siempre recordaré una sentencia, en los principios de mi andadura con toga y tacones, en la que una magistrada de una Audiencia ponía verde al instructor. No entendía muy bien por qué razón hablaban tanto de ella hasta que percaté del detalle de que la magistrada en cuestión no se había dado cuenta que el Juzgado del que provenía era el que ella ocupaba antes de ascender y el instructor en cuestión no era otro que ella misma. Cosas de la vida. Y también recuerdo otra en que el magistrado acababa poniéndose en libertad a así mismo, por un comprensible baile de formularios que le causó más de una chanza. Con buen humor, apostilló “menos mal que me he puesto en libertad y no en prisión…”

                Y es que, si algo han traído las nuevas tecnologías a la justicia, es la cortaypegamanía. Cortamos y copiamos trozos de jurisprudencia, o de otras sentencias o resoluciones como si no hubiera un mañana, y a veces sale lo que sale. Pero la acumulación de asuntos no deja otra salida, y bienvenida sea. No quiero ni pensar cómo lo harían si todas esas citas jurisprudenciales tuvieran que hacerlas copiadas letra a letra con la Olivetti y el papel de calco.

                Eso sí, hay que reconocer que se ha perdido parte de creación intelectual al caso concreto, a base de buscar en repertorios y cortar y copiar. Pero benditos mis bienes que remedian mis males, como dice el refrán.

                Pero, en cualquier caso, hora es de retomar ese aplauso que dejamos hibernado en los estrenos anteriores. Y dar una fuerte ovación a todos los que con sus buenas sentencias, hacen que el final de cada espectáculo esté a la altura. Que, por suerte, son muchos.

                         Y permitidme que hoy, con mis tacones y mi toga, a la que añado un crespón negro, dedique ese aplauso, ovación y vuelta al ruedo a alguien que dedicó su vida a hacer Justicia, con mayúscula, y no solo a poner sentencias, sino a compartir sus muchos conocimientos. A alguien que se dejó la vida en ello. Va por él, Angel Vicente Illescas Rus, Magistrado de la Audiencia provincial de Madrid, Sección Décima, que nos dejó hace apenas unos días Ya te echamos de menos.

lazo negro

4 comentarios en “SENTENCIA: EL DESENLACE

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