Un buen botiquín es imprescindible en cualquier espacio. Incluido el cine y el teatro, pos supuesto. Un buen botiquín tal vez hubiera impedido que Molière pasara de ser El enfermo imaginario de su representación a un enfermo tan real que Murió con las botas puestas, o mejor dicho, con aquel ropaje amarillo que estigmatizó ese color para siempre jamás en los escenarios. No es fácil encontrar películas dedicadas a botiquines, aunque sí a sus hermanas mayores las farmacias y a quienes las atienden, sea La farmacéutica o El farmacéutico de guardia. Y por supuesto, a esas grandes empresas que las mueven, como El jardinero fiel ,o a sus productos, sean Amor, sexo y otras drogas, o sean sus Efectos secundarios. Los fármacos son capaces de dar mucha vida, aunque es una lástima que hayan producido el efecto contrario por sobredosis, y se haya llevado a estrellas como Marilyn y algunas más.
No empezaré diciendo que en nuestro teatro hay botiquines allá donde debiera haberlos. Los hay, sin duda, pero no siempre contamos con todos los medios que tendríamos que tener, dadas nuestras condiciones de trabajo . Pero no vamos a dedicar este estreno a eso, sino a nuestros botiquines reales, y al imaginario, ese que deberíamos tener en Toguilandia.
Hubo un tiempo en que los atracos a farmacias eran moneda común en nuestro mundo. Eran épocas en que la adicción a las drogas y la necesidad de sobrevivir al terrible síndrome de abstinencia convertía a estos establecimientos en víctimas propiciatorias de frecuentes robos. Estar con el “mono” era la razón por la que se cometían muchos delitos, lo que tiene su reflejo legal en la correspondiente atenuante. No obstante, de todos los asuntos de este tipo me quedo con dos, de los que fueron víctimas sendas fiscales. Uno de ellos fue el caso de un atracador al que perseguía, sin duda, la mala suerte. No solo la tuvo al elegir a la víctima, una fiscal a la que atracó a punta de navaja en su portal, sino más tarde cuando, detenido al día siguiente, encontró a su toguitaconada víctima, embarazada para más señas, ejerciendo su profesión en el juzgado de guardia. Ni que decir tiene que se vino abajo y confesó todo. Hasta la muerte de Manolete hubiera confesado en semejante trance.
El otro, además de drogodependiente, no debía tener muchas luces. Si no, no se entiende que, tras mostrar una jeringa a su víctima, también fiscal, que cargaba con sus expedientes en la consabida bolsa, le hiciera caso a sus indicaciones de que le siguiera hasta donde estaban sus amigos, que seguro que tenían más dinero que ella. El incauto fue tras ella para meterse directamente en la boca del lobo, representada, en este caso, por toda la comisión judicial que tomaba café en un bar cercano al juzgado de guardia donde acabó el pobre.
El Código penal recoge, además, las conductas consistentes en tráfico de drogas y medicamentos, así como todas esas sustancias que los deportistas tramposos usan para obtener resultados más allá de sus posibilidades. Pero tampoco es el propósito de este estreno analizar estos tipos penales, sino algo totalmente diferente: crear nuestro propio botiquín de urgencia. Ahí es nada.
No estaría mal, por empezar, suministrarnos algo así como toguivitaminas, para supertoguivitaminarse y toguimineralizarse, como si Super Ratón hubiera cambiado su capa por una toga .Así podríamos aguantar como si nada esas sesiones de juicios maratonianas en los que no se para ni a comer. Evitaríamos los ruidos de tripa y ese momento en que una siente que no le llega el riego. Mucho mejor que un café de máquina, dónde va a parar. Eso sí, que estuvieran a prueba de control antidoping, por si las moscas.
También habría que repartir en la puerta de los juzgados pildorillas de paciencia , que hay que ver la que hay que tener en ocasiones para aguantar lo que aguantamos. Y, por supuesto, que fueran en dosis elevadas, porque ya se sabe que la paciencia tiene mucha tendencia a perderse a la mínima de cambio.
Otra de las cosas que nos deberían prescribir obligatoriamente es la empatía, en vena a ser posible. Un chute permanente que nos permitiera tratar al justiciable, al personal y a los compañeros con esa capacidad de ponernos en su piel que siempre deberíamos tener y que a veces se nos gasta de tanta usarla, como el amor de la canción, pero sin gorgoritos. Y es que nuestro escenario no siempre ayuda con su puesta en escena de colapso y falta de medios.
No nos olvidemos de la anestesia. Porque más de una vez necesitaríamos una buena dosis para hacer frente a algunos casos que se nos plantean sin que nos duelan hasta un punto insoportable. Una toguiepidural nos vendría de fábula.
Además, hay algo que voy a patentar en cuanto lo descubra, algo que debería ser obligatorio. El Adivinum compositum, simple o complex según las necesidades del momento. Mucho mejor que esa bola de cristal o esa varita mágica que todos los años pedimos a los Reyes Magos y que siguen sin traernos. Necesitaríamos urgentemente tener esa capacidad de adivinación que nos permitiera saber cuando existe riesgo para dictar o solicitar una medida cautelar, y hasta saber el alcance de ésta, para perfilar cual de las medidas a nuestro alcance es la más adecuada. También estaría bien una buena dosis para conocer los hechos sobre los que hay que decidir, de los que a veces solo tenemos indicios. Ojala el estado de la ciencia avance hasta dar con la fórmula.
Pero, mientras ninguna empresa farmacéutica ni ningún Profesor Chiflado dé con la clave para crear estos productos, deberemos seguir tirando de los que traemos de serie, y hacer verdaderos esfuerzos para que no se nos agoten. Porque los vamos a seguir necesitando, visto lo visto.
Por eso, el aplauso hoy no puede ser otro que para quienes, pese a todo, dosifican todas estas cosas para poder utilizarlas en la dosis justa. Porque cuesta. Y duele.