Hace ya algún tiempo que se empezó a usar con normalidad el término empatía. Parecía algo nuevo, pero en realidad es tan viejo como la vida misma. Eso que llamamos ponerse en la piel del otro, en los zapatos del otro, para saber realmente cómo se siente. En realidad, ésta es la auténtica esencia del teatro: unos actores que viven en su personaje la vida de otro. Si consiguen hacerlo tan bien que hacen creer al público que son ellos mismos, el objetivo está cumplido. Y los aplausos garantizados. Si, por el contrario, resultan poco creíbles, la cosa huele a fracaso. La piel que habito se ha de tornar en La vida de los otros o empezará El crepúsculo de los dioses
Pero nuestro teatro también está muy necesitado de empatía. Debemos aprender a ponernos en el lugar de quien denuncia, demanda o busca justicia si es que de verdad queremos dársela. Por un momento, debemos salir de nuestra toga y de nuestros tacones –o manoletinas, deportivas, mocasines o botas- y colocarnos en el calzado del otro. Seguro que comprendiendo cómo se sienten, sabemos hacer mejor nuestro trabajo.
La empatía no es fácil. A veces, tendemos a colocarnos un escudo protector para que nada nos afecte, como si fuéramos los depositarios de una misión sacrosanta y fuéramos a arrancarnos como Santa Teresa en pleno éxtasis místico con eso de “Nada te turbe, nada te espante”. Y nada de eso. Solo somos los encargados de administrar una Justicia que emana del pueblo y pertenece a todos. Y no deberíamos resultar lejanos, aunque a veces parezca que levitemos A tres metros sobre el suelo. O En un universo muy lejano, incluso.
Y si esto es difícil en las tablas de nuestro escenario, quizás lo es más aún cuando salimos de él. No siempre me es fácil desprenderme de la fiscalita que llevo dentro, como tampoco debe serlo ignorar a la abogadita, la juececita o la profesionalita de cada una o a sus congéneres masculinos. Y la tentación de arrear un buen zasca al amigo que no sabe nada de derecho pero se siente defraudado con la justicia es tal que flaco favor acabamos haciendo a la propia justicia y al amigo. Aunque nuestro ego se quede satisfecho. Pero a veces hay que mandar al ego a la silla de pensar, que por menos de nada se nos viene arriba. Y hasta hay quien si se cae desde su propio ego, se daría un bofetón de órdago. Y ya se sabe, Aterriza como puedas.
Además, en la frontera de la empatía está su prima hermana, la simpatía. Y también la prima cursi, ésa que algunos llaman moñería. Y a veces andan discutiendo a ver quién de las tres se apodera de nosotros, o si lo hace s hermanastra, la antipatía.
No es fácil. Para gustos hay colores y lo que para unos resulta ser agradable, a otros les resulta cursi, y lo que a nos les parece serio, otros creen que es soberbio. Aunque siempre hay unos mínimos. Ser amables con el personal, dar los buenos días o hasta enviar un beso o dar un abrazo si procede son signos de buena educación y hacen la vida más agradable. Y qué menos que contestar al que pregunta, aunque creamos que tenemos mejores cosas que hacer. Y eso vale para la vida toguitaconada, y para la taconada destogada, y hasta para la vida en pantuflas, cuando nuestro móvil o nuestra Tablet nos acercan a personas que físicamente están lejos.
Así que vaya hoy el aplauso para todos aquellos que saben ponerse en el lugar de otro, y también para los que, con un gesto amable, hacen nuestra vida un poco mejor. Aunque lleguen a la cursilería. Porque más vale pasarse que nunca haber llegado.
La empatía es la clave para que esta sociedad fría, que va a lo suyo, cambie. Yo soy firme defensora de la educación emocional en la infancia, de que crezcan en la empatía. Si lo conseguimos……..puede que estos pequeños cambien el mundo.
Me gustaMe gusta
Muy bueno.
Me gustaMe gusta
Muy bueno, me ha gustado mucho.
En el plano judicial, me encantaría que los jueces tuvieran un poco más de empatía por los abogados, ellos no saben lo que es tener detrás a un cliente que, quizá, sea un pesado o un intransigente o que no quiere dialogar y se muestran ante nosotros como si la culpa fuera nuestra.
Y la frase final es un acierto.
Me gustaMe gusta
Pingback: Bases: sembrar y recoger | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Sentidos: oir y escuchar | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Botiquín: farmacopea togada | Con mi toga y mis tacones
Pingback: De nuevo, Reyes: nuestra carta | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Herramientas: Kit de supervivencia | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Inventos: lo que aún no existe | Con mi toga y mis tacones
Pingback: Suicidio: un gran desconocido | Con mi toga y mis tacones