Si hay un tema tabú, ese es, sin duda, el suicidio. El hecho de quitarse la vida, sus motivos y consecuencias son algo de lo que se haba en voz baja salvo, quizás, en el mundo del cine y la literatura. Ahí el suicidio sale de sus estrechos márgenes de silencio y miedo y se nos muestra en toda su crudeza en momentos tan recordados como los que vimos en Oficial y caballero o El club de los poetas muertos. El suicidio en sí es el propio título, el leit motiv de películas y el modo de morir de más de un artista también. E, incluso, el tema del suicidio ha servido de enganche en alguna comedia como El hombre que se quiso matar. Y es que, por más que se quiera silenciar, da para mucho. Una de las películas que más ahondan en el tema, valga la redundancia, es Mar adentro, basada además en hechos reales.
En nuestro teatro, el tema del suicidio está mucho más presente de lo que se pudiera pensar. Tanto en las leyes como en nuestro día a día, lo vemos con frecuencia. Desde cualquier ángulo de nuestro escenario y adoptando todos los papeles posibles. Veámoslo si no. Y vaya por delante que espero tener en este estreno toda la sensibilidad que el tema merece.
En primer término, he de reconocer que algo importante tengo que agradecer a esta cuestión. Y que nadie me mire mal, pero es que el auxilio e inducción al suicidio fue uno de los temas que me salieron en mi examen de la oposición y gracias a los que, por ende, soy fiscal. Así que una razón más para tratar a la materia como se merece, y también para darle la visibilidad que no siempre tiene.
Si me remonto a mis tiempos de estudiante de la carrera de Derecho, recuerdo haber tratado este tema, además de en la clase correspondiente a la parte especial del Derecho Penal, en la de Medicina Legal, que cogí como optativa. Ya entonces me llamó la atención algo que nos explicaban respecto al efecto de repetición de los suicidios. Cuando una persona se suicidaba en un pueblo, al cabo de poco tiempo algunas más lo hacían en los pueblos cercanos, sin necesidad de que se conocieran entre ellas ni siquiera que conocieran el hecho –nos hablaban de tiempos muy anteriores a la aparición de Internet-. Era un fenómeno de difícil explicación, pero al que siempre acudo cuando alguien pretende esgrimir el dichoso “efecto llamada” para la difusión de algunas noticias, particularmente si de violencia de género de trata.
Por tanto, si no existe ese “efecto llamada” ¿por qué se silencian e invisibilizan? Porque, lo creamos o no, en la prensa existe una regla no escrita por la cual estos temas no se sacan a la luz. Salvo, claro está, que la víctima sea una persona de especial trascendencia pública, en cuyo caso no hay silencio que valga. No hace mucho hemos vivido algún que otro suicidio en que algo debe haber tenido que ver el hecho de que quienes lo realizan se hayan visto implicados en un proceso judicial del que iban a salir mal parados. No diré nombres, estoy segura de que no hace falta. Tampoco extenderé la semilla de la duda que algún irresponsable quiere plantar respecto a estos actos. Aun cuando no pueda obviarse que estas muertes restan pruebas, cuando hay un informe forense que dictamina el suicidio, no podemos dudar en absoluto. Su profesionalidad es obvia y lo que veamos en las películas no deja de ser eso, películas.
La regulación del hecho de quitarse la vida en nuestro Derecho no es mucha, pero es bien conocida. Desde la noche de los tiempos, el auxilio e inducción al suicidio –lo que conocemos por eutanasia- es delito, siempre que se haga en las modalidades previstas en el código: tanto empujando a alguien a que se quite la vida –ojo, ha de ser activa y determinante de la conducta, no basta con una frase general- como colaborando con actos materiales a poner en marcha esa decisión. Como sabemos, la eutanasia y su despenalización son temas polémicos que, periódicamente, salen a la luz con hechos como el del protagonista de Mar adentro o el más reciente de la mujer con Alzheimer que pidió ayuda a su esposo, aun subiudice, por lo que no hablaré de él más. Pero lo que sí hay que decir es que es un tema necesitado de una legislación clara, en particular para que eso que conocemos por testamento vital –la declaración de una persona de cómo quiere que sea su final, si llega a darse el caso de encontrarse en unas circunstancias de ese tipo- pueda cumplirse .
Lo más curioso del delito de auxilio e inducción al suicidio es que se trata de la participación en un hecho ajeno que se castiga como autoría. Con la peculiaridad de que si el hecho no llega a consumarse, el suicida no sería castigado, y el partícipe en el suicidio sí. Y siendo que el suicidio no es delito, es una paradoja que ayudar a cometerlo sí lo sea. Tal vez provenga de una cultura donde el suicidio, fuera o no fuera delito, era pecado e impedía el entierro en camposanto. Pero solo es una reflexión.
En el aspecto práctico, cualquiera que lleve unos añitos en Toguilandia habrá asistido a multitud de levantamientos de cadáveres de personas que se hayan suicidado. ¿Por qué íbamos? Pues, sencillamente, porque la ley hablaba de muertes «violentas o sospechosas de criminalidad!. O. disyuntivo, no y, copulativo. Y “violenta” en Derecho se contrapone a “natural”. Esto es, no es necesario que se haya clavado un cuchillo o se haya pegado con un bate de béisbol para que una muerte sea violenta. Simplemente, se considera en principio así la que no respondía a causas naturales que se certificaban por un médico. Por supuesto, con independencia de cómo se califiquen luego en Derecho los hechos, que eso es harina de otro costal. Puede, incluso, parecer un suicidio y resultar ser un homicidio. Sería el ejemplo de quien mata a alguien de una golpe y luego finge que se ha ahorcado o que ha abierto la espita del gas y se ha asfixiado. Conste que estos dos casos son reales, por peliculeros que suenen. Palabra de fiscalita.
En cualquier caso, de lo que quiero llamar la atención es de lo delicado y doloroso del tema. Nadie que no lo haya visto puede hacerse a la idea de cómo se encuentra una familia al saber que esa persona a la que quiere se ha quitado la vida. Al normal dolor de la pérdida hay que sumar lo inesperada que resulta, lo incomprensible y un difuso sentimiento de culpa que más de uno se carga a las espaldas, aunque no haya nada que reprochar. Quienes nos encontramos con las familias en esas situaciones, no debemos olvidarlo nunca a la hora de tratarlas. Si la empatía siempre es recomendable, aquí es imprescindible.
Lo que no es admisible en ningún caso es utilizar la cifra de suicidios para fines espurios. Como por ejemplo, el de algunas imágenes que circulan por ahí culpando a las mujeres en general y a la ley de violencia de género en particular del suicidio de hombres. Por desgracia, es imposible saber la verdadera causa de cada suicidio, si es que la hay, y, desde luego, no hay ninguna estadística que la haga constar, más allá de lo que algunos inventen.
Tal vez de lo que sí ha llegado el momento de levantar el veto y hablar de ello. Quizás así se podrían buscar soluciones y sobre todo, prevenirlos. Aun recuerdo con espanto el primer caso de una forense, unas adolescentes que se tiraron por el balcón, y cuánto estaba de afectada al contarlo. El destino quiso que, muchos años más tarde, haya conocido a una de las amigas de aquellas criaturas. Y la afectación al hablar de ello seguía ahí., por más que pase el tiempo
Así que hoy el aplauso es, sin duda, para quienes son capaces de ayudar a las personas que pasan por este difícil trago. De la manera que sea.
Eso sí, no me olvido, una vez más, de agradecer al alumnado de mi querida amiga Alicia y a ella misma la colección de dibujos que, aunque nunca formaron parte de la exposición a la que iban destinados, están ilustrando de manera maravillosa mis estrenos.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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El suicidio y el acoso escolar, dos temas que son tierras movedizas para mí. Un saludo y millones de gracias!
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Gracias a tí
Sin lectores y lectoras para comentar y reflexionar, de nada serviría escribir sobre ello
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pero antes de leer se ha de escribir!!!! olé tú! y bon dia
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