No son pocos quienes, al referirse a lo que se arrastra del pasado, echan mano del dicho “de aquellos polvos, estos lodos”. Y en muchas ocasiones, no sin razón. Pero como yo soy más optimista, prefiero acudir a la figura de recoger lo que se sembró, que no tiene por qué ser malo. Y es que ni en la vida ni el teatro podemos prescindir de lo que nos ha ido conformando, con el concurso además de la propia voluntad. Construir sobre bases falsas nos puede llevar a erigir El ídolo con los pies de barro, por más que nos encomendemos a El cielo Protector, y si descuidamos lo que se siembra nos podemos encontrar con Los chicos de maíz escondidos en ello.
En el mundo del espectáculo, una buena siembra consiste en formación, disciplina y trabajo unidos al indispensable talento, aunque sin olvidar unas dosis de ese ingrediente llamado suerte. De ahí que por talentoso que sea alguien, si no riega ese talento con trabajo y lo abona con formación, no acabará obteniendo buenos resultados. Puede tener éxito, sin duda, pero suele ser efímero. Ya dicen que lo realmente difícil no es llegar sino mantenerse.
Y cómo no, nuestro teatro también necesita unas bases sólidas para lograr una buena y permanente cosecha. Como bien sabemos, no basta con estudiar una carrera y luego una oposición, en su caso, y echarse a dormir. Para ser buen profesional hay que estar estudiando casi cada día. No dormirnos, vaya. Aunque de vez en cuando una siestecita en forma de relax sea de agradecer.
Pero no creamos que solo de estudiar vive el jurista, por más que hacerlo sea imprescindible. Y hacerlo para estar al día, que pocas cosas hay mas penosas que encontrarse en una Sala alegando unos preceptos derogados. Y eso que en los últimos tiempos nos lo habían venido poniendo difícil, con esa manía de reformas exprés con entradas en vigor casi automáticas. Pero con ser un erudito no basta. Corremos el riesgo de convertirnos en máquinas de escupir Códigos, algo más que absurdo hoy en día en que no solo podemos consultar el texto legal en papel como toda la vida sino que Internet y las bases de datos nos lo ponen fácil. Como me dijeron en su día, lo realmente difícil no es conocer la norma, sino saber cómo, dónde y cuando aplicarla.
Aunque no todo está en los libros. Unas buenas bases empiezan por una buena educación, en el sentido más amplio del término. No irá muy lejos quien se sepa los códigos y leyes de pe a pa si es incapaz de saludar, despedirse, agradecer lo bien hecho y tratar con cortesía a profesionales y todo el personal, cosas básicas que no siempre se cuidan lo que se debiera. Y, si es con una sonrisa, mejor. Hasta para echar un rapapolvo que, como decía Mary Poppins, con un poco de azúcar la píldora entra mejor. Y lo bueno que resulta ejercitar los músculos faciales.
Hay más ingredientes. La empatía, a la que ya dedicamos un estreno, y que no consiste en nada más que la capacidad de ponerse en la piel del otro, y la sensibilidad, una cualidad no siempre valorada y muy necesaria en nuestro trabajo. Si no utilizamos ni una ni otra, por más que sepamos jurisprudencia al dedillo, corremos el riesgo de parecer dios con pandereta. Y eso sí que no.
Pero como obras son amores y no buenas razones, no solo hay que tener de todo eso. Hay que ponerlo en práctica. Con el resto de interpretes de nuestro teatro y, sobre todo, con el justiciable, ese público al que, como diría Lola Flores, tanto queremos y al que tanto debemos. Y al que no siempre mimamos como debiéramos, o al que no siempre miman quienes tienen en su mano hacerles la justicia de mejor calidad con unos medios dignos.
Y hay una versión especial de ese sembrar y recoger en nuestro teatro. La de ser esclavos de nuestras palabras. Y si no, pensemos cuántas veces nos hemos visto en un brete por algo que habíamos dicho en un informe anterior, o que hemos heredado de un compañero. Y ahí queda el papel para siempre, mirándote con cara desafiante diciendo “a ver cómo sales de ésta”. Lo que en Derecho llamamos “doctrina de no ir en contra de los propios actos” y que alguna vez produce ganas de que se te trague la tierra. Y es que el papel es muy sufrido…
Por todo ello, el aplauso es hoy para quienes actúan con la coherencia suficiente para recoger lo que sembraron sin llevarse sorpresas. Que no siempre es fácil en los tiempos que corren.
Y la ovación extra para @JulioAntonio48, que de nuevo me ha cedido una de sus preciosas imágenes para que me sirva de inspiración. Mil gracias
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
Me gustaMe gusta
Reblogueó esto en jnavidadc.
Me gustaMe gusta