Todos tenemos derecho al descanso. Lo dice la Constitución, las Declaraciones de Derechos Humanos y, lo que es más lógico, el sentido común. Ningún ser humano puede rendir si en algún momento no descansa. Y no solo físicamente.
También descansan los artistas. Lo hacen a destiempo, generalmente cuando los demás nos dedicamos al solaz, y muchas veces precisamente por eso. Porque su trabajo coincide con nuestro descanso. Y también las vacaciones han dado lugar a un filón cinematográfico, desde la deliciosa Vacaciones en Roma hasta la estresante serie de Doce fuera de casa, pasando por la inquietante Y de repente el último verano. Y desde luego, en nuestro país no podíamos ser menos, desde Las bicicletas son para el verano o Bámbola hasta toda la serie de suecas, hombres que se quedan de rodríguez y clichés varios encabezados por el inefable Pepito Piscinas.
Pero la cuestión es si en nuestro teatro también descansamos. Si, además de destoguitaconarnos de cuerpo, también lo hacemos de mente, impidiendo que togas y puñetas salgan del armario donde deben permanecer por un tiempo. Y, aunque parezca fácil, no lo es tanto.
Hubo un tiempo, cuando los teléfonos móviles y la pesadilla Lexnet no había ingresado en nuestras vidas, en que hacer semejante cosa era posible, y solo dependía de nosotros. Eran los tiempos en que había jueces, fiscales y secretarios judiciales –hoy LAJs- sustitutos bastantes para cumplir el cometido para el que había sido nombrados: sustituir. Y cubrían las vacaciones de los titulares, que nos podíamos dedicar al dolce far niente por un mes en el año. Ahora, desde que el año 2013 la tijera podadora de justicia se llevó a la mayoría de ellos por delante, la cosa se pone cuesta arriba. Y, aunque el mes de vacaciones es indiscutible, se disfruta o se padece en muchos casos a saltos, como si viviéramos en una constante montaña rusa. Y se hace complicado tener todo el mes de vacaciones seguido porque las necesidades del servicio obligan a encajar las planillas de los repartos como si de un sudoku se tratara, y no siempre sale. Y además, a quienes hacemos guardias no nos queda más remedio en ocasiones que interrumpirlas cada vez que nos toca una, con lo que la desconexión total es casi imposible. Así que una se sube en la montaña rusa y, cuando más alto ha ascendido y llega el momento de la emocionante bajada, cortan la electricidad y toca volver al suelo y desperdiciar la adrenalina que ya se iba soltando, que allí se queda con tres palmos de narices. Y vuelta a empezar.
Pero eso no es todo. Y no solo quienes adornamos la toga con puñetas tenemos esos problemas. Y, como si de niños que no estudiaron lo suficiente se tratara, nos toca llevarnos el cuaderno de vacaciones. Expedientes que quedaron a medias, leyes que no tuvimos tiempo de estudiar y todas esas cosas que nos prometíamos que pondríamos al día en cuanto el calendario nos diera una tregua. Y, en el caso de los abogados y otros profesionales liberales, más aún. Sus clientes no se congelan hasta la llegada de septiembre y, aunque agosto es en casi todo inhábil, hay cosas para las que no lo es tanto. Y toca reunirse, estudiar y trabajar. Con canícula estival y todo, abanico y ducha mediante, por supuesto.
Y, para redondear la cosa, las salas de vacaciones. Que, por cierto, menuda ironía que se llamen salas de vacaciones cuando quienes la forman no pueden disfrutar de ellas. Debería llamarse sala de no vacaciones. Así que igual lo propongo para una próxima reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, ya que tanto les gusta cambiar nombres a diestro y siniestro.
Y, en este punto, tampoco quiero olvidar a los opositores, esos pobres seres que ni siquiera disfrutan de vacaciones. Mucho ánimo que el esfuerzo tiene su recompensa. O debe tenerla.
Leí en algún sitio que la desconexión verdadera empieza a partir de las dos semanas sin tocar nada de trabajo. Dedicándose a escribir, a la cría del calamar salvaje, a cultivar tulipanes, hacer macramé, a riscar por los montes como si no hubiera un mañana o, simplemente, a vegetar en un sofá. Y si, además, conseguimos olvidarnos de togas y puñetas varias, y nos sacudimos el complejo de culpabilidad por todas esas cosas que pensábamos hacer en vacaciones y se han quedado en el Monte del olvido, mejor que mejor.
Pero hay una Pepita Grilla con toguita y taconitos que se empeña en darme el tostón. Seguro que más de uno sabe de quién hablo. Y ojo, que no siempre viste toguita y taconitos. A veces va en chándal, o en traje de baño y chanclas y hasta de lagarterana, si me apuran, pero aparece cuando menos se lo espera una. Hace chas y aparece a tu lado, como aquella canción de tiempo ha. Y nos fastidia el anhelado descanso. O lo intenta.
Así que hoy una aplauso especial. Para quienes consiguen desconectar de verdad, cargar las pilas como corresponde y volver con ánimos renovados y fuerzas por estrenar. Que a veces es tan difícil que se convierte en Misión Imposible
Primero la tijera y luego tienen el cuajo (cinismo/hipocresía) de decir que la justicia es lenta. lo que daría por que fuera tan ágil como hacienda. Igual tenéis que estudiar la vía crowdfunding 🙂 Feliz veranillo, o descansilla.
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