Abrazos: tesoros impagables


abrazo

Como dice el anuncio, hay cosas que no se pagan con nada del mundo. Pequeños tesoros que cambian por completo el día, la semana y hasta la vida de una. Y los abrazos son uno de esos tesoros, aunque a veces no sepamos reconocerlo. En el cine, abrazos de todo tipo –o la falta de ellos- han protagonizado y sobre todo, puesto el The End a muchas películas, y en algunas incluso  son los que dan título a la obra, como Los abrazos rotos o El abrazo de la serpiente. Son innumerables los abrazos que podemos encontrar, desde los más castos a los más libidinosos, de los más sinceros a los más traicioneros, desde los de saludo a los de despedida.

Y aunque no lo creamos, los abrazos también forman parte de nuestro teatro. O quizás deberían formar parte más de lo que lo hacen, que muchas veces nos contenemos demasiado a la hora de expresar determinados sentimientos. No olvidemos que bajo las togas siempre late un corazón y ay de nosotros y del justiciable si no es así.

A lo largo de mi vida toguitaconada he visto y vivido muchos abrazos, todos ellos importantes en mayor o menor medida. El primero que me gustaría destacar, uno de los más trascendentales, es el abrazo triunfador, ese abrazo que marca la frontera entre la opositora y la fiscal –trasladable a cualquier otra oposición o profesión-. Ese abrazo desmedido, con saltitos incluidos, que le endosas a cualquiera que pilles cerca cuando tu nombre aparece en la lista de aprobados. En ese momento, abrazarías a cualquiera que estuviera a tiro, incluído el mismísimo demonio con rabo, cuerno y tridente. Y por supuesto, hay modalidades de esos abrazos cada vez que se aprueba un examen difícil, sea en la carrera, en el colegio o en cualquier otro ámbito.

Una de las modadlidades más frecuentes es el abrazo saludo, algo que cada día se ve más pero que todavía nos cuesta, especialmente a una generación a la que nos inculcaron muchos reparos hacia el contacto físico. Se puede dar cada día, pero la verdad es que no suelo ver que los togados andemos abrazándonos cada dos por tres. Además, resultaría raro a la vista de la gente que juez y fiscal se abrazaran antes o después del juicio, o lo hicieran con letradas o lajs. Ni que fuéramos Los Teletubbies, diría alguno, sin caer en que una señal de afecto no hace daño a nadie. Pero hay ocasiones en que son necesarios. Hace nada, vino a vernos una funcionaria de baja tras una operación. No pude dejar de abrazarla, aunque no lo haga habitualmente. Pero no veo mejor manera de mostrarle mi alegría por verla recuperada.

Otro tipo de abrazos frecuentes son los abrazo despedida. Son abrazos que se dan empapados en lágrimas, contenidas o no. Entre estos, destaco algunos de los que seguro que hemos sido testigos quienes habitamos el planeta Toguilandia. Me refiero a ese abrazo que le da la madre –u otro familiar- al delincuente que va a ingresar en prisión. Muchas veces, en la propia sala de vistas, donde la mujer pregunta si puede abrazar a su hijo. Confieso que más de una vez se me han saltado las lágrimas ante esta escena, donde el dolor trasciende mucho más allá de los cuerpos que se abrazan.

Y también existe el abrazo felicitación. El que le estampamos a un compañero o compañera que ha tenido un éxito en su vida, personal o profesional. Y cuidado con estos abrazos. Muchos son sinceros, pero alguno que otro es el abrazo del oso, y hasta hay que ir mirando las espaldas por si vuelan puñales. Cosas de la vida.

Y, aunque haya tantas clases de abrazos como personas y sentimientos, quería dejar para el final un abrazo especial: el abrazo reconfortante. No hace mucho, en un acto público, quiso venir a conocerme en persona alguien de quien conocía su triste historia de maltrato a través de un  contacto virtual. Que viniera a verme, se identificara y me buscara me emocionó tanto que le di uno de los abrazos mas sinceros que haya dado nunca. Creo que era mi modo de decirle que aunque no estuviera en mi mano hacer algo más por ella, podía contar conmigo. Y noté como una corriente de cariño traspasaba nuestros cuerpos hasta meterse dentro de nuestras almas. Y ella debió notar lo mismo, porque al llegar a casa encontré un mensaje suyo diciendo que lo mejor del acto había sido ese abrazo.

Ese abrazo me recordó otro. El que hace ya tiempo dí a otra mujer con una historia igual de dura. La conocía y conocía su historia por razones profesionales, pero a pesar de ser toda una superviviente, no estaba dispuesta a contar su historia, ni siquiera a aparecer en fotos. Cuando llegó a mi despacho un día y me dijo que iba a hablar en público para ayudar a otras mujeres, dando la cara, no pude hacer otra cosa que darle un enorme abrazo. El que le sigo dando cada vez que nos vemos. Y lo mejor de estos abrazos no es darlos, sino recibirlos. Qué afortunada me siento por ello.

Por eso hoy el aplauso no será aplauso. Es un enorme abrazo para todas las personas que superan sus aprensiones para manifestar su afecto, su apoyo, su solidaridad, su cariño y hasta su dolor. Porque un abrazo es mucho más que dos cuerpos que se juntan.

 

6 comentarios en “Abrazos: tesoros impagables

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