Continuando con la serie de estreno dedicados a los sentidos, hoy toca poner en marcha las papilas gustativas. Un sentido que usamos mucho a la hora de comer, pero que no tenemos demasiado presente el resto del tiempo, por más que usarse, se use. Buena prueba de ello son los títulos que el cine ha dedicado a ello, como Chocolat, Fresa y Chocolate o filmes tan “comestibles” como La gran buffe o el festín de Babette. Claro que, con la avalancha de modas de Master Chef, Top Chef, y todo tipo de concursos culinarios, la cosa está de moda.. Hay que Comer, beber, amar, y ser un buen Chef, con sus propias recetas Como agua para Chocolate.
Nuestro teatro poco tiene que ver a primera vista con el sentido del gusto. Más allá del kit kat de media mañana -quien lo haga- no parece que vayamos a degustar expedientes o a relamernos de gusto pensando en los medios que tenemos a nuestra disposición. Tampoco se nos hace la boca agua pensando en ese juicio que nos quita el sueño y aún no sabemos cuándo se va a señalar, aunque confieso que, alguna vez, he llegado a salivar escuchando el veredicto de un jurado cuando asume todas mis peticiones. Cuando, como dirían Serrat, Sabina, Víctor y Ana, El gusto es nuestro.
Aunque, si vamos más allá de una aplicación estricta de lo que el gusto significa, descubriremos que lo usamos mucho más de lo que pensamos. Incluso con toga y tacones. Porque aquí hay cosas para todos los gustos.
A veces, he llegado a sentir, incluso físicamente, eso de que A nadie le amarga un dulce, algo que pasa cuando, además de acoger todos nuestros pedimentos jurídicos, obtenemos una satisfacción extra. Ese día en que la víctima se te acerca y te da las gracias, o incluso un abrazo por el esfuerzo desplegado por su causa, o esas escasas ocasiones en que alguien reconoce tu trabajo, sea en los medios de comunicación o por la vía de un reconocimiento profesional del tipo que sea. Porque, se crea o no, y pese a su escasez, en Toguilandia también nos gusta que la profe nos ponga un “gomet” –esos adhesivos con que premian los trabajos de los niños en la guardería o el cole- en nuestro cuaderno de deberes.
También es absolutamente cierto lo de que Cuanto más azúcar, más dulce, algo que ocurre, por ejemplo, cuando a la prueba propuesta en el juicio se le suma otra que todavía apuntala más nuestra tesis. Qué gusto paladear esa sensación cuando un testigo hace una declaración redonda para nuestras pretensiones, o cuando, de pronto, logramos pillar al acusado en un renuncio y se desmonta su versión exculpatoria. O, del otro lado del banquillo, cuando es al testigo a quien se le sorprende en ese renuncio y es la defensa la que se lleva el gato al agua, y con razón. Porque, como la Justicia es lo que cuenta y todos remamos en el mismo barco aunque haya a quien le cueste reconocerlo, siempre hay que congratularse de que se haga la luz, aunque el foco se dirija a una u otra parte del escenario. Aunque esa es mi opinión pero, por supuesto, para gustos hay colores.
Pero no todo es dulce, no vaya a darnos una sobredosis de azúcar y acabemos con una epidemia de diabetes. Más bien al contrario. En nuestro teatro, hay más veces en que nos quedamos con un regusto amargo que con lo contrario. Porque, tratando de temas tan delicados como los que tratamos, es difícil que esto no suceda. A cualquiera con un mínimo de sensibilidad se le agria el estómago al oír declarar a un menor que ha sido objeto de abusos, a una mujer violada o maltratada, a un pederasta o a cualquier otra persona que tenga relación con un crimen terrible. Y tampoco hay que limitarse a las fronteras del derecho penal. No debe ser plato de gusto escuchar a personas que han visto arruinada su empresa, que han perdido su trabajo o que han perdido sus ahorros con cualquier comportamiento abusivo. Y en los más graves de unos y otros casos, hay que reprimir las náuseas. Gajes del oficio, desde luego, pero la amargura no nos la quita nadie.
Y, para no quedarnos con mal sabor de boca, echaré mano de una anécdota. La de una trabajadora de la calle que se definía a sí misma como tal y, al ser preguntada por lo qué quería decir con eso de trabajar en la calle, ya que podía ser repartidora de octavillas, encuestadora o barrendera, describió su oficio como “un trabajo más picante que todo eso”. Tal cual.
También dan para mucho algunas frases de quienes se ven envueltos en delitos contra la seguridad vial por ingerir bebidas espirituosas bajo cuyo efecto manejaban el volante. Recuerdo uno, hace mucho tiempo, cuando estos delitos todavía se llamaban “contra la seguridad del tráfico” que, después de contarnos todo lo que había bebido, añadió espontáneamente “y un licor que no sé de que era pero estaba buenísimo”. También recuerdo otro, por la misma época que, empeñado en achacar toda la culpa de su borrachera al colutorio con el que hacía enjuagues, contestó, a la pregunta de si se lo tragaba -ya que era un enjuague- “que va, si está asqueroso”.
Así que hay el aplauso es para quienes se sobreponen de esos regustos amargos y saben disfrutar de los momentos dulces que está profesión nos depara. A pesar de que, como todo el mundo sabe, contra gustos no hay nada escrito.
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