Hoy, el escenario de Con Mi Toga y Mis Tacones se viste de arco iris, para, como en Pride, contar una de esas #historiasconorgullo que llevan demasiado tiempo en el armario. Una historia con presente, con pasado y, sobre todo, con futuro
Pasado, presente, futuro
Nunca hubiera pensado que mi vida fuera a cambiar en una notaría. Nunca hubiera imaginado que un lugar así fuera el escenario de un terremoto en mi mente y en mi alma. Pero el destino siempre nos obsequia con sorpresas.
Llegué allí de mala gana. Suponía que aquella sería una de las cosas de mi madre, siempre empeñada en tener todos los papeles arreglados hasta extremos enfermizos. Una explicación de aquel amable y aburrido señor, una firma y a otra cosa, mariposa. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando, de las palabras de aquel aburrido y amable señor, deduje que mi pasado fue un fraude, mi presente era muy distinto de lo que suponía y mi futuro era prometedor. Y todo eso, en los diez minutos que le llevó leer un testamento.
Descubrí entonces que había tenido un padre que hizo mucho más por mí que aportar sus genes, que mi madre me había engañado toda la vida, y que mis sempiternos números rojos se había vuelto de un azul brillante. Todo de un plumazo. Y sentí que me faltaba el aire, y la tierra bajo los pies.
Mi madre había construido un castillo de naipes con nuestra historia. Siempre me hizo creer que mi padre nos dejó tirados después de marcharse un buen día y no volver jamás. Y, aunque me llamó la atención que nunca se lo reprochara, lo achaqué al espíritu generoso de mi progenitora. Posiblemente, más generoso de lo que yo pudiera imaginar entonces.
Mis padres, según supe al salir de aquella notaría, fueron rehenes de unos tiempos difíciles. Vecinos de un pueblo pequeño y amigos desde la infancia, se casaron casi por inercia en cuanto les llegó la edad. Hicieron lo que se esperaba de ellos y así llegué yo al mundo. Pero poco tiempo después, él no pudo más y le confesó a mi madre algo que ella debía sospechar desde siempre. La quería y la respetaba como a nadie, pero la naturaleza le inclinaba en busca de otra cosa. Y decidió ser honesto con ella y contárselo. Mi madre aceptó lo inevitable y juntos convinieron que él se marcharía lejos, junto a aquel joven del que no había podido evitar enamorarse. Ella y yo nos mudaríamos a una ciudad donde nadie nos conociera e iniciaríamos una nueva vida mientras él trataba de alcanzar sus sueños tanto en el amor como en su profesión. Se dejaría el tedioso puesto en el Banco y trataría de triunfar como escritor, lo que siempre quiso. Esa fue la condición que mi madre le puso: debía de triunfar en lo suyo.
Corrían los años 60 y la homosexualidad, además de ser delito, era un estigma para la familia. Así que borraron a mi padre de mi vida para evitar el riesgo de que en el pueblo nos conociean como el hijo del marica y su estafada esposa. Y yo crecí sin saber que, tras el lujoso colegio donde estudié y los caprichos que nunca me faltaron, estaba el dinero de un padre que triunfaba como director y guionista de cine con un apellido que en nada se parecía al mío. A mis espaldas, mis padres decidieron no verse para protegerme, a pesar de que él estaba al tanto de mi vida, de mis progresos y de todas mis necesidades, que cubría encantado de hacerlo. El y mi madre se mantenían en contacto frecuente, pero nadie lo sabría nunca hasta ese momento en que puse el pie en la notaría.
En plena década de los 80, me convertí en el único heredero de un famoso director de cine, que murió con la pena de no poder abrazar a su hijo. No pude sentir otra cosa que orgullo de un padre que tuvo el coraje suficiente para vivir su vida, y de una madre que le apoyó hasta el último momento, sin rencores ni dudas. Y sentí también una enorme rabia por esa sociedad hipócrita que nos privó de tantas cosas a los tres.
Ese día, como homenaje a mi padre, decidí salir del armario. Ni siquiera mi madre sabía que me parecía mucho más a él de lo que ella pensaba. Aunque, probablemente, lo supiera incluso antes que yo mismo.
Hoy, ya en el siglo XXI y con una vida a las espaldas, he pagado mi deuda con el destino. Mi última novela, “Orgullo”, ha sido galardonada con uno de los más importantes premios literarios. Una obra que dedicaré a esos padres que tuvieron que sacrificar su pasado para que yo tuviera un futuro que ya hoy es presente.
Y me acompañará alguien muy especial. Mi pareja, el hijo de aquel notario que resultó no ser tan aburrido, aunque nunca dejó de ser amable, hasta el punto de convertirse en el mejor suegro del mundo.