Nos hemos acostumbrado a ver mujeres y hombres en el teatro. Actores y actrices, sobre todo y, en una más pequeña parte, guionistas o directoras, y también figurinistas, maquilladoras o técnicas de luces o sonido. Pero no siempre fue así. En esos tiempos remotos de Shakespeare enamorado hasta los papeles femeninos eran representados por hombres. Y hubo que andar un largo camino para conseguir hacernos visibles, aunque aún queda un trecho por recorrer. Los propios títulos, como Todos los hombres del Presidente o Doce hombres sin piedad dicen mucho de por dónde van los tiros, y hasta una obras con un papel femenino importante, como el de Demi Moore de Algunos hombre buenos, tienen un título con evocaciones más bien masculinas. Y, aunque a mí me gusta más eso de Tacones Lejanos o Mujeres al borde de un ataque de nervios, el cine no es sino un trasunto de la realidad. Una realidad que sigue pagando más a los actores que a las actrices, y que dificulta a estas la obtención de papeles lucidos conforme se hacen mayores, algo que no sucede a sus colegas del otro sexo.
¿Y qué ocurre mientras en nuestro escenario? Pues más de lo mismo. Corregido y aumentado, además. Que no hay más que echar un vistazo a la fotografía de la apertura del curso judicial para que a una se le caiga el alma a los pies. Y la toga y los tacones, que protestan como nunca.
Ya vimos en otro estreno (Mis tacones) lo que nos costó a las mujeres meternos en este mundo. No lo logramos hasta el siglo XX y, aunque las abogadas empezaron antes (en 1922), jueces, fiscales o médicos forenses no lo logramos hasta la década de los 70. Hace nada, como quien dice, aunque ya ha llovido bastante. Pero no estamos todo lo presentes que deberíamos, o no cómo deberíamos. Solo basta con mirar la foto. Y es que nuestra presencia cede conforme se ascienden escalones.
Por suerte, somos muchas las mujeres togadas . Cada vez más. De hecho, las últimas promociones de Jueces, Fiscales y Letrados de la Administración de Justicia –otrora secretarios judiciales- cuentan con una abrumadora presencia femenina. Sin embargo, solo una de los 18 presidentes de Tribunal Superior de Justicia es una mujer a día de hoy –la de mi tierra, precisamente- y eso es para hacérselo mirar.
Cuando yo aterricé en esta carrera, hace más años de los que quisiera pero menos de los que parece, llegué junto a otras dos compañeras directamente de la Escuela Judicial –así se llamaba entonces también para los fiscales- y nos encontramos con una fiscalía en donde no había ninguna mujer. Incluso hubo quien dijo que habían mandado niñas en lugar de fiscales, vaya. Y, aunque no haga tanto tiempo, todavía había quien preguntaba por el fiscal y se sorprendía al vernos a nosotras. Claro que, solo unos años antes, otra compañera tenía que pelear por explicar que era la fiscal, o la fiscala, si lo preferían, pero que era ella misma, no la mujer de ningún señor fiscal. Y aun así había quien lo veía nada claro. También recuerdo a una jueza, que tenía que explicar muchas veces que la Decana era ella, no el compañero del Juzgado de al lado, porque eso era lo que solían dar por sentado.
Y no hemos cambiado tanto, vaya que no. Es cierto que es un gran paso que ya varias mujeres magistradas del Tribunal Supremo, alguna en los más codiciados puestos, y lo es más, si cabe, tener una Fiscal General del Estado por primera vez en nuestra historia. Pero no echemos las campañas al vuelo. Todavía son excepción, no regla general.
Y es que en lo nuestro también el techo de cristal existe. Aunque seamos más y el sueldo sea el mismo. Porque seguimos siendo mayoritariamente nosotras quienes, llegado el caso, pedimos las excedencia por cuidado de los hijos, o sacrificamos nuestro avance profesional por los problemas que la conciliación o la falta de ella, nos causa. Y así seguimos. He contado más veces el caso de una compañera que, llamada a ostentar un alto cargo, fue preguntada por un periodista por cómo se organizaría para compatibilizarlo con sus hijos, mientras que al compañero varón que estaba en el mismo caso le preguntaba por sus objetivos profesionales.
Incluso he oído cosas como que “cobramos un sueldo de hombre” o “hazte fiscal, que es más cómodo para una mujer”. De gente que está trabajando, con toga pero sin tacones, por supuesto. Y cuya identidad guardaré celosamente por eso de que se dice el pecado pero no el pecador.
Ojala no tarde mucho en llegar el día en que haya que buscar con lupa a las mujeres en la fotografía –hay dos detrás, casi escondidas junto a la puerta-. Y para ese día me guardo el aplauso de hoy.
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