Después de la pausa, asumo de nuevo el riesgo de continuar con la saga. Que me gusta vivir Al límite y hasta poder recordar El día que vivimos peligrosamente. Así que, como de recordar se trata, vuelco a usar esa técnica del flash back tan usada en el cine y me tiro a la piscina una vez más. Ajústense los cinturones y, como si de los Amantes pasajeros se tratara, emprendamos el vuelo. Y aterriza como puedas. Seguimos con una nueva entrega de Cómo ser jurista y no morir en el intento. De risa, en este caso, espero.
Y, como no solo de juicios vive el togado, nuestras anécdotas llegan a traspasar la sala de vistas y el juzgado de guardia. Que cuando uno menos se lo espera salta la liebre. Y si no, que se lo cuenten a una compañera que, apenas recién llegada a la carrera, se encontró con una llamada que hizo que le entrara un terror propio de las más reputadas películas del género. Le advertían de la publicación de una conocida revista satírica en cuya portada aparecía el actual monarca en actitud no demasiado digna, a pesar del secuestro de la revista, y del problema enorme que iba a tener puesto que por su culpa la portada había visto la luz en el territorio de su jurisdicción –un pueblo de Alicante- ya que ella no había procedido a secuestrarla como hicieron en el resto de España. La pobre se puso tan pálida que Los Otros eran morenitos a su lado. Ni que decir tiene que aun se están riendo de ella por tragarse aquello, ya que la cosa no era sino un trasunto fiscal de las novatadas, digno de cualquier entrega de una saga universitaria americana. Los Albóndigas en Fiscalía, vaya.
Pero es que en cuanto rondan los chicos de la prensa los nervios se disparan y se llegan a temer cosas increíbles. Como me ocurrió en una ocasión en que, estando de guardia, me llamó el juez muy preocupado porque se le había presentado en el juzgado una señora que decía ser famosa –a fe que lo era, salvo el juez la conocía toda España- pretendiendo que se suspendiera la emisión de un programa que iba a rodarse porque sabía que iban a desvelar su flirteo con otro personaje no menos famoso. Pese a que solo contaba con la palabra de la famosa en cuestión, y tras hacerle una detallada explicación telefónica de sus andanzas amorosas, me seguía preguntando si no podríamos suspender el programa. Le respondí que si así lo hacía no creía que su madre –la del juez- se lo perdonara, que seguro que vería el programa. Y ahí quedó la cosa. En efecto, el programa se hizo, el invitado desveló en directo el affaire de la famosa y fueron portada de muchas revistas. Ni que decir tiene que nadie se planteó siquiera la actuación del juez, por descontado. Ni de esta fiscal tampoco.
Pero es que un juez siempre es un juez. Quizás por eso, uno de los habituales de uno de los juzgados que llevé en mi primer destino, nos contaba que su mujer y él se querían mucho, pero no sabía por qué el juez del otro juzgado les separó. Menudo capricho, el de Su Señoría. Claro, que entonces no existía el divorcio exprés, que algunos toman tan al pie de la letra como una señora que, según me cuentan, acudió al juzgado a pedir el fin del matrimonio que habían celebrado el día anterior. U otra, que, según hemos podido leer en la prensa, se divorció nada menos que de sí misma. Eso sí, no llegó a tener los problemas que muchas veces vemos a la hora de liquidar el patrimonio de la pareja, que no son moco de pavo. Y algunos discuten por todo, como en un asunto que acabó sin acuerdo porque los ya excónyuges seguían enzarzados por la propiedad de un curioso bien: nada menos que el vídeo de la boda.
Y si los jueces, los fiscales y los abogados dan para mucho flash back hilarante, no son los únicos. La aparición de un intérprete origina en muchos casos situaciones pintorescas, por decirlo de algún modo. Desde ese famoso intérprete de chino –no sé si es uno solo que tiene el don de la ubicuidad o se trata de varios- que, tras diez minutos de animada cháchara en su lengua materna con su compatriota detenido, acaba traduciendo como “dice que no”. Y ya está. Pero no es fácil su función, y como ni siempre se les encuentra tan rápido como quisiéramos –y no por su culpa-, a veces los propios afectados se arriesgan a entendernos con lo poco que saben de español, con el compromiso de que procuraremos hacerlo fácil, aunque no siempre lo cumplimos. Y en esa tesitura, me cuenta una compañera la cara de pasmo que se le quedó al pobre cuando el letrado empezó la pregunto con un “diga no ser cierto..”. Quizás por eso, siempre hay alguien que trata de facilitar las cosas, incluso acudiendo al conocido recurso de hablar a gritos, y separando mucho las sílabas, como hacía Alfredo Landa a las suecas en las películas de los 70. Y, en una de esas, otro compañero se encontró que a la pregunta de US-TED-ME-EN-TIEN-DE se vio respondido con un SOY-DE-A-RAN-JUEZ en el mismo tono.
Y es que, como decía, los intérpretes han aportado mucho a la anecdotología judicial. Hasta los que van de incógnito, como le sucedió a otra compañera que, tras comprobar que en una reyerta entre ciudadanos pakistaníes todos trataban de dar su versión menos uno, se encontró que aquel pobre al que nadie hacía caso era el intérprete, esperando su turno. Y ojo, que hasta en esto hay intrusismo. Aun recuerdo que, en un juicio de faltas la denunciante, rusa, dijo que entendía español pero que le acompañaba un amigo que le traduciría si en alguna cosa tenía dificultad. Llegado el caso, el voluntario se vio obligado a intervenir y, cuál no fue nuestra sorpresa al comprobar que utilizaba el mismo idioma que el interrogado de Aranjuez y su voluntarioso preguntante. Cosas de saber idiomas, vaya.
Y, como decían los dibujos animados, esto es todo, amigos. Aunque solo sea por esta vez. Que siempre cabe un remake o un spin of, y seguro que no tarda, dadas las valiosas aportaciones de tantos compañeros. Para ellos es hoy el aplauso y el agradecimiento. Porque conseguir una sonrisa no tiene precio. Y , al igual que mi toga y mis tacones, seguro que el público de nuestro teatro también sabe agradecerlo.
Me encantan estas anécdotas, de verdad, me hacen reír en medio de muchos casos desastrosos. En el Colegio de Abogados de Murcia, una de las administrativas que atiende las peticiones de justicia gratuita recopila todas las que le pasan al cabo del año y para las fiestas de San Rainmundo de Peñafort en enero nos manda el resumen.
Y como anécdotas tenemos todos, yo te cuento la mía en un juzgado de pueblo con un Fiscal, una mañana de juicios de faltas: al entrar en sala, me encuentro al Fiscal sentado en la mesa de la derecha de Su Señoría (a la izquierda, según la perspectiva del público) y me quedo, intrigada, mirando y me dicen, siéntese allí (a la izquierda de Su Señoría, a la derecha del público). El asunto era de poca importancia, pero nos llevó unos 25-30 minutos: declaraciones del acusado, de mi cliente víctima, de dos testigos, informes finales… Y mientras tanto, yo iba sudando cada vez más. Y es que la sala de vistas tenía un impresionante ventanal sin cortinas y el sol pegaba de lo lindo y, claro, el Fiscal, junto con la avenencia del Juez, decidieron celebrar al contrario, puesto que si no, el calor que le daría al pobre Fiscal toda la mañana sería de aúpa, mientras que los letrados íbamos y veníamos en cortos períodos de tiempo.
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