Cambios: rebus sic stantibus


                El cambio es una constante en nuestras vidas. Tal vez por eso, las miradas al pasado tienen tanto éxito en cine y teatro, a pesar de que no siempre se pueda afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Recuerda es el mismo títulos de una película ya clásica, y es que rememorar Tal como éramos siempre gusta, sobre todo si es para revivir nuestra particular Belle Epoque. También es bueno atreverse a Volver, aunque no siempre los recuerdos sean amables, pero es necesario para Volver a empezar. Y en ello estamos

                En nuestro teatro el pasado es un componente esencial  porque, al fin y al cabo, los argumentos siempre hacen referencia a un pretérito más o menos remoto, o más o menos inmediato. Se trata de colocar el cartel de The End a aquella historia que vivimos y que acaba en los pasillos de Toguilandia, sea para poner una pena al culpable de un hecho delictivo, para resarcir a una víctima, para regular los efectos de una ruptura matrimonial o para ventilar las vicisitudes de una herencia o los conflictos con una propiedad.

                Los tiempos que nos ha tocado vivir, y que hace nada nos hubieran parecido una película de ciencia ficción, han hecho que tengamos que adaptarnos a unos cambios que nunca hubiéramos imaginado. Si han venido a quedarse o no, el tiempo lo dirá. Aunque, mientras tanto, podemos hacer un ejercicio de adivinación, porque el futuro es tan incierto que toda previsión lógica puede saltar por los aires en cualquier momento.

                Entre las cosas de las que espero librarme lo mas pronto posible –siempre, claro está, que sea lícito hacerlo- están las mascarillas. Aun recuerdo cuando veíamos las imágenes de un Michael Jackson desteñido y enmascarillado y nos parecía algo totalmente irreal. Ahora, lo de las mascarillas es el pan nuestro de cada día y en cuanto al desteñido, no es de extrañar vislumbrar cierta palidez en nuestras caras, ya que pasamos una buena temporada entre las cuatro paredes de nuestra casa y ahora, aunque salgamos, no lo podemos hacer ni con la frecuencia ni con a alegría de antaño. Quién nos lo iba a decir hace nada.

                La cuestión es que lo de las mascarillas puede tener, incluso, su lado bueno, aunque a mí me costaba encontrarlo. Una compañera, contestando a una de esas preguntas con las que le doy la lata para nutrir estos estrenos, me decía que en algunas cosas echará de menos las mascarillas cuando desaparezcan de nuestras vidas, esperemos que más bien pronto que tarde. Decía que el tapabocas le sirve para poder comentar cosas por lo bajini con su juez y “adelantar faena” –hay que ver cómo le sacamos partido a cualquier cosa.- y que además permite disimular cuando a una le entra la risa con las numerosas anécdotas con las que bregamos día a día. Esta parte confieso que me gusta más, y que además la vivía ayer mismo cuando una testigo dijo con toda su intención, a la pregunta de si era cierto que vio determinada cosa, que ella, como Chus Lampreave, era testiga y no podía mentir. Así que, visto lo visto, nos resultó útil la mascarilla para ocultar el ataque de risa, hay que reconocerlo.

                También la mascarilla nos da una excusa perfecta para esas veces en que no hemos saludado a alguien o no queremos hacerlo. Y para cuando, cosa muy posible, no recuerdas a la persona y ella sí te recuerda a ti. A este respecto, haré una confesión: alguna vez me encontraba en los pasillos con abogadas o abogados que me abordaban hablándome de “nuestro asunto”, sin que yo recordara de qué se trataba. Ahora es más fácil escabullirte con un “no le reconocía con la mascarilla”. Incluso puede ser cierto, además.

                Sin embargo, hay algo a lo que es difícil encontrar el lado positivo, aunque también puede tenerlo. Se trata de las limitaciones a las reuniones sociales que, desde luego, incluyen esos cafetitos que con distancia y pocas personas, no saben igual, si es que se llegan a hacer. Pero, bien mirado, también nos pueden librar de algún compromiso indeseado, aunque yo he de confesar que cada día echo más en falta la vida social, incluso para cosas que antes no valoraba. No obstante, a mi café burbuja -las cuatro compañeras que tomamos juntas el primer café de la mañana- no lo cambio por nada

                Pero, aparte de la mascarilla y de las limitaciones en distancia y número de personas, si algo ha traído consigo el coronavirus y sus consecuencias es la pantallización de muchos ámbitos de nuestras vida, desde el profesional hasta el lúdico. Ya dedicamos un estreno a las pantallas a tutiplén y, mucho antes, al teletrabajo , pero es algo que, desde luego, ha venido a quedarse, si no en todo, en buena parte. Me dice una compañera que su gran cambio laboral ha sido el teletrabajo y que “de aborrecer el expediente digital ha pasado a adorarlo”. La verdad es que es curioso que hayamos necesitado nada menos que una pandemia mundial para dar este cambio, pero bienvenido sea si es para bien. Lo bien cierto es que ha solucionado muchas cosas que no podrían hacerse con las restricciones, y que es mucho más seguro para nuestra salud y la de los nuestros. Así que, si mejoraran los medios, ya seria lo más. A ver si toma nota quien corresponda y llega el día en que podamos celebrar sin que ningún “me se escucha, me se oye” enturbie el proceso, y sin tener que pasar más rato conectando que en el acto procesal en sí mismo. Prefiero pensar que todo se andará, aunque hay que recordar que hay muchos lugares donde la digitalización sigue sin existir. Yo, sin ir más lejos, sigo llevándome los expedientes a casa en mi maletita. O maletota, vaya.

                La otra cosa que ha cambiado radicalmente son los cursos, como me apunta otra compañera. Su parte positiva es que permite realizar más formación al no tener que depender del traslado varios días y, especialmente, permite tener contacto con muchos sitios y entidades a los que no se accede en persona con tanta facilidad., como puede ser el Consejo de Europa. Pero esta es a su vez una parte negativa, porque perdemos el contacto con compañeros y compañeras que, muchas veces, son lo mejor del curso, tanto en su vertiente profesional al compartir experiencias, como en la lúdica, que tampoco hay que desdeñarla. No solo de juicios vive el jurista.

                Así que cojamos lo bueno y desprendámonos lo mas pronto que las circunstancias permitan, de todo lo negativo que nos ha obsequiado esta pandemia. Y eso sí, tengamos mucho cuidado en que no sirva de excusa para cicatearnos medios, que no es que yo sea malpensada, pero tampoco podemos ir siempre con el lirio en la mano.

                El aplauso de hoy, por su parte, es obvio. Y se lo doy a esas compañeras y compañeros que con sus comentarios han ayudado, una vez más, a que abra el telón de este escenario. Mil gracias. Espero que pronto nos podamos ver en persona, aunque hayamos aprendido que también se pueden hacer las cosas de otro modo.

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