
En el mundo del espectáculo están acostumbrados desde hace más de un siglo a la utilización de pantallas. Sin ellas, el cine no hubiera nacido y no podríamos disfrutar de ese grandioso invento de Los hermanos Lumiere. Pero las ciencias adelantan que es un barbaridad, como dice la canción, y la tecnología que en su día convirtió el cine mudo en sonoro, que lo hizo panorámico o en 3 D también forma parte del contenido de las películas. Y se queda obsoleto tan rápido como en la vida real. Así, lo que era tecnología punta en Tienes un email o El diario de Bridget Jones, el correo electrónico, ha pasado a quedarse limitado al ámbito formal para dar paso a WhatsApp, redes sociales o cualquier otro modo de mensajería que también acabará pasando de moda. La red que dio lugar a la película de ese nombre nada tiene que ver con la de hoy. Deprisa, deprisa.
En nuestro teatro, la digitalización siempre lleva retraso respecto del resto del mundo, ya lo hemos dicho en varios estrenos y mucho me temo que seguiremos teniendo que decirlo. Pero si algo ha traído consigo la pandemia y el confinamiento que supuso y supone en uno u otro grado es la activación de la vida digital. Teletrabajo , webinars y todo tipo de actividades on line sustituyen al presencialismo de toda la vida. A la fuerza ahorcan.
Como tantas otras cosas, cuando empezó el confinamiento, pensamos que saldríamos cambiados. Creímos que, además de ser mejores personas por fin entraríamos en la modernidad, especialmente en Justicia. No sé como pudimos tener tanta ingenuidad. Ni mejores personas, ni una Justicia más eficiente. Parches, parches y más parches, como siempre. Y chapuzas y chapucillas de todos los modelos. Y es que no se podía sacar de donde no había, por más que se pusiera buena voluntad.
Es cierto que con las obligadas restricciones a la movilidad, aprendimos que si se hacen determinadas cosas a través de videoconferencia, no implosiona el mundo ni se cae la balanza de la justicia sobre nuestras cabezas. Por fin nos hemos dado cuenta de que no hacen falta cortinajes de terciopelo y togas para hacer justicia. Eso sí, fieles a nuestro peculiar estilo, parece que siempre se escoge el sistema informático más complejo y menos intuitivo, y que el “se me escucha, se me oye” va a seguir siendo un clásico. Ya hablé de muchas de esas covinécdotas cuando tuvieron su propio estreno.
La cuestión es que hemos vuelto exactamente al sitio donde nos encontrábamos, con alguna excepción. Seguimos llevándonos el trabajo a casa en nuestras maletas y maletines, por más que lo llamen teletrabajo porque queda mejor, allá donde no había digitalización. Y allá donde la había, tienen exactamente los mismos problemas que antes de la llegada del virus. Y es que no hay virus que pueda con las vetustas costumbres de Toguilandia, ni vacuna que las prevenga.
Pero hablaba de una excepción, y esa son los webinars -¿o las webinars?-. una palabreja que antes nadie conocía y ahora es el pan nuestro de cada día. O, mejor dicho, la pantalla nuestra de cada día. Se hacen para todo, formación, talleres de todo tipo, presentaciones de libro o tutoriales de maquillaje, yoga o macramé. El formato es sufrido y admite todo. Pero quienes no acabaremos admitiendo todo somos quienes las presenciamos, porque o se cuida el sistema o satura. Y ya andamos cortos de paciencia como para saturarnos más.
La formación on line ha acabado siendo un sistema barato que amenaza con quedarse. En nuestro caso, adiós licencias de estudios porque podemos hacer el curso cuando acabemos de trabajar en casita, en el rato dedicado a nuestro ocio o a la conciliación, y a coste cero. Y eso no era exactamente lo que se pretendía. Pero parece que va a ser la tónica general. Lo que no sé es si no acabará decayendo el interés.
No obstante, hay formaciones on line fantásticas. Se trata de adaptarse al sistema, y acoplarse a sus ventajas y dejar sus inconvenientes. Y me parece que por ahí flojeamos si no se plantea una adaptación completa. Que algo se haga por medio de un ordenador no significa formación on line, sino que necesita un plus de interacción y de atracción que va más allá de una ponencia tras otra leída o contada. O al menos eso creo, y no soy la única.
Hemos de tener presente que no todas las cosas admiten el formato digital, que hay situaciones que, circunstancias mediante, no pueden dejar de tener su componente de ser realizadas en vivo y en directo, o pierden mucho. Yo confieso que el testimonio de una víctima por videoconferencia pierde mucho, y en los matices está a veces la diferencia entre una absolución y una condena. Si, además, esa declaración es con mascarilla y acompañada de las acostumbradas deficiencias técnicas, la cosa empeora y se vuelve casi imposible si a todo eso le sumamos la asistencia de intérprete . Quien lo haya experimentado sabrá de lo que hablo.
Además ese tipo de declaraciones teleconferenciadas dan lugar a situaciones hilarantes cuando, como si del juego del teléfono escacharrado se tratara, entendemos una cosa por otra. Ser docente no es lo mismo que ser inocente o llamarse Vicente. Ni ser insolvente e insolente son la misma cosa aunque suenen parecidas.
Así que ánimo. Aguantaremos carros y carretas digitales mientras no nos quede otro remedio pero habrá que recuperar algunas cosas cuando sea posible. No todo cabe en la pantalla de un ordenador.
Mientras tanto, daremos un aplauso digital a Toguilandia entera. Porque de vez en cuando tenemos que animarnos,